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La Verdad y la Fórmula con que el dogma es expuesto en la Iglesia

Redacción (Lunes, 31-10-2011, Gaudium Press) En el dogma distinguimos dos partes: la verdad y la fórmula con que esta verdad es propuesta. La fórmula es evidentemente susceptible de evolución, entretanto, no la verdad en ella contenida.

La Iglesia enseña que la fórmula del dogma puede variar, teniendo ella una perfección relativa, sin embargo no en cuanto a la substancia porque ella misma es una verdad absoluta e inmutable. Únicamente en este sentido es que se debe entender la frase «evolución del Dogma».

Notre_Bonne_Mere-225x300.jpgEl Dogma de la Inmaculada Concepción se proclamó en el siglo XIX, entretanto ya estaba contenido en la Biblia y en la Tradición. La Iglesia no hizo otra cosa que sacar de allí para definirlo de una forma simple.

A veces, los dogmas son definidos y proclamados en razón de que existen doctrinas que niegan la verdad de la fe o parte de ella. En otros casos, el influjo del Espíritu Santo que inspira las investigaciones teológicas, la devoción del pueblo, la atención de los obispos, y así la Iglesia es movida a profundizar de una manera especial una verdad de fe hasta llegar a una definición dogmática.

Entretanto en todos los casos se debe observar el obrar de la providencia Divina en su infinita Misericordia, respondiendo a la oración de la Iglesia, pues cada dogma es una gracia concedida por Dios en un momento determinado de la historia.

Esto debe ser resaltado y repetido; el dogma es una gracia, por tanto, para que Dios la conceda es necesaria y decisiva la oración del pueblo fiel.

Tres etapas en la maduración de una definición dogmática.

Los teólogos acostumbran a distinguir tres etapas en la maduración de una definición dogmática. La primera es que desde los primeros siglos del cristianismo una verdad fue creída y vivida por el pueblo de Dios con total paz sin discusiones ni divisiones, y tal verdad podía ser objeto de culto litúrgico como, por ejemplo, las antiquísimas fiestas de la Asunción de María y su Inmaculada Concepción.

De esta etapa de mayor o menor duración nos queda el Magisterio de los Papas y obispos, y la tradición testimoniada por los Santos y Padres de la Iglesia.

Una segunda fase es la profundización teológica de los fundamentos de esta verdad, sea por interés de su estudio o por la urgencia delante de posibles objeciones o errores. En esta etapa aparecen casi siempre las controversias o dificultades de la época, o herejías declaradas, y así se llega a la etapa de decidir una definición y proclamarla, a veces, con mucha urgencia como en el Concilio de Efeso, y así lo hace, con la gracia especial del Espíritu Santo, el Sumo Pontífice solamente o con un concilio Ecuménico.

Por último, la declaración de un dogma siempre trae paz y regocijo al pueblo fiel y las almas se tornan dispuestas a escuchar la palabra Dios a través de quien lo represente.

Tradicionalmente los Papas denominan sus documentos con las primeras palabras del texto latino, escogidas de modo tal que expresen el punto de partida del pensamiento contenido en él. Juan Pablo II inició la Constitución Apostólica para la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica con las palabras: Fidei depositum- el depósito de la fe – para que con este título se la reconozca: («Fidei depositum custodiendum Dominus Ecclesiae suae dedit, quod quidem munus Ipsa idesinenter explet»… – conservar el depósito de la fe es la misión que el Señor encomendó a su Iglesia y que ella realiza todo el tiempo…»).

Como dijimos, el depósito de la fe contiene todas las verdades de la revelación cristiana contenidas en las sagradas Escrituras y en la tradición. El cristianismo consiste en creer y vivir estas verdades. Ellas constituyen una sola y armoniosa unidad. Cuando se pone en duda a una, se duda de todo el conjunto de la doctrina católica; de la misma forma también, todo el cristianismo es iluminado cuando la Iglesia expone alguna de estas verdades.

Concluimos que es necesario tener en cuenta que la definición y proclamación de un dogma tiene una profunda significación para la Iglesia y el mundo. Por eso en este capítulo se intentó destacar que un dogma no solamente tiene un desarrollo de maduración teológica, sino que comporta un proceso vital de toda la Iglesia. Es que la verdad que se está estudiando concierne a la Fe, y, por tanto a toda la vida cristiana, como afirma LICCIARDO: «todos los dogmas católicos transcienden el marco de la especulación pura, y tienen profundas y extensas consecuencias en la vida práctica y social: si así no fuese, el cristianismo sería tan solamente doctrina y no vida».

Por Inácio Almeida

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