martes, 16 de abril de 2024
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"La Vida, don de Dios; la familia, patrimonio de la humanidad": declaración del Consejo Episcopal Permanente del Episcopado paraguayo

Asunción (Jueves, 26-08-2010, Gaudium Press) Reunidos en Asunción el pasado 20 de agosto -justo en la conmemoración de San Bernardo, Abad- el Consejo Episcopal Permanente del Episcopado paraguayo emitió la declaración titulada «La Vida, don de Dios; la familia, patrimonio de la humanidad», como respuesta al avance de modelos e ideologías que atacan directamente el núcleo de la sociedad. A continuación exponemos el documento completo.

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La vida, don de Dios; la familia, patrimonio de la humanidad

La sexualidad humana

En la gestación de una nueva vida, la naturaleza nos presenta al mundo al nuevo ser, varón o mujer. Dios es el creador y el dueño de la vida, conforme a nuestra fe cristiana. Allí se determina el sexo diferenciado de cada cual. En cada uno de ellos está en germen la potencia de una nueva vida. Por eso llamamos a la sexualidad humana un fenómeno positivo y un don de Dios.
La unión de la sexualidad con el amor es fundamental. Desvincularlos deriva fácilmente en abusos y tergiversaciones sobre el verdadero sentido de la sexualidad humana. «El amor humano abraza también el cuerpo y el cuerpo expresa igualmente el amor espiritual. La sexualidad no es algo puramente biológico, sino que mira a la vez al núcleo íntimo de la persona.»(Sexualidad Humana: verdad y significado, Nº 3, Pontificio Consejo para la Familia).

Varón y Mujer- Dos sexos irrenunciables

CEP.jpgEl varón y la mujer están orientados a dar una nueva vida, en la responsabilidad compartida de sus actos maritales. Es la expresión plena del compartir humano, expresión del amor -eros – como experiencia matrimonial. Desde la fe consideramos el matrimonio como un don de Dios para la humanidad porque prolonga la ininterrumpida corriente de la transmisión de la vida para la continuidad de las generaciones.

El Señor los creó varón y mujer, para que, unidos, expresen la estabilidad del matrimonio. Solamente en ese fundamento sólido se puede construir una sociedad; solamente ahí hay fecundidad y las condiciones fundamentales para el desarrollo de una sociedad.

En fin, Dios ha querido donar a la unión del hombre y la mujer una participación especial en su obra creadora. Por eso ha bendecido al hombre y la mujer con las palabras: «Sed fecundos y multiplicaos» (Gn 1, 28). En el designio del Creador, complementariedad de los sexos y fecundidad pertenecen, por lo tanto, a la naturaleza misma de la institución del matrimonio.

Además, la unión matrimonial entre el hombre y la mujer ha sido elevada por Cristo a la dignidad de sacramento. La Iglesia enseña que el matrimonio cristiano es signo eficaz de la alianza entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5, 32). Este significado cristiano del matrimonio, lejos de disminuir el valor profundamente humano de la unión matrimonial entre el hombre y la mujer, lo confirma y refuerza (cf. Mt 19, 3-12).

La familia

Esta comienza con el nacimiento del primer hijo. La relación varón-mujer se transforma en una relación varón-mujer-hijo, dándole al amor una dimensión de paternidad-maternidad-filiación. Esta triple manifestación del amor humano es tan sagrada como el matrimonio mismo y debe ser protegida con sus propios derechos y también sus obligaciones.

La familia es una institución fundamental, con un valor humano y cristiano, que contribuye a la estabilidad de la convivencia social. En ella, el matrimonio está llamado a cumplir una misión específica en la sociedad y ocupa un lugar esencial, por lo que se lo debe promover, apreciar y vivir.

En el documento de los Obispos Latinoamericanos reunidos en Aparecida, Brasil, Nº 432 y 433, leemos: «La familia es uno de los tesoros más importantes de los pueblos y es patrimonio de la humanidad… la familia cristiana está fundada en el sacramento del matrimonio entre un varón y una mujer, signo del amor de Dios por la humanidad y de la entrega de Cristo por su esposa, la Iglesia. Desde esta alianza de amor, se despliegan la paternidad y la maternidad, la filiación y la fraternidad, y el compromiso de los dos por una sociedad mejor.»

Los niños y los jóvenes

Desde el comienzo de la vida hasta la juventud se necesita de la familia bien constituida, donde varón y mujer ejercen responsablemente su rol de papá y mamá. Ella es el soporte afectivo fundamental y es la primera escuela de aprendizaje del valor de la propia identidad y del sentido de la vida.

La familia no siempre puede dar el hogar seguro que buscan los hijos, así como el acompañamiento, afecto y contención que necesitan. La carencia de esos valores, en no pocas ocasiones, es un motivo de escape y refugio en los vicios y en las adicciones desde una edad cada vez más temprana.

Un número cada vez mayor de niños y jóvenes son afectados por problemas muy graves, a saber: el suicidio, la violencia en los distintos ámbitos de la sociedad, los embarazos precoces, las enfermedades de transmisión sexual, como la pandemia del VIH (SIDA), las amistades malsanas, el limitado e inadecuado acceso a los beneficios de la cultura y de la recreación, entre otros.

Conclusión

Ante el avance de modelos, perspectivas e ideologías que atacan directamente a la familia como fundamento de la sociedad, es necesario reafirmar la defensa de la institución de la Familia y del Matrimonio. Esta defensa es responsabilidad de todos, en especial de los que ejercen el poder político de la República, Ejecutivo, Legislativo y Judicial, así como las organizaciones de la sociedad civil, que incluye a la Iglesia católica y a todas las confesiones cristianas, particularmente de los medios de comunicación social y de todas las personas de buena voluntad.

La consideración de estos temas vitales para la humanidad, y para toda sociedad en concreto, obliga a elaborar un plan educativo que construya personalidades fuertes y firmes. De esta manera, el niño y el joven tendrán la capacidad de afrontar los problemas que derivan de conceptos equivocados sobre el matrimonio y la familia, y que desvirtúan la edificación sólida de una personalidad integrada y equilibrada. Insistimos en la participación de los padres de familia, sobre todo en la elaboración del Plan Educativo Nacional, con el fin de salvaguardar la educación de sus hijos. El contenido de dicho Plan Educativo debe fundamentarse en los valores humanos y cristianos, acordes a la tradición de un país como el nuestro, si queremos construir una sociedad armoniosa y coparticipativa en los bienes temporales y espirituales de la nación.

Asunción, 20 de Agosto de 2010, Fiesta de San Bernardo, Abad.

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