jueves, 28 de marzo de 2024
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Cuando Dios derramó sobre la tierra su caja de colores

Bogotá (Martes, 23-03-2010, Gaudium Press) Sabemos por la teología y la filosofía cristiana que la felicidad que todos anhelamos sólo la hallaremos cuando contemplemos a Dios cara a cara por toda la eternidad en el cielo. Solo allí, y en Él, nuestra ansia de una dicha completa, sin nubes, total y que no acabe, será plenamente satisfecha. Solo la «posesión» del Absoluto nos saciará.

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Por Isolano

Sobre ese ‘lugar’ de dicha nos dice el Apocalipsis: ««Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva – porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos, y ellos serán su pueblo, y él, Dios con ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado». Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo». (…)La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.»»

Pero, todo ello… ¿Sólo en cielo? ¿Es esta tierra, meramente, un doloroso valle de lágrimas, lugar de castigo y expiación por el pecado de nuestros primeros padres, donde solo queda recoger fuerzas para -con resignación- cargar la cruz que nos llevará, si bien cargada, al paraíso? Que esta tierra es un valle de lágrimas, es algo que la experiencia cotidiana no deja de recordarnos continuamente…

Entretanto, y para nuestro alivio, es claro que Dios ya se nos manifiesta en este mundo, de múltiples maneras, dándonos un antegusto de la felicidad infinita que Él nos promete.

Dios se nos «manifiesta» sobrenaturalmente por medio de la gracia, que es una participación misteriosa de su propia vida divina, y que nos viene principalmente a través de los sacramentos y la oración. Es la manifestación más íntima que nos hace Dios, pues es su propia vida divina que empieza a circular en nuestros espíritus, santificándonos.

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Por Kookr

Pero también Dios se manifiesta, de forma natural, en ese gran catecismo que es el ‘Libro abierto de la Creación’, pues «lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Romanos 1 ,20).

Realmente -ironizando un poco con un asunto que es realmente importante- podemos decir que Dios no creó una cámara de torturas, llamada Tierra, para que soportándola, adquiramos el derecho a entrar a ese espléndido ‘Resort’, llamado Cielo. Primero, porque el Cielo no es un resort. Y segundo, porque Dios ya ha creado aquí, en este Universo innumerables cosas que nos pueden dar esos preanuncios de la felicidad eterna.

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Recibimos en nuestra casilla electrónica una presentación de esas que felizmente están circulando con abundancia por el ciberespacio, titulada algo así como «Cuando Dios derramó sobre la tierra su caja de colores», conteniendo tomas espectaculares de ambientes naturales.

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By Indy Kethdy

No traía comentarios, tal vez estos sobraban, pues lo que verdaderamente cabía era la admiración. Solo podemos decir, una vez más con San Buenaventura, que en todas esas maravillas debemos ver a Dios. Porque todo les viene de Dios.

Con Juan de Santo Tomás repetimos que «aunque el oro (..) sea verdadero, sin embargo, el hecho de poseer determinada esencia, forma y definición (…) lo tiene de algunos principios de los que se origina y de los que es participada tal forma y tal esencia. Estos principios son las ideas divinas y la verdad divina, de donde se toma toda determinación específica de la cosa y de la esencia o de la forma que le conviene; como las cosas artificiales los tomas del arte y de las ideas del artífice» (Cursus Theologicus, II q 22 a 1 n 17). Todo lo que «es» viene de Dios y nos habla de Dios, si queremos escucharlo.

Por ejemplo los colores. Existen azules que hablan de una pureza inmaculada, de la paz que habita en el alma inocente, de la serenidad y tranquilidad que moran en el candor de un espíritu infantil: Es el azul de un «cielo azul sin nubes».

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By Georgie Sharp

Hay rojos que convocan a la faena, al desarrollo de las potencialidades, a la acción, al fragor de una lucha por las cosas que merecen, a la manifestación del dinamismo que habita en todo lo que se mueve, a la expresión de la plenitud de la vida: Es el «rojo de la sangre», el carmesí del vigor.

Existen verdes plácidos, que renuevan la esperanza, que sosiegan las pasiones, que invitan al reposo reparador, que equilibran, que serenan el espíritu: Es el «verde de las praderas», de las montañas. Y así podríamos seguir con todo el arco iris.

Entretanto , ¿qué es la pureza, la inocencia, la serenidad, el candor, la vida, la esperanza -que se manifiestan en los colores- sino expresiones cercanas del Ser Divino, el cual todos ansiamos?

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By Laurence & Annie

Con Juan Cruz decimos que «no tenemos intuición de las ideas divinas que, como causa y medida de lo real natural, pudieran darnos la entraña de lo real» (Creación, Signo y Verdad – Metafísica de la Relación en Tomás de Aquino). Entretanto, «los accidentes y las propiedades (que sí nos son manifiestos) regulan nuestro acercamiento a las cosas». Y a través de la visión de esos accidentes y esas propiedades, que nos van descubriendo la esencia de esas cosas -visión creciente por la contemplación- podemos llegar a Dios.

Llegar a Dios como San Agustín, quien ahí arribó, tarde según él, pero cuán plenamente: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! (…) Me llamaste, me gritaste, y desfondaste mi sordera. Relampagueaste, resplandeciste, y tu resplandor disipó mi ceguera. Exhalaste tus perfumes, respiré hondo y suspiro por ti. Te he paladeado, y me muero de hambre y de sed. Me has tocado, y ardo en deseos de tu paz.» (San Agustín, Una especie de Luz)

Por Saúl Castiblanco

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