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Santa Francisca Romana (II)

 

Redacción (Viernes, 22-03-2013, Gaudium Press) Presentamos la continuación de la historia de Santa Francisca Romana, que comenzamos en una edición anterior de nuestro informativo. (ver nota anterior)

Prodigios realizados en vida

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Alrededor de 1413, el hambre se abatió sobre Roma. El suegro de Francisca se alarmó al ver que ella continuaba muy generosa en ayudar a los necesitados… distribuyéndoles parte de las provisiones que él reservara para sustento de la familia, y la prohibió de hacerlo. No pudiendo más la caritativa dama disponer de aquellos víveres para socorrer a los hambrientos, comenzó a pedir limosnas para ellos. Y cierto día, tomada de súbita inspiración, fue con Vanozza a un granero vacío del palacio para buscar lo que pudiese haber restado de trigo en el medio de la paja. A costas de paciente trabajo, consiguieron recoger algunos pocos kilos del deseado grano. Cosa admirable: ¡luego después de la salida de las dos, Lorenzo, su esposo, entró al granero y allá encontró 40 sacos conteniendo, cada uno, 100 kilos de trigo dorado y maduro!

Idéntico prodigio se dio en la misma época: queriendo llevar a los pobres un poco de vino, Francisca recogió la escasa cantidad que restaba en el fondo de un tonel y en el mismo instante este se llenó milagrosamente de un excelente vino.

Esos prodigiosos hechos mucho contribuyeron para suscitar en Lorenzo un temor reverencial y amoroso por su esposa. En consecuencia, él le dio libertad de disponer de su tiempo para sus obras apostólicas y le permitió cambiar sus bellos trajes y joyas — los cuales ella se apuró en vender para distribuir a los pobres el dinero — por ropas simples y poco vistosas.

Guerras y pruebas

Muchas pruebas todavía la aguardaban. La situación política de la Península Itálica y la crisis decurrente del Gran Cisma de Occidente le acarrearon muchos sufrimientos. Roma estaba dividida en dos grupos que trababan encarnizada guerra: a favor del Papa, los Orsini, de cuya facción Lorenzo formaba parte; de otro lado, los Colonna, apoyando a Ladislau Durazzo, rey de Nápoles, que invadió Roma tres veces. En la primera invasión, Lorenzo fue gravemente herido en combate, siendo curado por la fe y dedicación de la esposa. En la segunda, en 1410, las tropas saquearon el palacio de los Ponziani, y los bienes de la familia fueron confiscados. Peor aún, Francisca vio a su esposo y su hijo Bautista partir para el exilio.

En 1413 y 1414, la capital de la Cristiandad fue entregada al pillaje y reducida a la miseria. Un nuevo flagelo, la peste, vino a agravar esa situación. La Santa transformó el palacio en hospital y cuidaba personalmente de las víctimas de la terrible enfermedad. Era un ángel de la caridad en aquella infeliz ciudad aislada por el infortunio.

Su propia familia no quedó inmune a esa tragedia: en 1413 murió Evangelista, su hijo más joven, y al año siguiente la pequeña Inés. Por último, ella también contrajo la enfermedad, pero fue milagrosamente curada por Dios.

Visiones y dones sobrenaturales

Todavía en 1413, le apareció su hijo fallecido hacía poco, teniendo a su lado un joven del mismo tamaño, pareciendo ser de la misma edad, pero mucho más bello.

¿Eres realmente tú, hijo de mi corazón? — preguntó ella.

Él respondió que estaba en el Cielo, junto a aquel esplendoroso Arcángel que el Señor le enviaba para auxiliarla en su peregrinación terrestre.

Día y noche lo verás a tu lado y él te asistirá en todo — agregó.

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Aquel Espíritu celestial irradiaba una tal luz que Francisca podía leer o trabajar de noche, sin dificultad alguna, como si fuese día. Y le iluminaba el camino cuando precisaba salir de noche.

En la luz de ese Arcángel, ella podía ver los pensamientos más íntimos de los corazones. Recibió, además, el don del discernimiento de los espíritus y el de consejo, los cuales usaba para convertir a los pecadores y reconducir a los desviados al buen camino.

Dios la favoreció con numerosas otras visiones. Las más impresionantes fueron las del infierno. Vio en pormenores los suplicios por los cuales son punidos los condenados, de acuerdo con los pecados cometidos. Observó la organización jerárquica de los demonios y las funciones de cada uno en la obra de perdición de las almas, una parodia de la jerarquía de los Coros Angélicos. Lucifer es el rey del orgullo y el jefe de todos. Vio también cómo los actos de virtud practicados por los buenos atormentan a esas miserables criaturas y perjudican su acción en la tierra.

Vida de apostolado

Habiendo fallecido el rey Ladislau, se restableció la paz en la Ciudad Eterna, su esposo y su hijo Bautista regresaron del exilio, y la familia Ponziani recuperó los bienes injustamente confiscados.

Por medio de oraciones y buenas palabras, la Santa consiguió convencer a Lorenzo a reconciliarse con sus enemigos y a entregarse a una vida de perfección. Y después del casamiento del hijo, entregó a la nuera — convertida por ella — el gobierno del palacio para dedicarse enteramente a las obras de caridad y de apostolado.

Lorenzo la dejó libre para fundar una asociación de religiosas seculares, con la condición de continuar viviendo en el hogar y no parar de guiarlo en el camino de la santidad. Orientada por su director espiritual, fundó una sociedad denominada Oblatas de la Santísima Virgen, según el modelo de los benedictinos de Monte Olivetto. El 15 de agosto de 1425, Francisca y otras nueve damas hicieron su oblación a Dios y a María Santísima, pero sin emitir votos solemnes. Vivía cada cual en su casa, siguiendo los consejos evangélicos, y se reunían en la iglesia de Santa María Nova para escuchar las palabras de su fundadora, que para ellas era guía y modelo a imitar.

Algunos años después, ella recibió la inspiración de transformar esa sociedad en congregación religiosa. Adquirió el inmueble de nombre Tor de’ Specchi y, en marzo de 1433, diez Oblatas de María fueron revestidas del hábito y allí se establecieron, en régimen de vida comunitaria. En julio de ese mismo año, el Papa Eugenio IV erigió la Congregación de las Oblatas de la Santísima Virgen, nombre cambiado posteriormente para Congregación de las Oblatas de Santa Francisca Romana. Era una institución nueva y original para su tiempo: religiosas sin votos, sin clausura, pero de vida austera, y dedicadas a un genuino apostolado social.

Comprometida como estaba por el matrimonio, solamente después de la muerte del esposo, en 1436, Francisca pudo al final realizar el mayor deseo de su vida: hacerse religiosa. Entró como mera postulante en la congregación por ella fundada. Pero fue obligada — por el capítulo de la comunidad y el director espiritual — a aceptar los encargos de superiora y fundadora.

Vio el Cielo abierto y los Ángeles venidos para buscarla

Vivió en el convento apenas tres años. En 1440, se vio forzada a retornar al palacio Ponziani para cuidar de su hijo, gravemente enfermo. Alcanzada por una fuerte pleuresía, allí permaneció, por no tener más fuerzas. Supo entonces que había llegado su último momento. Padeció terriblemente durante una semana, pero pudo dar sus últimos consejos a sus hijas espirituales y despedirse de ellas.

El día 9 de marzo, después de agradecer a su director, el Padre Giovanni, en su nombre y en el de la comunidad, quiso rezar las Vísperas del Oficio de la Santísima Virgen. Con los ojos muy brillantes, decía estar viendo el Cielo abierto y haber llegado los Ángeles para buscarla. Con una sonrisa iluminándole el rostro, su alma dejó esta Tierra.

Al elevarla a las honras de los altares, en mayo de 1608, el Papa Pablo V la calificó de “la más romana de todas las Santas”.3 Y el Cardenal San Roberto Belarmino, que contribuyera decisivamente, con su voto, para la canonización, declaró en el Consistorio: “La proclamación de la santidad de Francisca será de admirable provecho para clases muy diferentes de personas: las vírgenes, las mujeres casadas, las viudas y las religiosas”.4

Cuatro siglos después, el Cardenal Angelo Sodano trazaba de ella este cuadro: “Leyendo su vida, parece que nos deparamos con una de aquellas mujeres fuertes, de las cuales están repletos los Libros Sagrados y las páginas de la Historia de la Iglesia. […] Mujer de acción, Francisca señaló, con todo, de una intensa vida de oración la fuerza necesaria para su apostolado social”.5

Precioso consejo para todos nosotros: es “de una intensa vida de oración” que nos viene la fuerza para llevar adelante nuestras obras de apostolado. ² 

 3 Tor de’Specchi, Monastero delle Oblate di S. Francesca Romana – Venerazione e culto. Disponível em: . Acesso em: 14/01/2009. 4 SUÁREZ, OSB, Op. cit., p. 185. 5 SODANO, Card. Angelo. Homilia por ocasião da festa de Santa Francisca Romana, 05/03/2005. Disponível em: . Acesso em: 14/01/2009.

 

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