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La Santa Misa, ¿un sacrificio?

(Miércoles, 18-08-2010, Gaudium Press) Cierto día, un joven vino a pedir ayuda a su párroco. Se trataba de un caso muy serio, para el cual el muchacho no veía remedio. Habría una reunión el próximo domingo, respecto a la doctrina católica, y esta conferencia sería presidida por un orador muy famoso. Todos sus amigos irían, y él no quería perder un evento de tamaña relevancia.

Por esto, pedía al sacerdote que diese otro sacrificio, pues el del domingo él no podría realizar. Al oír este pedido el Padre no entendió a qué se refería el joven. Aconsejó entonces al muchacho que le explicase mejor. El joven le dijo: «Es que la reunión será justo en el horario del Santo Sacrificio de la Misa. De este modo, le pido que me dé otro sacrificio en lugar del Santo Sacrificio del Domingo».

Esos pensamientos pueden ser los de muchas personas, y no siempre tan jóvenes. La duda de nuestro joven  puede expresarse de la siguiente manera: ¿Por qué la Santa Misa es llamada de Sacrificio?

La gran cuestión se centra en el concepto de sacrificio. ¿Qué es en realidad un sacrificio? Para muchos el sacrificio es una acción muy dolorosa que se debe realizar, y de la cual no hay forma de escapar. Este concepto es por demás simple y no muestra el real contenido de un sacrificio, llegando así a confundir las ideas de las personas.

missa21-200x300.jpgSegún la doctrina católica, el sacrificio, en su sentido más estricto, es «la ofrenda externa de una cosa sensible, con cierta destrucción de la misma, realizada por el sacerdote en honor a Dios para testimoniar su supremo dominio y nuestra completa sujeción a Él».[1]

Este concepto se aplica enteramente a la Santa Misa, lo que hace de este augusto acto un perfecto y excelente sacrificio, denominado Santo Sacrificio de la Misa.

Ofrenda externa: no es por tanto un acto interior, el cual no es conocido por nadie. Al contrario, la Santa Misa es una oración oficial de la Iglesia, centro y fuerza vital del Cuerpo Místico de Cristo[2].

Y ¿qué ofrenda? Es el propio Hijo de Dios que se ofrece en las especies de pan y vino. ¿Habrá ofrenda más agradable a Dios que Su propio Hijo bien amado en el cual está todo su agrado[3]?

De una cosa sensible: es de primordial importancia para el hombre que el sacrificio sea de algo sensible, pues estando el hombre compuesto de cuerpo y alma, el sacrificio debe atender también al cuerpo y no solo al alma. En la Santa Misa lo que atiende a la sensibilidad del hombre es el hecho de ofrecerse el propio Cuerpo y Sangre de Cristo en las especies de pan y vino transubstanciados.

Con cierta destrucción de la misma: para ser un sacrificio en estricto sentido, es necesario que aquello que se ofrece sea enteramente destruido. Es lo que se da en la Santa Misa por la comunión del sacerdote y los fieles del Cuerpo y Sangre de Jesucristo.

Realizada por el sacerdote: es una «conditio sine qua non» para la existencia de la Santa Misa, un sacerdote debidamente consagrado por la imposición de las manos de un obispo.

En honor a Dios, para testimoniar su supremo dominio y nuestra completa sujeción a Él: No hay acto que más honre a Dios que la Santa Misa. Es la renovación incruenta, esto es, sin derramamiento de sangre, del Sacrificio del Calvario, realizada por el propio Cristo en la persona de su ministro. Al mismo tiempo, el hombre es invitado a confesar su total dependencia al Señor, no dejando, por eso, de pedirle ayuda y fuerzas para vencer las luchas de nuestro valle de lágrimas.

La Santa Misa es, pues, la más bella expresión externa en honor a Dios, una vez que es por Él mismo ofrecido como Segunda Persona de la Santísima Trinidad, constituyendo así el verdadero Sacrificio de la Nueva Ley, su sentido más estricto y perfecto.

Sepamos, por tanto, aproximarnos a este Sublime Sacrificio, no como una carga o una dificultad, sino, al contrario, como un auxilio en las grandes dificultades del mundo y de nuestra vida particular. Acerquémonos a la Cena del Señor con verdadera Fe y piedad, sabiendo que todo, absolutamente todo, lo que nosotros pedimos a Él, no nos negará, pues estas fueron sus palabras: «cualquier cosa que pidieres en mi Nombre, será hecho» (Jn 14, 13). De esta manera no recibiremos la recriminación de Nuestro Señor: «Aún no pediste nada en mi nombre (…)» (Jn 16, 24).

Por Millon Barros
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[1] ROYO MARÍN, Antonio. Teología moral para seglares. Madrid: BAC, v. I, p. 286.
[2] Cfr. Ecclesia de Eucharistia, Juan Pablo II, 17 de Abril de 2003.
[3] Cf. Mt 3, 17

 

 

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