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La Beata Laura Montoya y la Virgen como puerta de entrada en sus misiones

Redacción (Viernes, 28-09-2012, Gaudium Press) Realmente fascinante es la vida de la Beata colombiana Laura Montoya (1874-1949), cuyo proceso de canonización sigue su buen curso. Su vida es una epopeya, llena de hechos maravillosos. Narra la fundadora de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena en su emocionante y fascinante autobiografía (1), que después de fundar varias casas en el occidente del departamento de Antioquia, (Dabeiba, Frontino) se lanza con alma de conquistadora de almas para la Iglesia, en lugares donde no había presencia del cristianismo.

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La Beata Madre Laura

Ella junto a sus Hermanas llegaron a Puerto César y después de hacer un viaje a Quibdó, se instalaron en una escuela de la intendencia del Chocó, donde trabajarían con los indios Kunas de la costa de Unguía. Más adelante llegaron a las tierras del istmo de Panamá. Bien podemos imaginar lo que era el transporte de la época, los peligros comunes. Nos refiere la Madre Laura en su autobiografía que el clima era malo, ardiente y húmedo… pero para quien ama no hay obstáculo. San Agustín decía: ama y haz lo que quieras. Quien mucho se sacrifica es porque ama mucho.

Rápidamente se vieron contagiadas de paludismo. Poco a poco los indios Caribes se fueron acercando a las hermanas. En toda ésta región del Golfo, nadie conoce una mujer Kuna o Caribe, la ocultan con sumo escrúpulo.

Para atraer a los nativos las religiosas colocaron a la entrada de la casa una imagen de la Virgen, lazo en el cual cayeron los felices visitantes. «¿Y quién es ésta?», preguntaban intrigados, porque nunca habían visto ni sabido nada de María Santísima. Este interés sirvió para irlos catequizando, suavemente. Los indios regresaban a sus comunidades, allí hablaban de Nuestra Señora, y volvían para conocerla aún más. Las Hermanas hablaban de las bellezas morales de María, su fidelidad, de Ella como modelo de mujer y madre y cómo Ella es la Madre de Jesús y nuestra. Estas explicaciones penetraban a fondo y poco después los indios pedían el bautismo. Las conversiones se sucedían una tras otra.

Se regó como pólvora la noticia de la llegada de las Hermanas y de la Virgen. Varios indios de las tierras panameñas vinieron a conocerlas y viendo que una religiosa le ponía flores a la imagen, preguntaban el porqué, a lo que se les respondía que Ella desde el cielo quedaba encantada y sonreía desde lo alto.

Movido por estas explicaciones, cierto día apareció un indio que venía de lejos, trayendo en su canoa una maceta con flores traída de su tierra: era para que la Señora de las religiosas se riera. Estos bellos testimonios prueban que la devoción a María Santísima son un marco y puerta para la evangelización. Por medio de Ella entra rápidamente Jesús, la Iglesia, sacramentos y la doctrina.

El profesor Plinio Corrêa de Oliveira, inspirador de Mons Juan Clá, fundador de los Heraldos del Evangelio, comentaba en cierta ocasión con un grupo de colombianos, que le impresionaba la fe de éste pueblo, pero sobretodo le llamaba la atención como Nuestra Señora ama a Colombia. Una cosa es el amor que sube y otra es el amor que baja desde arriba. Y es verdad, la riqueza de Colombia está en la fe profunda y en ese amor a Jesús por medio de María; este don se lo debe a esos misioneros(as) ardorosas que evangelizaron este pueblo, como el caso de la intrépida y aguerrida Madre Laura Montoya.

Por Gustavo Ponce

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1. Beata Laura Montoya Upegui Autobiografía. Cuarta Edición Congregación de Misioneras de Maria Inmaculada. Medellín, febrero de 2008.

 

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