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Cuando la Virgen construyó el puente de hielo

Redacción (Viernes, 20-12-2013, Gaudium Press) Corría el año 1879. El buen párroco de la iglesia de la villa de Cap-de-la-Madeleine, en Quebec, Canadá, se encontraba delante de un serio problema: el invierno había sido demasiado ameno…

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El poder del rosario

Foto: Luis M. Varela

Los que ya experimentaron la intensidad del invierno en América del Norte, con sus vientos cortantes, nevadas colosales y temperaturas de congelar los huesos, por cierto les parecería extraño, ver al párroco todo puesto en oración, no para agradecer una estación tan suave, sino para implorar a la Santísima Virgen con ardor, frío, mucho frío…

Nuestra Señora, como verdadera madre, comprendió lo que él quería y lo atendió generosamente. Y esa es nuestra historia, en la cual podremos venerar la solicitud y el celo con que María guía sus hijos para la gloria de Cristo Nuestro Señor.

Cuando el P. Desilets recibió, en 1864, una iglesia pequeñita en esa provincia francófona, encontró una parroquia en crisis.

Por haber estado mucho tiempo sin párroco, recibiendo apenas la visita de padres viajeros que administraban los sacramentos en numerosas iglesias de aquel vasto territorio, muchos fieles se tornaron indiferentes a su fe Católica. La capillita, a pesar de tan pequeña, era amplia demás para el reducido número de fieles que todavía frecuentaban las Misas.

En esa lamentable situación, el nuevo párroco se dirigió a la Santísima Virgen, bajo la invocación de Nuestra Señora del Rosario. Celosamente alentaba a sus parroquianos a rezar el rosario con piedad. Predicaba la belleza y eficacia de esta oración tan amada por María y consagró a Ella la comunidad.

¡Los resultados de a poco se hicieron sentir! La gracia fue obrando prodigios en las almas, y el sacerdote, pasados 15 años desde que llegara a aquel local, se vio delante de un serio y agradable problema: tener que construir una iglesia mucho mayor.

En acuerdo con sus parroquianos, decidió dar inicio al proyecto en el invierno, cuando el amplio río San Lorenzo, que pasaba cerca de la iglesia, se congela y su superficie se transforma en una firme estrada de hielo, por donde pueden pasar los caballos y trineos, cargando las piedras y otros materiales necesarios para la construcción; proceso mucho más económico que el transporte en barcos.

Llegado el mes de noviembre, el P. Desilets y sus parroquianos comenzaron a rezar por la rápida formación del hielo. Sin embargo, un invierno inesperadamente ameno en los meses de diciembre, enero y febrero fue postergando la realización del plan. El buen párroco, redoblando su fervor, prometió a Nuestra Señora que, si Ella obtuviese un puente de hielo, él no solo construiría una nueva iglesia, sino preservaría la anterior y la dedicaría a su honra, con el título de Nuestra Señora del Rosario.

Llegó el mes de marzo y comenzaron las lluvias. Los parroquianos, con buen sentido y poca fe, sugirieron al párroco que esperase hasta el invierno siguiente.

Pero el sacerdote continuó rezando, lleno de confianza en María, argumentando que, si no construyese la iglesia en aquel año, muchas Misas no serían celebradas y, consecuentemente, muchos pecados más tal vez fuesen cometidos.

La primavera ya se aproximaba, pero, curiosamente, o quizá milagrosamente, la temperatura de repente comenzó a caer. La fiesta de San José, patrono y protector de Canadá, se acercaba. El padre coadjutor anunció que habría una Misa solemne el día 19 de marzo en honra del casto esposo de la Santísima Virgen, en la cual se pediría, por su intercesión, la formación del puente de hielo.

Después de la Misa, juntamente con algunos parroquianos, el sacerdote fue a examinar cómo estaba el río. Cuál no fue la sorpresa de todos, cuando vieron que el fuerte viento del día anterior había traído grandes bloques de hielo, que se encajaron perfectamente de modo a formar un puente. Llenos de alegría, corrieron de vuelta para contar lo ocurrido al P. Desilets y a todo el pueblo.

Con redoblada energía, la comunidad entera puso manos a la obra, aprovechando esa maravilla obrada por Dios. El párroco, que había rezado innúmeros rosarios por la obtención del milagro, infelizmente no pudo estar junto a sus parroquianos, debido a una súbita enfermedad, pero escribió una carta alentando a los fieles, que les fue leída por el padre coadjutor: «Vuestras oraciones perseverantes están siendo ahora atendidas. Contra toda expectativa, tenemos ahora un puente por el cual podemos pasar cargando las piedras para nuestra iglesia. Vean el poder de la oración…»

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El trabajo comenzó en la propia fiesta de San José y continuó por algunos días. En una sola jornada, pasaron 175 trineos llenos de piedras por el «Puente del Rosario» (popularmente así llamado el puente de hielo). Todos se dedicaban a la labor sin interrupción. «¡Era extraordinario, un verdadero milagro! ¡Algo verdaderamente imposible!» – relató uno de los presentes, años después.

El párroco convocó a todas las mujeres y niños para recitar el rosario, mientras el proyecto se transformaba en realidad, y él mismo era visto muchas veces, de rosario en la mano, rezando delante de una imagen de Nuestra Señora, dentro de la iglesia. Los hombres acostumbraban rezar innúmeras «Ave-Marías» mientras trabajaban.

Por último, en el preciso momento en que se completó la cantidad de piedras necesarias para la construcción de la nueva iglesia, el puente comenzó a deshacerse.
Entonces, la acción sobrenatural se tornó evidente.

En la fiesta del Santo Rosario del año siguiente, la nueva iglesia fue inaugurada y la vieja iglesia anterior pasó a ser conocida como capilla del Santo Rosario, tornándose rápidamente un lugar de peregrinación.

Con todo, el P. Desilets ansiaba una señal más del Cielo, que confirmase estar sus anhelos de acuerdo con los deseos de Nuestra Señora.

En el día de la dedicación oficial de la capilla en alabanza a María, el sacerdote estaba rezando delante de la imagen de Nuestra Señora del Rosario, cuando algo extraordinario sucedió. El hecho, presenciado por varias personas, fue así descrito por uno de los testigos: «La imagen de la Virgen, cuyos ojos están dirigidos para abajo, repentinamente los levantó y permaneció largo tiempo con ellos totalmente abiertos. La mirada de la Virgen era firme y dirigida al frente. No podría ser una ilusión, pues el rostro de Ella estaba enteramente iluminado, debido a los brillantes rayos del sol que entraban por las ventanas, los cuales, es más, iluminaban el santuario todo. Los ojos bien formados eran negros y en admirable armonía con las facciones de su rostro».

¡Estaba concedida la señal! Nuestra Señora así mostraba a sus hijos canadienses y a los del mundo entero, que Ella no solo atiende los pedidos hechos a través de recitación del Rosario, mas también acompaña, con una viva mirada maternal, aquellos que a Ella recurren con confianza.

Cap-de-la-Madeleine se tornó el Santuario Nacional de Canadá, tonificando de esa forma la devoción a Nuestra Señora del Rosario, magnífica invocación de Aquella que siempre será la medianera universal de todos los fieles católicos.

 

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