sábado, 27 de abril de 2024
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Pero entonces, ¿sí hay guerra justa?

Análisis de algunas variaciones, pero sobre todo de las permanencias.

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Foto: Stijin Swinnen

Redacción (25/10/2023, Gaudium Press) Expresa Juanjo Romero en Infocatólica un ejemplo más, de que ciertamente la realidad debe ser siempre el fundamento de la idea. Al final, siempre volvemos a la ontología, to be, or not to be

Descendiendo pues a lo concreto, recuerda Romero lo expresado en Fratelli Tutti n. 258 de que “hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’”. La razón para la no sostenibilidad hodierna de la ‘guerra justa’, doctrina por demás muy enraizada en la Tradición, resumiendo, sería que “los riesgos [de esta guerra] probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya”.

Es claro entre tanto, que un riesgo, probable (por ejemplo el de abuso del derecho), no puede de por sí anular un derecho, cuál es el de defenderse de la agresión injusta, como la ocurrida contra Ucrania o más recientemente contra Israel.

De hecho, ante la ahora realidad brutal de estas guerras, parece haber variado el pensamiento del Pontífice al respecto, al afirmar, como lo hizo en la Audiencia del pasado 11 de octubre, que “quien es atacado tiene derecho a defenderse, pero me preocupa mucho el asedio total bajo el que viven los palestinos en Gaza, donde también ha habido muchas víctimas inocentes”.

Verdaderamente, como recuerda Romero, el derecho a defenderse puede constituirse (y con frecuencia se constituye) incluso en un deber: un Estado no velaría por el bien común de sus ciudadanos y estaría incumpliendo totalmente su deber si no emplease los medios a su alcance y proporcionados para repeler y prevenir cualquier acción terrorista. Y entre estos medios proporcionados, es claro, normalmente se incluye el desmantelamiento de estructuras que tienen como fin la muerte de sus ciudadanos. Pero claro, la reacción debe ser proporcionada y en todo ajustarse a… la doctrina casi bimilenaria tradicional que la Iglesia ha destilado sobre la ‘guerra justa’.

Además, de la guerra justa, es fácil saltar como lo hace Romero, al análisis de otro punto de doctrina por estos días en cuestión como lo es el de la pena de muerte.

Porque es evidente que la autoridad al validar el derecho a la defensa (por ej. en un caso como el de Israel), está incluyendo dentro de esta validación la posibilidad de eliminar la vida del injusto agresor, no por un deseo de eliminación de esta vida en cuanto tal, sino como un medio de salvaguarda de un bien superior, como es el bien común del Estado, lo que es una de las razones tradicionales argüidas para la justificación de la pena de muerte, desde el punto de vista doctrinario.

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Hay una regla de hermenéutica muy útil, que dice que ante la no claridad total de ciertos puntos en nuevas emanaciones doctrinarias, o en la interpretación de estas nuevas doctrinas al interior de la Iglesia, cualquier duda debe aclararse en continuación con la enseñanza anterior y usando la enseñanza anterior como faro. Este tipo de hermenéutica es como un acto de respeto hacia el Espíritu Santo, que es el mismo ayer, hoy y siempre, y que ha hablado por boca de la Iglesia no solo hoy, sino también ayer y siempre.

Justamente esa inmutabilidad del Espíritu Santo y su constante permanencia junto a su Esposa Mística la Iglesia, debe llevar al fiel católico, y más a los pastores, a un amor a la doctrina tradicional mayor incluso que el que se tendría por unos cabellos de Cristo o de la Virgen, porque es una manifestación esencial de la vida del propio Dios a través de la Iglesia.

Afirmaciones basadas en ‘riesgos’ y ‘probabilidades’, que contrarían doctrinas milenarias, no son faros sino ellos sí grandísimos riesgos. Gracias a Dios el católico, como lo recordó en estos días el Cardenal Müller, siempre tendrá a la mano la defensa de las murallas firmes de la tradición de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, tanto de su doctrina magisterial definitiva como de la magisterial ordinaria constante, que también termina siendo definitiva.

Por lo demás, la forma más eficaz de evitar las guerras y alcanzar la paz, es buscar la paz de Cristo en el Reino de Cristo, esto es, que Cristo, su gracia, y su enseñanza (ya interpretada por la Iglesia en su esencia de forma constante desde hace 2000 años) reinen en los corazones y las sociedades. Lo otro, terminará siendo un humo que se lo lleva el viento, o la guerra… (SCM)

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