miércoles, 27 de noviembre de 2024
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Un astro brilló esa noche

Redacción (Domingo, 21-12-2014, Gaudium Press) La estrella de belén está ahí todavía en nuestra alma, en nuestra mente y en nuestros ojos, por siempre sin que nadie se la lleve. Se quedó en nuestro corazón agradecido por siempre jamás, y si Dios quiere, la veremos resplandecer eternamente cuando este mundo haya pasado y advenga el nuevo y definitivo que está prometido en el Antiguo y Nuevo Testamento: Otro cielo, otra tierra…la Jerusalén celestial eterna junto a Él.

Qué ingenuidad esforzarnos por intentar una explicación meramente científica del fenómeno. Claro que no sobra ni es un irrespeto a Dios. Pero quedarnos en ello simplemente sería de una ordinariez lamentable. Una de las letanías del Sagrado Corazón de Jesús dice que en Él «están contenidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia». ¿Habrá entonces algo imposible para Dios?

Santo Tomás de Aquino afirma que Dios nos la creó específicamente para anunciar el nacimiento de su Hijo amado. Pero la hizo visible solamente para quienes la querían ver porque no habían perdido la esperanza de un Salvador para la humanidad, comprobadamente anhelado no solamente por los judíos sino por muchos otros pueblos y culturas de la antigüedad pagana, entre ellos los propios romanos que llegaron a creer que era el César y al cual le atribuyeron condición divina. ¡Qué ingenuidad! por no decir tontería o mala fe. Lo fundamental se ve con el corazón, decía Saint-Exupéry.

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Pesebre en la iglesia de San Ginés, Madrid

No se trató pues de una interjección planetaria ni de un cometa que coincidió. Fue creada específicamente para anunciarle a los hombres la Encarnación del Verbo porque así lo dispuso Dios y vio que era lo mejor, y a nosotros los hombres nos parece lo más lógico.

Estrella de cinco, de seis, de ocho o cientos de puntas, es lo de menos, pero resplandeciente y maravillosa para quienes todavía conservan en su alma restos de la inocencia primera o de la bautismal con las que se puede ver más allá del mundo terrenal, a veces tan prosaico e insulso por causa del pecado.

Son muchos los autores de vida espiritual, hombres y mujeres también de peso académico e intelectual, santos de la Iglesia, que encuentran enteramente razonable que al pueblo judío -y a los más sinceros de entre ellos, a los más honestos consigo mismos- el aviso haya sido mediante ángeles como el de la Anunciación, como el que se apareció a San José en sueños o como los que se les manifestaros a los pastores aquella noche bendita. Y que a los pueblos que habían caído más abajo que los judíos de aquel entonces, la noticia fuera mediante los signos maravillosos de los astros del universo, que para eso fue que Dios los creó.

Lo doloroso, lo lamentable y misterioso, es que ni a Herodes ni a los sumos sacerdotes del soberbio Sanedrín, Dios Nuestro Señor tuvo la gentileza de darles ninguna señal sobrenatural, limitándose a anunciarles el acontecimiento por medio de unos hombres prestantes, importantes y ricos, de los que aquellos desconocían su santidad pero que era lo que más podía hacer para esos corazones duros, mundanales, materialistas y empedernidos. Tampoco creyeron, y los que creyeron pensaron en matar al niño…

Por Antonio Borda

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