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La fuerza de la mirada

Redacción (Jueves, 19-04-2012, Gaudium Press) Se cuenta que el rey Felipe II, de España, al visitar la magnífica edificación del Escorial que había mandado construir, se deparó con una columna en el centro de una de las salas que no se había planeado colocar.

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Felipe II

Ordenó, entonces, que se llamase al arquitecto responsable y le interrogó al respecto. Riéndose de lo que había hecho, el jefe de construcción dio un golpe en la columna y ésta se deshizo: la pilastra era falsa. El rey lo miró seriamente, reprendiéndolo con esa mirada, y se retiró sin proferir una sola palabra. Algunos días más tarde, el arquitecto murió de pena.

Delante de tal hecho, podríamos preguntar: ¿qué fuerza hay en la mirada humana capaz de cambiar la vida de un hombre? Hay personas que tienen el don de elevar y encantar; otras, el poder de desconcertar, o hasta incluso de atemorizar por el simple hecho de mirar. No es, pues, ¿verdad que una mirada de reprobación, venida de alguien a quien se ama, duele más que un castigo físico? ¿De dónde procede, entonces, ese misterioso poder de la mirada?

Consideremos la jerarquía del cuerpo humano: la cabeza es el miembro más noble, pues ahí se reúnen los principales sentidos. Todas las funciones vitales son comandadas por el cerebro, y éste emite mensajes para los miembros inferiores, a fin de que cada cual cumpla con su función.

En el reino vegetal, entretanto, está «la parte superior dirigida para lo que es más bajo del mundo, pues las raíces corresponden a la boca […]. Los animales, a su vez, se encuentran en una situación intermediaria, pues la parte superior del animal es aquella por la cual recibe comida» 1; el hombre, sin embargo, tiene el cerebro en la parte más elevada.

Al hombre, los sentidos fueron dados con vistas al conocimiento y la contemplación. Por esa razón, tiene el tronco erecto para que, valiéndose de los sentidos, y principalmente de la visión, que es «el más sutil y el que muestra más diferencia en las cosas» 2, puedan conocer todo lo sensible, tanto del firmamento, como de la Tierra.

Diversamente de los hombres, el animal posee los sentidos visando simplemente su propia sustentación y defensa. Por eso, tiene el hocico inclinado hacia la tierra, como para buscar alimento y proveerse de lo necesario para vivir 3.

Si la visión es el sentido que más permite recibir nuevos conocimientos de las cosas, las personas, las circunstancias, y lo que va atrás de lo llamativo y curioso, podemos, entonces, afirmar que este es el «más noble de los sentidos» 4.

Ahora, si todo conocimiento exterior, según Santo Tomás, que se fija en el intelecto pasó antes por los sentidos, siendo estos imprescindibles en el proceso del conocimiento, la visión tiene primacía en el orden del conocimiento.
Analizando lo bello y lo bueno, y la percepción de los mismos, «son la vista y la audición los sentidos superiores, por satisfacer a la razón»:

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La mirada de Cristo, ventana perfectísima de su divinidad

«Lo bello es idéntico al bien pero posee una diferencia de razón. De hecho, siendo el bien lo que todos desean, es de su razón calmar el apetito. Al paso que es de la razón de lo bello calmar el apetito con su vista o conocimiento. Por eso se refieren principalmente a lo bello los sentidos más cognoscitivos, a saber, la vista y la audición, que sirven a la razón. Así, decimos, bellas vistas y bellos sonidos. […] Para los otros sentidos no usamos la palabra belleza; pues no decimos bellos sabores ni bellos olores» 5.

Ahora, si a través de la mirada, el mundo exterior puede penetrar en el interior del hombre, en sentido inverso, es también por medio de la mirada que mejor se puede conocer lo que pasa en el interior de cada persona, como afirma Cornelio a Lápide, en los comentarios a los versículos 26 y 27 del capítulo 19 del Eclesiástico:

Por el semblante se conoce a la persona; por los trazos del rostro, a la persona sensata. La ropa de la persona, su sonrisa y su manera de caminar, todo revela de quién se trata. Así como se conoce a una persona por su modo de ser, también se conoce el secreto del alma de una persona en su rostro. […] El rostro, por tanto, es la imagen del corazón, y los ojos son el espejo del alma y de sus afecciones. […] así, el rostro y los ojos indican alegría o tristeza del alma, su amor o su odio; como también la honestidad o deslealtad e hipocresía 6.

Por detrás de la mirada humana se revela una gama de sentimientos ocultos, ya sea en el brillo inocente de los ojos de un niño, en la experiencia de la vida que se refleja en los párpados arrugados de alguien en el declive de su existencia, o incluso en la mirada de un criminal, la cual parece acusar sus malas intenciones. Ese es un vastísimo y riquísimo universo, que continuamente proclama la propia existencia a través de sus varias manifestaciones, y «el alma humana, es uno de los más elocuentes reflejos del Creador» 7.

Afirma Monseñor João Clá: «la mirada es el alma de la fisionomía, de manera que las demás expresiones del rostro y hasta el timbre de voz son solo un reflejo de la mirada» 8. Comprendiendo eso, queda clara la procedencia de la fuerza y atracción de la mirada, pues como una ventana que se abre para ver el interior de un recinto, el alma se hace ver desde los ojos.

Comprendiendo la estrecha unión entre el alma y la mirada, se entiende la capacidad de atracción de algunas fisionomías, cuya mirada denota inocencia, sacralidad y elevación; y, en sentido opuesto, la penumbra espiritual que trasparece de modo inevitable en los individuos fuera de la gracia de Dios…

Por Beatriz Alves dos Santos

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1 «Plantae vero habent superius sui versus inferius mundi (nam radices sunt ori proportionales), […]. Animalia vero bruta medio modo: nam superius animalis est pars qua accipit alimentum (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica I-II, q.91, a.3. Tradução de Aldo Vannucchi et al.).

2 «[…] qui es subtilior et plures diffrentias rerum ostendit» (Ibid. I, q.91, a.3, ad. 3. Trad. Aldo Vannucchi et al.).

3 Ibid. q.91, a.4.

4 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Prefácio. In: CAVALCANTI, Lamartine de Holanda. Psicologia geral, sob enfoque tomista. São Paulo: Sedes Sapientiae, 2009. p. 10.

5 «Pulchrum est idem Bono, sola ratione differens. Cum enim bonum sit quod omnia appetunt, de ratione boni est quod in eo quietetur appetitus: sed ad rationem pulchri pertinet quod in eius aspectu seu cognitione quietetur appetitus. Unde et illi sensus praecipue respiciunt pulchrum, qui máxime cognoscitivi sunt, scilicet visus et auditus rationi deservientes: dicimus enim pulchra visibilia et pulchros sonos. […] Aliorum sensuum, non utimur nomine pulchritudinis: non enim dicimus pulchros sapores aut odores» (SÃO TOMÁS DE AQUINO. Op.cit. I-II, q.27, a.1, ad. 3. Trad. Aldo Vannucchi et al.).]

6 CORNELIUS A LAPIDE, apud CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Prefácio. In: CAVALCANTI, Lamartine de Holanda. Op. cit. p. 12.

8 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O olhar de Jesus: Conferência. São Paulo: s.n, 1986.

 

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