miércoles, 27 de noviembre de 2024
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Historia e… historia

Redacción (Martes, 04-03-2014, Gaudium Press) Lamentablemente, desde hace mucho tiempo, se ha producido un distanciamiento, como si de compartimentos separados se tratara, entre la Historia humana y la Historia de la Iglesia, ajenas una a la otra, a veces ignorándose, siendo que, en realidad, están profundamente entrelazadas y relacionadas.

Situar la Historia de la Iglesia dentro de la Historia Universal o al revés, la Historia general dentro de la Historia de la Iglesia, es en mi entender el deber de un verdadero historiador cristiano.

De hecho, la Historia de la salvación es una, y envuelve a todos los hombres pertenezcan o no a la Iglesia, y la Historia de la salvación…. es al fin y al cabo, Historia!

Un proceso que hunde sus raíces en el humanismo

Desde hace mucho siglos, creo no engañarme si lo sitúo en el fin de la Edad Media, se produjo, un gradual divorcio entre la Historia de la Iglesia y la Historia de las naciones. A veces uno puede leer un manual de Historia moderna o contemporánea, con poquísimas y raras referencias al papel de la Iglesia en los acontecimientos, y en la mayor parte de los casos, cuando se la menciona, es para hacer amargas críticas y muchas de ellas calumnias, siendo que en gran parte éstas provienen de la formación y espíritu laicista de sus autores.

Un silencio de muchos historiadores

En el fondo es la concepción laica del hombre que influencia la historia.

Un ejemplo de esta separación entre ambas «historias» lo tenemos en el silencio que se hace de la vida de muchos santos que con su acción provocaron un cambio enorme en la situación de la civilización. Por ejemplo, sin ir más lejos, tenemos el caso del gran San Juan Bosco, es raro el manual de historia «laicista» que lo mencione, pero el trabajo que él realizó con sus queridos ‘birichini’, fue un verdadero cambio en el apostolado y una innovación en el auxilio a la juventud abandonada. Otro ejemplo, que se podría mencionar es el papel de Isabel la Católica y su empeño heroico por la evangelización con los indígenas del Nuevo Mundo, estando en el origen de las famosas «Leyes de Indias», que tanto protegieron a los aborígenes americanos y facilitaron de una manera extraordinaria su evangelización y acceso a la cultura.

Desgraciadamente para ciertos historiadores, estos son – cuando lo son – hechos de escasa importancia.

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Cierta historiografía oculta la acción decisiva de los santos

Otro ejemplo que no podemos dejar de mencionar, es la obra de S. Josemaría Escribá de Balaguer, con su fundación de legiones de laicos de ambos sexos que trabajen dentro del mundo paganizado de hoy en día, para transformarlo en un mundo cristiano y que sea propicio a que en él se pueda alcanzar la santidad. Es un hecho muy notable y de un alcance enorme, pero esto pasa «desapercibido» para los escritores contemporáneos empapados de laicismo. Se podría calificar como el silencio de los historiadores sobre la acción de Dios en la historia.

También es verdad que – con alegría – debemos reconocer que poco a poco hay una como que vuelta atrás en la consideración del papel de la Iglesia en la Sociedad y por lo tanto en la historia.

El Cristianismo una religión esencialmente histórica

Por otro lado, es muy claro que, en muchísimos casos, fueron escritores cristianos y santos de la Iglesia que se comportaron de forma pionera en el trabajo de escribir la historia.

El cristianismo es una religión esencialmente histórica… La Revelación de Dios se desarrolla durante el curso de la Historia. Los evangelistas y también los otros autores neotestamentarios tienen plena conciencia de la operación que realizan. Por lo tanto se comprende por qué los Evangelios indican con escrupuloso cuidado puntos de referencia cronológicamente precisos en relación a los acontecimientos narrados.

Ya en la época de los primeros cristianos, las crónicas y los relatos, fueron los únicos documentos, que permitieron a los historiadores posteriores tener documentos sobre las formas de vida, ritos, cultura, relaciones religiosas, políticas, sociales y económicas que les favorecieron sus investigaciones. O sea, era el nacer en la Historia de la Iglesia de la historia humana.

Fueron precisamente las crónicas cristianas -fuentes excelentes para seguir los caminos de la historia humana- que no se distinguían en su forma de las paganas, pero se alejaban de algunos contenidos, las primeras que, en efecto, reflejan una visión universal de la historia. Si se quiere trazan el designio de Dios sobre la humanidad que las Escrituras delinean.

Por ejemplo, es Teófilo de Antioquía quien en el libro III de Ad Autolicum, después del año 180, esboza una cronología de la historia del mundo, comenzando por la creación del mundo para terminar con la muerte del Emperador Marco Aurelio; o Julio Sexto Africano, que redacta cinco libros en los cuales pone en paralelo los acontecimientos bíblicos con los acontecimientos de los judíos, los cristianos y los griegos. Al inicio del siglo IV, tenemos la crónica de Eusebio de Cesarea que se refiere a los sistemas cronológicos en uso entre diversos pueblos, mencionando los acontecimientos más importantes de la historia universal dispuestos en esquemas sinópticos. Como podemos ver los historiadores cristianos de los primeros tiempos tenían esa visión universal que englobaba los eventos humanos y religiosos.

Estos datos nos permiten sustentar esta afirmación que desde un inicio y hasta prácticamente el Humanismo y el Renacimiento, la historia era una y que en ella se entrelazaban los hechos religiosos y terrenos.

Nuestras historias se inspiran en una teología de la historia, la cristiana. Esta presupone la fe en Dios, en un Dios que ha creado todas las cosas y que las sostiene, que las rige y guía los acontecimientos humanos, que es personal y providente.

Durante las invasiones bárbaras la cultura se refugió en los monasterios

Cuando se produjo la caída del Imperio Romano y las invasiones bárbaras a Occidente, el mundo de la cultura se refugió en los monasterios y los conventos, y fueron monjes y religiosos que escribían y relataban todos los hechos dignos de memoria que más tarde recogerían los estudiosos e investigadores.

Los historiadores medievales no tienen miedo a hablar del pasado. En su gran mayoría son monjes o sacerdotes, que realizan una lectura cristiana de la Historia. Nuestro Señor Jesucristo es el alfa y el omega, principio y fin de los tiempos. Creación, Encarnación y Parusía son los momentos fuertes de la humanidad, que después de haber conocido la caída original y la redención, espera la plenitud de los tiempos. Esta perspectiva explica su visión de Dios que guía, en efecto, los hombres hacia la salvación eterna. Interviene, en consecuencia, de modo directo en su devenir. Descubrir estos signos sobrenaturales en la historia del mundo es propio del historiador con una visión universal de los acontecimientos. Un auténtico historiador no podría situarse fuera de la perspectiva cristiana.

En la Edad Media se reconocía el Señorío de Dios en los acontecimientos y, por ende, sobre el mundo y esto era un hecho por, así decir, político que la historia no podía sino valorizar. La identificación de la Iglesia histórica con la agustiniana ‘Civitas Dei’ fue un aspecto también típico de la civilización cristiana medieval, que influyó fuertemente sobre la teoría y sobre la práctica de la historiografía.

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En la Edad Media el señorío de Dios sobre los acontecimientos era un hecho

El humanismo, una Revolución Cultural

Con lo que podríamos llamar la «Revolución cultural» del humanismo, se produce esta separación, este divorcio entre la historia humana, de la historia de la Iglesia, que no es otra cosa, sino una consecuencia lógica de la separación que se dio entre la fe y la razón, entre la teología y la filosofía. Nacida a fines del Trescientos y a comienzos del Cuatrocientos la aproximación al misterio de la historia sufrió un cambio radical. En el momento de nacer, el humanismo se concibió como un movimiento de ruptura, una reacción a la crisis de una particular forma de la cultura medieval. A fines del medioevo, este consorcio entre fe y razón, teología y filosofía, fue hecho pedazos y comenzó una visión más libre, asistemática hasta inorgánica de experiencia de la condición humana. Del teocentrismo medieval pasamos a una visión antropocéntrica mucho más afín con el paganismo.

Este proceso una vez comenzado, la ruptura fue terrible; poco a poco la historia religiosa quedó al margen de la historia humana. Es claro que esta separación no fue apenas en el campo de la historia, sino en toda la vida del hombre europeo. Fue una división, una ruptura con la tradición teológica tomista y medieval que abrió el camino a la rehabilitación del paganismo antiguo, cuyo fin, podríamos decir, es el neopaganismo moderno. Se desintegró la unión religiosa cultural de la Edad Media. Los frutos de esta «revolución cultural», fueron, no dudo en afirmarlo, caóticos y críticos para la Iglesia y para la civilización occidental. Hoy en día estamos recogiendo los frutos.

Un renacer de la historiografía religiosa

Pero, es también evidente que no todo es negro en el panorama cultural, se notan, como dije al principio, síntomas de un retorno a buscar esa adecuación y ese lugar justo que le corresponde a la Historia de la Iglesia en el conjunto de la Historia universal. Poco después de la Segunda Guerra Mundial, la historia religiosa era, para el período contemporáneo, una historia puesta de lado, desconocida, despreciada. Sin embargo, desde los años 70 la Historia religiosa representa uno de los dominios de la historia general de los más activamente y fructuosamente trabajados, por ejemplo en Francia. La vitalidad de la historia religiosa en la actualidad no es preciso probarla, hoy en día, los trabajos, coloquios, las tesis, se han multiplicado estos últimos años, renovando en profundidad los métodos y las problemáticas. Han facilitado la toma de conciencia de la importancia de los factores religiosos en la historia. A través de la exploración de los ritos, de la fe, de las creencias y de sus implicaciones se alcanza la substancia propia del hombre y de sus motivaciones en los dominios político, social, económico o cultural. La historia religiosa es esencial para comprender la historia global del hombre.

Y termino con esta anécdota. Hace unos años una profesora universitaria francesa, católica practicante, de sociología de las religiones, hizo este comentario espirituoso: «Antiguamente cuando quería que los alumnos se riesen les hablaba de Dios y la religión y cuando los quería serios de política y economía. Ahora cuando quiero que estén serios les hablo de Dios y de la religión, y cuando los quiero hacer reír las hablo de política y economía».

Por el P. Juan Carlos Casté, EP

 

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