miércoles, 27 de noviembre de 2024
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La Función Social de la belleza

Bogotá (Jueves, 03-10-2013, Gaudium Press) Que la belleza tiene una enorme función social (e incluso ‘religiosa’), es algo que fácilmente se concluye leyendo los textos del Magisterio de la Iglesia que tratan el tema.

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Anunciación de Fra Angelico

Afirma Juan Pablo II que los verdaderos artistas son «geniales constructores de la belleza». Y siendo la belleza «la expresión visible del bien» ya vemos que de alguna manera el bien requiere de la belleza para difundirse por el mundo. He aquí una importantísima función social de la belleza.

De hecho el máximo Bien es también la mayor Belleza, como resaltaba San Francisco de Asís cuando después de haber recibido los estigmas, afirmaba del propio Cristo: «Tú eres belleza… Tú eres belleza». Y comentando la vida de Il Poverello de Asís, que era su fundador, el seráfico San Buenaventura decía que él «contemplaba en las cosas bellas al Bellísimo y, siguiendo las huellas impresas en las criaturas, seguía a todas partes al Amado». Estrechísima es pues la unión entre bondad y belleza.

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Catedral de Chartres, Francia – Foto: Sergio Hollmann / Gaudium Press

Decían los padres conciliares que «este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste a la usura del tiempo, que une a las generaciones y las hace comunicarse en la admiración». Alegría para no caer en la desesperanza. Alegría también para llenarnos de energía para el trabajo, alegría surgida a partir de la belleza, belleza fruto de un «servicio artístico que de un modo propio contribuye a la vida y al renacimiento de un pueblo. Precisamente a esto parece querer aludir Cyprian Norwid cuando afirma: ‘La belleza sirve para entusiasmar en el trabajo, el trabajo para resurgir’ «.

Verdaderamente «la sociedad (…) tiene necesidad de artistas, del mismo modo que tiene necesidad de científicos, técnicos, trabajadores, profesionales, así como de testigos de la fe, maestros, padres y madres, que garanticen el crecimiento de la persona y el desarrollo de la comunidad por medio de ese arte eminente que es el ‘arte de educar’. En el amplio panorama cultural de cada nación, los artistas tienen su propio lugar. Precisamente porque obedecen a su inspiración en la realización de obras verdaderamente válidas y bellas, no sólo enriquecen el patrimonio cultural de cada nación y de toda la humanidad, sino que prestan un servicio social cualificado en beneficio del bien común».

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Portón en Buckinham Palace – Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press

Es la Fe la mayor verdad a la que puede aspirar el hombre en esta tierra, verdad tan alta que el mero entendimiento natural no la llega a alcanzar y por ello le fue revelada. Pues bien, «el arte, incluso más allá de sus expresiones más típicamente religiosas, cuando es auténtico, tiene una íntima afinidad con el mundo de la fe»; es «una especie de puente tendido hacia la experiencia religiosa. En cuanto búsqueda de la belleza, fruto de una imaginación que va más allá de lo cotidiano, es por su naturaleza una especie de llamada al Misterio». Juan Pablo II llega a repetir la «convicción de que, en cierto sentido, el ícono es un sacramento» en el sentido de que el conjunto de los principios estéticos que inspiran a estas representaciones religiosas orientales, permite que allí se haga «presente el misterio de la Encarnación en uno u otro de sus aspectos». Vemos pues aquí otra importantísima función social del Arte que produce Belleza, que es la de ambientarnos en la Fe y prepararnos para la Fe.

Pero no solo los íconos, sino el gregoriano, las insignes catedrales góticas, o románicas, Fra Angélico, composiciones como las de Tomás de Victoria, Palestrina, en fin, todo verdadero arte donde lo ‘bello’ se conjuga con lo ‘verdadero’ y lo ‘bueno’, estableciendo así un camino por el cual «los ánimos fueran llevados de lo sensible a lo eterno». Qué mayor función social de las cosas bellas que hacernos presentes al Absoluto y encaminarnos al Absoluto. En ese momento todo se ordena.

Por Saúl Castiblanco

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1 Juan Pablo II. Carta a los Artistas – A los que con apasionada entrega buscan nuevas «epifanías» de la belleza para ofrecerlas al mundo a través de la creación artística. 4 de Abril de 1999. (Todas las citas de este artículo son tomadas de la Carta a los Artistas, salvo especificación contraria).

2 Alabanzas al Dios altísimo, vv. 7 y 10: Fonti Francescane, n. 261, Padua 1982, p. 177, citado por Juan Pablo II en la Carta a los Artistas.

3 Leyenda mayor, IX, 1: Fonti Francescane, n. 1162, l. c., p. 911, citado por Juan Pablo II en la Carta a los Artistas.

4 Mensaje a los artistas (8 diciembre 1965): AAS 54 (1966), 13, citado por Juan Pablo II en la Carta a los Artistas.

 

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