sábado, 20 de abril de 2024
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"Quien cree en Dios acoge a los hermanos, en la convicción de que ellos ya constituyen su cielo aquí en la tierra", afirma el Arzobispo de Porto Alegre

Porto Alegre (Jueves, 02-08-2012, Gaudium Press) Con el título «La pregunta crucial», Mons. Dadeus Grings, Arzobispo metropolitano de Porto Alegre, estado de Río Grande del Sur, Brasil, en su más reciente artículo reflexiona sobre el siguiente cuestionamiento: ¿qué hacer para mostrar a los hombres, que buscan, como que a tientas, a Dios adorando ídolos, animales, astros, poder y riqueza?

De acuerdo con el prelado, dentro del método ver-juzgar-actuar se coloca otro, más filosófico, de la tesis, antítesis y síntesis, o sea, en el sentido de identificar una posición, colocarla en el contexto cultural y sacar las conclusiones prácticas. Y por eso, resalta Mons. Dadeus, es preciso hacer el reconocimiento de la divinidad en dos planos culturales: primero en el plano de la humanidad en general, tradicionalmente denominada pagana y, después, en la cultura judaico-cristiana; para concluir con el reconocimiento de la presencia de Dios en nuestro medio, por Jesucristo.

Para el arzobispo, hay que llevar hasta las últimas consecuencias este descubrimiento, para concretarla en las cuatro relaciones, que constituyen la personalidad humana: la introspección, cuando la persona se percibe a sí misma; la objetivación, al relacionarse con el mundo; la intersubjetividad que la refiere a los otros y la fe que la pone en contacto con Dios. «La religión no está en el plano de las ideas, sino de la acción. No busca, en primer lugar, responder al ‘por qué’. Le interesa más el para qué se vive», completa.

A primera vista, explica también Mons. Dadeus, la respuesta se reduciría a una serie de prácticas: moral, mandamientos y ascética, determinando lo que es ser practicante, o sea, cómo se practica la religión. En verdad, conforme el prelado, esta perspectiva parte de un punto de observación un tanto retrasado, que coloca la vida humana apenas en la individualidad, mirando tanto para su pasado como para su futuro personal, intentando vivir su presente, por así decir individual.

«Ahora, la vida humana no es individual, o sea, el individuo humano no pasa de abstracción. La individuación surge del intento de aislarla del contexto de la vida. Los filósofos amplían la visión en la seguridad de que el ser humano es él y sus circunstancias. Y decimos más: vivir humanamente es convivir. Por tanto, la pregunta fundamental a ser respondida por la vida no es: ¿por qué? ¿Ni para qué? ¿Sino para quién? En otras palabras, debemos cuestionar nuestra convivencia: ¿para quién vivimos: con quién vivimos? ¿Cómo convivimos?»

El arzobispo afirma que tenemos dos respuestas contrastantes: quien cree en Dios acoge a los hermanos, en la convicción de que ellos ya constituyen su cielo aquí en la tierra. «Convivir es vivir bien», dice. Y según él, quien no cree en Dios llega, con Sartre, a afirmar que los otros son nuestro infierno. «La convivencia se vuelve insoportable cuando no imposible, en este contexto», evalúa.

Por último, Mons. Dadeus cree que en esta perspectiva es posible entender lo que es el cielo y lo que significa el infierno, respectivamente, como meta de una caminata solidaria en la convivencia, o como meta de una caminata solitaria en el individualismo.

Para él, el cielo se expresa por el amor, donde Dios se torna todo en todos, y allí solo reina el amor. El infierno, al contrario, enfatiza el arzobispo, es la ausencia total del amor, donde nadie ama y nadie es amado, tratándose de una condición imposible de vivir.

«Si alguien, en esta vida, toma consciencia de esta situación, se suicida. No consigue llevar una vida así. Sucede que nuestro amor, así como la falta de amor, aquí en la tierra, nunca es total. Caminamos para una meta. Es importante para la caminata conocerla y, así, de algún modo, anticiparla por la esperanza: el cielo o el infierno comienzan aquí», concluye el prelado.

 

 

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