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Eclipse de sol… eclipse de Dios

Redacción (Miércoles, 03-07-2019, Gaudium Press) Contemplando el atardecer o el amanecer podemos entenderlos, aprender mucho, extraer lecciones de vida.

Tal vez, más que analizar exhaustiva y empíricamente estos acontecimientos, sea más útil e interesante aprovechar las analogías a las que ellos pueden llevarnos y de ahí sacar conclusiones que pueden ser aplicadas hasta en la vida espiritual.

Es solo así que vale la pena admirar, contemplar y… aprovechar estos fenómenos que suceden gratuitamente delante de nosotros.

Concretamente, ayer se produjo un eclipse solar.

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Eclipse de Dios

El oscurecimiento de la Fe y del sentido de Dios podría ser comparado a un eclipse solar total: es un acontecimiento asombroso.

Un filósofo llamado Martin Buber compara las lecciones que un eclipse ofrece con la vida que se vive en nuestros días, con la «hora histórica que el mundo atraviesa».

Para él, actualmente, vivimos un «eclipse de la luz del cielo», un «eclipse de Dios». (1)

La cultura actual eclipsa a Dios

Fue valiéndose de esa analogía que el Papa Emérito Benedicto XVI observó que la cultura actual tiende a excluir a Dios o a considerar la Fe como un asunto privado, sin repercusión en la vida social; esto ocasiona el «eclipse de Dios», el cual no es apenas un olvido, sino «un verdadero rechazo del Cristianismo y una negación del tesoro de la Fe recibida». (2)

Ese eclipse de Dios amenaza con destruir la propia existencia del hombre, pues, apagándose el sentido del pecado y el sentido de Dios, que lo fundamenta, el hombre naufraga en su egoísmo; crecen sin frenos la ambición y la crueldad, se extinguen los sentimientos de compasión y afecto, el tener pasa a valer más que el ser, el bienestar material y el placer – aún lo ilícito – se convierten en lo supremo de la vida, todo se reduce a la eficiencia económica y al consumo desordenado, y son relegados los valores más profundos de la existencia – espirituales, morales y relacionales. (3)

Finalmente, oscureciéndose el sentido de Dios, se apaga también el propio sentido del hombre: «Sin el Creador, la criatura no subsiste. […] Antes, se olvida de Dios, la propia criatura se obscurece». (4)

Eclipse del sentido del ser, eclipse del pecado

Los lamentables efectos del eclipse de Dios y de la pérdida del sentido del pecado ensombrecen nuestra época, pues, como advierte el Catecismo, «ignorar que el hombre tiene una naturaleza dañada, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el campo de la educación, la política, la acción social y las costumbres». (5)

«¡Oh feliz culpa, que mereció tal y tan gran Redentor!»

En esta hora dramática, sin embargo, no debemos desanimarnos; brilla además la esperanza en nuestro mundo enfermo:

«El pueblo que andaba en las tinieblas vio una gran luz; sobre aquellos que habitaban una región tenebrosa resplandeció una luz» (Is 9, 1).

Esa luz es Jesucristo, el cual nos enseña que quien necesita de médico son los enfermos, no los sanos.

Y para eso Él, nuestro Divino Médico, vino al mundo: para salvarnos, a nosotros, pecadores, y llevarnos a la conversión (cf. Mc 2, 17).

«¡Oh feliz culpa, que mereció tal y tan gran Redentor!», cantamos en la Vigilia Pascual, porque, si son terribles el pecado y sus consecuencias, inmensamente más es el que Cristo para nosotros conquistó con su muerte y gloriosa Resurrección, de manera que «donde abundó el pecado, la gracia abundó mucho más» (Rm 5, 20).

Por eso la Iglesia, constituida por Cristo como «sacramento universal de salvación», (6) no cesa de instar a los pecadores que reconozcan sus pecados y acudan a la fuente inagotable de la misericordia, tal como lo hicieron el hijo pródigo y el buen ladrón, o como aquella dichosa mujer que por su compostura mereció oír estas palabras de consuelo:

«Sus numerosos pecados le fueron perdonados, porque ella ha demostrado mucho amor» (Lc 7, 47). No olvidemos, sin embargo, esta dulce advertencia: «Ve y no vuelvas a pecar» (Jo 8, 11).

Confiar en sí y estar ciego…

Ese perdón misericordioso de Dios se manifiesta de modo especial en el Sacramento de la Reconciliación.

Allí el propio Jesús, en la persona del sacerdote, espera para brindarnos a manos llenas su bondad y su clemencia. Solo una cosa es necesaria: reconocer con humildad que pecamos.

«Quien confía en sí mismo y en los propios sentimientos está como que ciego por su ‘yo’ y su corazón se endurece en el pecado.

Al contrario, quien se reconoce frágil y pecador confía en Deus y de Él obtiene gracia y perdón». (7)

María, luz y esperanza

Pero si, a pesar de todo, el recuerdo de la enormidad de nuestros pecados nos perturba, en nuestra conciencia las culpas nos avergüenzan y la justicia de Dios nos hace estremecer, no nos dejemos abatir por la angustia ni caigamos en el abismo de la desesperación. (8)

Por el contrario, recurramos sin demora a María Inmaculada, Madre del Señor y nuestra Madre amadísima, y le supliquemos: «Rogad por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», con la certeza de que quien confía en su poderoso auxilio nunca será abandonado.

Por Joao Sergio Guimaraes
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1 – Cf. BUBER, Martin. El eclipse de Dios. Estudios sobre las relaciones entre religión y filosofía. Buenos Aires: Nueva Visión, 1984, p.25.
2 – BENEDICTO XVI. Mensagem para a XXVI Jornada Mundial da Juventude.
3 – Cf. JOÃO PAULO II. Evangelium vitæ, n.23.
4 – Cf. CONCÍLIO VATICANO II, op. cit., n.36.
5 – CCE 407.
6 – Cf. CONCÍLIO VATICANO II. Lumen gentium, n.48.
7 – BENTO XVI. Discurso aos participantes no curso sobre o foro interno, organizado pela Penitenciaria Apostólica, de 7/3/2008.
8 – Cf. SÃO BERNARDO DE CLARAVAL. Homilía II en alabanza de la Virgen Madre. In: Obras Completas. 2.ed. Madrid: BAC, 1994, t.II, p.639.

 

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