jueves, 28 de noviembre de 2024
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Bullying y San Juan Bosco

Bogotá (Martes, 15-01-2013, Gaudium Press) ¡Cuántos siglos de educación escolar en cientos de establecimientos laicos o religiosos de todo el mundo, y es apenas ahora que viene a tipificarse con mayor claridad, esa forma brutal de presión psicológica que se sufre en los colegios cuando no se quiere pactar con el ambiente de moda!

Si algo caracterizó a algunos colegios del mundo de finales del siglo XIX y todo el siglo XX, siglos de revolución científica y modernismo radical, fue ese modo de relacionamiento social entre los alumnos donde predominaba el estilo y las maneras holywoodianos (1) en el vestir, en el trato, en los gustos, en los temas, etc. El compañero de clase que no estuviera en esa onda era simplemente perseguido, intimidado, aislado y en ocasiones agredido, y los profesores no hacían nada. Actualmente la pedagogía moderna -consumado ya de manera irremediable el fatídico fenómeno- lo llama escandalizada el Bullyin y es estudiado como una de las causas más frecuentes de reacciones por parte del intimidado, que no pocas veces terminan en esas masacres y asesinatos tan noticiados hoy día en la prensa y que cada vez se hacen más presentes especialmente en el laico mundo escolar de los Estados Unidos.

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San Juan Bosco enseñó a sus sacerdotes y docentes lo que él denominaba «El método preventivo»

Cumple reconocerle al extraordinario método educativo de San Juan Bosco, cuya novena comenzaremos los católicos este próximo 22 de enero, el haber detectado por gracia de Dios que la simple convivencia entre los alumnos de un plantel educativo puede también pervertirse e ir más allá del simple compañerismo o camaradería, convirtiéndose en una verdadera epidemia de mutuas contaminaciones, regularmente de malas tendencias y pésimas inclinaciones no necesariamente traídas desde el hogar pues es innegable que, como decía Rubén Darío (2), «en el hombre existe mala levadura». San Juan Bosco enseñó a sus sacerdotes y docentes lo que él denominaba «El método preventivo», que no era otra cosa sino la sencilla manera de observar con cuidado el comportamiento del escolar en clase, en recreo o en otro tipo de actividad, hasta conseguir estructurarle un cuadro mental de fondo moral y religioso, para corregirlo o promoverlo de acuerdo al caso, reconociéndole sus deficiencias o sus cualidades, creándole condiciones en lo personal y en su sociabilidad a fin de que controle o expanda sus tendencias. A esto aportaban los profesores de todas las materias sin exclusión. Bien podrán confirmarlo los miles -casi que diríamos millones- de alumnos salesianos esparcidos hoy por todo el mundo, que desarrollaron sus personalidades a la sombra paternal y santa de este robusto árbol de la civilización cristiana y que los Ministerios de Educación nacional de tantos países intentaron copiar, algunos con éxito y otros falsificándolos, en el sector de la educación pública.

Sin querer demeritar, por supuesto, otros métodos y sistemas educativos, es evidente que sin la enseñanza y práctica constante de la caridad cristiana entre los niños -a veces tan crueles- no se consigue aquel hombre de bien pero laico que el liberalismo decimonónico ingenuamente soñó a partir de la frase de Rousseau «el hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe» ¿Pero cuál sociedad? Muy simple. Aquella donde los valores son el dinero, la moda y la vulgaridad. Aquella donde la meta es el éxito, los aplausos y los reconocimientos alcanzados así sea a punta de fraude y mentira. Aquella de donde se expulsó la religión y sus símbolos para darle espacio a lo sórdido, grotesco e indecente. Aquella donde la seriedad y el buen trato son objeto de burlas. No habría necesidad de crear en los colegios un nuevo departamento para resolución de conflictos, contratar psicólogos y especialistas, asignar partidas cada vez más grandes y meterse en el mundo de niños y jóvenes descomedidamente sin elevarlos a la consideración de lo maravilloso y admirable del orden social jerárquico y sacralizado, donde la virtud, el heroísmo, la compasión y la cortesía valen más que la burla genial, el atrevimiento irreverente, los modales espontáneos y el vocabulario procaz. Pero sobretodo, donde un profesorado ejemplar y prototípico, abnegado y dedicado a su oficio -más por vocación comprobada que por profesión remunerada y sindical- vela por el desarrollo de la personalidad educando y no simplemente instruyendo o capacitando sin importarle el alma de sus alumnos. ¿O es que habrá profesores que no crean en el alma? ¿Qué no crean que ella es todo un organismo sobrenatural que necesita alimentarse, fortalecerse, a veces sanarse? San Juan Bosco fue un educador de almas y no simplemente de mentes. Su preocupación iba más allá de enseñar en medio de una sana convivencia, lo que quería era salvar almas y llevarlas para el Cielo.

Por Antonio Borda

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(1) Plinio Correa de Oliveira, Notas Autobiográficas Vol. I
(2) 1867-1916, Nicaragua. «Los motivos del lobo», Poema.

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