jueves, 28 de noviembre de 2024
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El perfume de la gratitud

Redacción (Viernes, 05-07-2013, Gaudium Press) ¿Quién puede ser más bondadoso sino aquel que es más santo? ¿Quién puede ser más santo sino el que entrega su vida por sus amigos? ¿Quién puede ser más amigo sino Aquél que se deja crucificar por nuestros pecados?

Jesús de Nazaret atraía hacia sí las multitudes. Gentes de todos los lugares venían a su encuentro para conocer la Buena Nueva. Él hablaba con autoridad y sus obras delataban que era Dios porque solamente Dios puede perdonar los pecados, porque sólo Jesús se resucitó a sí Mismo, porque sólo Él encantaba como nadie.

Él fue aclamado en Jerusalén, las personas portaban ramos en sus manos y gritaban «Hosana, Bendito aquél que viene en nombre del Señor» (Jn 12,13). Muchas de ellas querían verlo porque sabían que había resucitado a Lázaro, muchos milagros operó a la vista de todos, a muchas personas les decía vete y de ahora en adelante no pequéis más.

Tenía capacidad de perdonar pecados, curar enfermos, resucitar muertos, tantas otras cosas.

Sin embargo, no fueron pocos los que un día lo aclamaron con las palmas y cuando Jesús iba a ser condenado no lo defendieron. Cuando Él lo necesitaba, prefirieron quedar callados: prefirieron liberar a Barrabás y no al Rey de los Judíos.

¿Podría haber una ingratitud mayor que esa? En aquella hora, ¿por qué las personas que habían recibido favores de Jesús no lo defendieron? ¿Por qué no se levantaron en contra de lo que decían los demás? ¿Por qué no prefirieron morir ellos en lugar de Nuestro Señor? ¿No sería más justo? ¿No sería un modo de proceder más agradecido?

Entretanto, podemos sacar un principio de todo esto. Es el siguiente: por lo general la bondad no es pagada con bondad, sino que es retribuida con brutalidad y ése es el mérito de la verdadera bondad. Porque practicar la bondad queriendo ser recompensado no es una bondad verdadera pero sí interesada. Por eso la verdadera bondad tiene el «perfume» de la santidad.

Ejemplo de eso, arquetítpico, es Nuestro Señor Jesucristo. Aunque había practicado la infinita bondad con aquellas personas que lo rodeaban, sabiendo que no sería recompensado obtuvo a cambio los mayores improperios, las mayores burlas, los mayores insultos, las mayores ingratitudes. Él derramó su sangre y superficialmente nos podríamos preguntar: ¿de qué vale esa sangre?

De todo eso podemos sacar algún principio que nos puede ayudar en nuestra vida interior, y es que cuando hacemos alguna cosa buena en favor de los demás no esperemos nada a cambio. Más bien, esperemos que no nos lo agradezcan porque de esa forma estaremos siendo desinteresados y ese desinterés agrada a Dios como un perfume de rosas, o de incienso, o un perfume de santidad, pues estaremos operando ese acto de caridad por amor a Él y no por nosotros.

Por Alejandro López

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