martes, 15 de octubre de 2024
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La admiración de las perfecciones y de los conjuntos: camino de felicidad

Bogotá (Viernes, 11-10-2013, Gaudium Press) Ser un cazador de perfecciones y construir en el espíritu visiones de conjunto: grandes ‘secretos’ para alcanzar felicidad. Veamos el por qué.

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Diamantes – Foto: Judy van der Velden

Dice Santo Tomás que «después de la bondad divina, que es el fin separado de las cosas, el bien principal que existe en las mismas cosas es la perfección del universo, el cuál no se daría si no se encontrasen en las cosas todos los grados de ser». 1 Vemos en esta luminosa afirmación del Doctor Universal de la Iglesia dos elementos:

El primero es que la Creación, como conjunto ordenado de seres, tiene una perfección suprema. Y el segundo, que condición para esta perfección del Universo son las perfecciones diversas que hay en los seres formando un orden de diferentes grados.

«La diferenciación y variedad de seres es imprescindible para la perfección del universo. La distinción de las cosas y su ordenamiento graduado es de la intención del Primer Agente que constituyó a las cosas en el ser para comunicarles su bondad y representarla a través de ellas» 2, afirma Ángel Luis González comentando a Santo Tomás.

No hay perfección en la Creación «sin la perfección de los seres que lo componen, y es necesario, además, que esos seres conserven las distinción que los coloca en su propio orden o grado de ser, que es, a la vez, lo que les da en plenitud su razón de parte en ese ser total múltiple y dividido que participa el Ser simple uniforme, mediante la unidad de orden,y que constituye el bien común intrínseco de universo creado»,3 expresa a su vez Cardona.

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Topacios brasileños – Foto: Mauro Catelo

Descendamos un momento de las cumbres de la filosofía a la ejemplificación concreta. Con las piedras.

Cada cual tendrá sus inclinaciones, sus gustos y ‘De gustibus non est disputandum’, dice el adagio latino. Por ejemplo, el autor de estas líneas no tiene solo una sino varias piedras que aprecia enormemente. Personalmente preferimos las coloridas a un blanco diamante, aunque también nos encantamos con los diamantes rosados delicados, o los de color azul, o con los muy extraños y fuertes rojos. Pero nos hipnotizan especialmente las esmeraldas de enérgica tonalidad, los rubíes de animoso carmesí, los topacios azules. Cada una de ellas, y más cuando van engastadas en armoniosas joyas, reflejan un estado de espíritu, hablan al corazón, aportan un mensaje que habla de perfección.

Nadie negará que es más bello y perfecto un imponente diamante azul que un humilde pedregullo de río. Y que cada uno tiene un lugar adecuado en el uso humano, de tal manera que si es comprensible que el pedregullo sirva de cimiento a un muro, también lo es que el diamante azul esté en la corona de una reina. Lo contrario sería un desorden.

Entretanto, más perfecto que el diamante azul es el conjunto de las piedras que Dios creó para el uso del hombre, conjunto -es bien cierto- que tiene en su cúpula a las piedras preciosas. Pero siempre un conjunto es más perfecto que el ápice del conjunto.

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Huevo de los 12 Monogramas

Miremos por ejemplo un conjunto maravilloso como es el huevo de los 12 Monogramas, uno de los famosos huevos de Fabergé, regalado éste por el último Zar a su madre en 1895. Las piedras que conforman los monogramas son preciosas. Ciertamente la gema que corona al huevo en el entrecruzamiento de las líneas que lo dividen es de una belleza y valor digno de nota. Pero mucho más bello que cualquiera de los elementos que conforman esta magnífica obra, es el conjunto admirable llamado el Fabergé de los 12 Monogramas, que sigue suscitando el plácido encanto de quienes lo contemplan.

Así con los muchos conjuntos que hay en el Universo, y sobre todo con ese conjunto maravilloso que es el Universo.

Repetimos con la autoridad del Doctor Angélico que la máxima bondad, fuera de Dios, es el conjunto de los seres que Él creo. Es un conjunto que fue coronado con la Encarnación del propio Dios, y que a pesar del mal Él sigue regando con su gracia, con sus dones; es un conjunto donde Él se manifiesta, y que engloba también ese conjunto maravilloso que es la Iglesia Católica Apostólica y Romana.

En la contemplación y admiración de las perfecciones de esos conjuntos, hallaremos felicidad, pues podremos hallar a Dios: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien» (Gen 1,31).

Por Saúl Castiblanco

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1 S. Th. , I, q. 22, a. 4.

2 González, Ángel Luis. Ser y Participación – Estudio sobre la Cuarta Vía de Tomás de Aquino. 3ª Edición. Eunsa. Barañáin (Navarra). 2001. pág. 86

3 Cardona, C.: La metafísica del bien común. Madrid. 1966. págs. 54-55, citado por Ángel Luis González en Ser y Participación.

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