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Purgatorio de personalidades históricas

Redacción (Miércoles, 25-03-2015, Gaudium Press) Grandes personajes de la historia universal a quienes el laicismo académico les ha ignorado que también tenían alma, deben estar todavía en el Purgatorio esperando una misa o al menos una breve oración por su eterno descanso. La idea del Cardenal Nichols, Arzobispo de Westminster, de presidir una solemne Eucaristía por Ricardo III de Inglaterra -el último de la Casa de York, la Rosa Blanca- es de las más hermosas y caritativas que ha tenido la Cristiandad en estos últimos años. Eso es propiamente catolicidad.

1.jpgDe siempre nos han enseñado que la Iglesia se compone de tres grandes estados jerárquicos: la militante, la penitente y la triunfante. Siglos casi, preocupándonos por el bienestar espiritual e incluso material de la Iglesia militante aquí en este valle de lágrimas. Impetrando diariamente la gran Iglesia triunfante en los Cielos para que nos ayude a pasarla bien en la tierra, pero manteniendo en el olvido el penar de tantas almas penitentes purificándose, reparando y recomponiendo su amor a Dios en el Purgatorio para poder entrar definitivamente en el goce eterno de la visión beatífica; especialmente aquellos grandes personajes de la historia de cada nación que no sabemos bien cómo están actualmente sin que nadie, ni siquiera lejanos descendientes recen una avemaría por sus muy probablemente atribuladas almas, porque se nos ha olvidado que la mayor obra de caridad que podemos hacer es orar por el eterno descanso de nuestros difuntos y por las almas agonizantes.

Los hombres y mujeres de Estado pasan por situaciones difíciles de sortear en esta vida, que pueden comprometer su salvación más fácilmente que la de un ciudadano corriente. Es de la más elemental caridad pedir por aquellos que se vieron en situaciones de penosa contemporización probablemente con un fin justo y bueno pero bordeando por acantilados y precipicios peligrosos donde actitudes, imperfecciones y defectos morales pudieron hacerlos resbalar sin que tuvieran el respaldo espiritual de otros rezando por ellos en el momento, y que para colmo ni siquiera rezarán cuando hayan comparecido ante el justísimo tribunal de Dios.

En nuestras misas diarias hay una parte de ellas donde el sacerdote pide a Dios que se acuerde de todos aquellos hermanos nuestros que se durmieron en la esperanza de la resurrección y han muerto en la Misericordia de Dios para que Él los admita a contemplar su rostro. Esta bellísima súplica se hace más intensa y piadosa cuando el sacerdote ha dicho que el Señor se acuerde concretamente de alguien que ya ha sido llamado a la presencia de Dios y compartido la muerte de Jesucristo, pedido que no debe pasar desapercibido por quienes asisten a misa pensando solamente en sus problemas personales. La Iglesia es una sociedad perfecta en su doctrina, en sus leyes y sus instituciones (1) compuesta de fieles frágiles y pecadores que por mandato divino nos debemos ayudar mutuamente unos a otros no solamente con limosnas materiales sino con ese imponderable denso y profundo de la caritativa comunión de todos los santos a la procura de la gracia de las gracias: nuestra salvación eterna, que en últimas es lo único importante en nuestra existencia.

¿No será que rezar frecuentemente por nuestros personajes de la historia puede contribuir en algo a que se nos mejore la situación política actual de los Estados? Pueda ser que no sea ya demasiado tarde después de tantos siglos ignorándolos en aras del laicismo.

Por Antonio Borda

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(1) Plinio Corrêa de Oliveira, Viacrucis, VI Estación, «Catolicismo», Marzo de 1956.

 

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