jueves, 28 de noviembre de 2024
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Obispo de Frederico Westphalen, Brasil, habla sobre habla sobre la venida del Espíritu Santo

Frederico Westphalen (Miércoles, 15-05-2013, Gaudium Press) «La venida del Espíritu Santo», es el título del más reciente artículo de Mons. Antônio Carlos Rossi Keller, obispo de la diócesis de Frederico Westphalen, en el Estado de Río Grande del Sur, Brasil, donde afirma que el Espíritu Santo es una persona divina, tal como el Padre y el Hijo y que nosotros somos templos de Dios precisamente porque el Espíritu Santo habita en nosotros (Cor 3, 16-17).

2.jpgExpresa el prelado, que el Espíritu Santo es el autor de los libros inspirados, conoce todas las cosas, incluyendo los secretos divinos más ocultos, pues Él mismo es Dios, además de explorar lo íntimo de los corazones, sin que nada escape a su mirada divina. Él demás destaca que por el Espíritu Santo la Virgen María concibió a Jesús en su seno purísimo; fue Él quien inspiró todas las acciones de Jesús, pues es el Espíritu del Padre y Jesús no quiere ninguna cosa fuera de lo que quiere el Espíritu de Su Padre.

«Fue el Espíritu Santo el que llevó a Jesús al desierto y que descendió sobre Él en forma de paloma; fue por medio de Él que Jesús se ofreció a su Padre en el altar de la cruz y resucitó de los muertos. Es también por Él que se realiza diariamente en nuestros altares el gran milagro de la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Jesús. Él es el gran Consolador prometido por Jesús a sus discípulos: ‘Yo rogaré al Padre y Él os dará otro Paráclito para que habite en vosotros para siempre’ (Jn 14, 16)», resalta el obispo.

Es el Espíritu Santo quien ora en nosotros

Afirma Mons. Antônio, que el Espíritu Santo es también el alma de la Iglesia, pues es Él quien lleva a cabo toda la obra de organización del Cuerpo Místico de Cristo, señalando a cada uno el lugar que le está marcado desde toda la eternidad: «Fue en un solo Espíritu que todos fuimos bautizados, para constituir un solo cuerpo» (1 Cor 12, 13). Según él, es el Espíritu Santo que obra por el ministerio de los Apóstoles toda especie de maravillas en las almas y torna fecundo el apostolado; es Él quien ora en nosotros y a favor de nosotros con gemidos inexplicables, incluso cuando nosotros ni pensamos en Él.

«Es Él quien pone en nuestros corazones los sentimientos de confianza y de afecto filial para con el Padre; es Él quien nos santifica haciendo de cada uno de nosotros verdaderos hijos de Dios en Cristo Jesús. Es Él el Santificador de nuestras almas. Es Él el alma de la Iglesia, Cuerpo Místico de Jesucristo; presente en Jesucristo y en cada uno de los miembros de su Cuerpo, constituye el lazo substancial que nos une a todos a Cristo y nos une unos a otros en Cristo».

El obispo explica también que el Espíritu Santo habita en nosotros como en un templo. Él cree que el Espíritu Santo es con toda verdad nuestro espíritu, porque, conforme el testimonio de la Escritura, nos fue dado como el gran Don de Dios. Mons. Antônio recuerda que Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, en la tarde de la Resurrección, les dijo: «Recibí el Espíritu Santo» (Jn 20, 22); sin embargo, fue sobre todo en el día de Pentecostés cuando les fue dado el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego: «Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (At 2, 4).

«A los tres mil israelíes que, después de la predicación de S. Pedro, en el día de Pentecostés, se convierten y preguntan qué deben hacer, el Apóstol les respondes: ‘Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo y recibiréis el don del Espíritu Santo’ (At 2, 38)», cita el prelado.

Por último, Mons. Antônio resalta que nuestra sublime vocación, a imitación de María, es vivir en comunión de amor con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora en la oscuridad de la fe y después en el esplendor de la visión beatífica. «Las divinas personas se comunican a nosotros interiormente y establecen en nosotros una nueva maravillosa presencia. Nuestra existencia cristiana se torna vida espiritual, animada y guiada por el Espíritu Santo hasta la santidad y perfección de la caridad. Vivimos y caminamos en este mundo según el Espíritu de Dios», concluye.

 

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