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"La comunidad humana sobrevive gracias a la reconciliación", afirma el arzobispo de Londrina, Brasil

Londrina (Jueves, 06-06-2013, Gaudium Press) «Sin la comunidad nadie sobrevive y la vida es simplemente imposible». Es con esta frase que Mons. Orlando Brandes, arzobispo de Londrina, en el Estado de Paraná, inicia un artículo donde hace una reflexión sobre la comunidad humana. Para él, la comunidad es como una madre, que nos acoge, educa, ayuda a crecer, ofrece espacio y despierta valores.

1.jpgDe acuerdo con el prelado, es en el seno de la comunidad que nosotros crecemos y sobrevivimos, pues nacemos con el instinto de socialización: sin los otros, perecemos. Mons. Orlando entonces explica que comunidad es una agrupación de personas con objetivos y metas claras, donde debe haber comunicación interpersonal, conocimiento mutuo, confianza y lealtad, participación y cooperación. Él además evalúa que crece en el mundo moderno el individualismo y con eso la humanidad se desarrolla económicamente, mas empobrece en humanismo.

«La comunidad es como un purgatorio. Ella nos moldea, corrige, perfecciona. Las exigencias son benéficas. Al final del proceso, percibimos que la comunidad es una escuela de vida, sin la cual no maduramos. Son muchas las ventajas de la comunidad. Antes que nada ella es lugar de acogimiento, de aceptación de los diferentes, de tolerancia de las debilidades y de entre-ayuda. Es como un nuevo útero que nos recrea», resalta.

Como lugar de crecimiento, enfatiza el arzobispo, la comunidad hace expandir nuestras potencialidades, despierta creatividades, abre horizontes y ayuda a superar la desconfianza. Por otro lado, Mons. Orlando afirma que la alianza de los miembros de la comunidad los motiva a ser corresponsables, viviendo el espíritu de filiación y pertenencia, pues uno carga los pesos del otro. Él prelado recuerda que otra marca de la comunidad es que ella es lugar de perdón, pues sin el perdón no hay convivencia ni integración: la comunidad sobrevive gracias a la reconciliación.

«Una de las más bellas características de la comunidad está en ella ser lugar de comunicación y revelación de nosotros mismos. Aparecen las limitaciones, los defectos, y, por otro lado, crece el compartir la vida, que posibilita nuestra liberación, terapia y cambio de vida. La verdadera comunidad es lugar de liberación del egoísmo, del aislamiento, del encerramiento, se transforma en una auténtica familia. Ella es lugar de comunión y de recreación, de confraternización y de solidaridad».

El arzobispo de Londrina también refuerza que la comunidad es semilla de un mundo nuevo y mejor, es el embrión de la nueva sociedad, de un mundo de hermanos, del mundo como gran familia, que llamamos de comunidad internacional, la globalización del amor. Según él, cuando la familia, la empresa, la escuela, el hospital, la Iglesia, la calle, el barrio, el condominio se transforman en comunidad, en equipo, en grupo, descubren un potencial inaudito de solución de los problemas: descubren que todos somos hermanos y que la fraternidad es posible.

Citando la Doctrina Social de la Iglesia, Mons. Orlando destaca que ella tiene un capítulo especial sobre la comunidad política cuya norma esencial es el bien común, el ejercicio de los derechos humanos, la dignidad de la persona humana. Él afirma que en las Comunidades Primitivas, esto es, al inicio de la Iglesia, las personas eran unidas en la fe, en la oración, en compartir los bienes y en el afecto, eran un solo corazón y una sola alma, y no había necesitados entre ellos.

«La fuente inspiradora de la vida en común es la comunidad divina, la Santísima Trinidad. Dios mismo es comunión, es comunidad de Personas, es familia, que crea el hombre y la mujer a su imagen y semejanza, o sea, para que vivan en comunidad. El Concilio Vaticano II define la familia como «comunidad de vida y de amor», célula de la sociedad», completa.

Por último, el arzobispo agrega que hay que trasformar la parroquia en «comunidad de comunidades», las llamadas pequeñas comunidades que son los grupos bíblicos de reflexión.

«Percibimos que los grupos son el camino seguro para la experiencia comunitaria, la renovación de la parroquia, la transformación de la sociedad. Quien participa de los grupos y vive en comunidad se torna un gran bienhechor de la humanidad. La brújula de la vida humana es la alteridad y el altruismo. El centro no somos nosotros, sino los otros. El mandamiento del amor torna posible la convivencia en comunidad», concluye. (FB)

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