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Una clase de perfección

Redacción (Viernes, 28-02-2014, Gaudium Press) Santa Teresita del Niño Jesús nació después de la invención de la fotografía, y gracias a las posibilidades por ésta inauguradas, podemos acompañarla en todas las fases de la vida, desde los primeros años hasta los últimos días. Ciertamente no la conoceríamos tan bien ni aprovecharíamos tanto las páginas de sus Manuscritos Autobiográficos sin este valioso complemento, verdadero registro visual de su progreso en la virtud.

1.jpgEntre los diversos retratos de la carmelita de Lisieux, uno llama de modo especial nuestra atención, por la fulgurante expresión de santidad que deja trasparecer. Se trata de la fotografía sacada a sus ocho años, cuando era alumna de las religiosas benedictinas, en la cual aparece trajeada con uniforme escolar al lado de su hermana Celina.

Su mirada honesta, serena y sin pretensiones denota una frescura cautivante, el reflejo de la inocencia bautismal fielmente conservada. Sin estar riendo ni aparentar tener el hábito de hacerlo en todo momento, transmite una alegría intensa y completa ausencia de egoísmo. Diríamos que ella experimenta una felicidad auténtica, pues «el niño no conoce la mentira, la falsedad ni la hipocresía. Su alma se espeja enteramente en su rostro; su palabra traduce con fidelidad su pensamiento, con una debilidad emocionante. Ella no tiene las inseguridades de la vanidad o del respeto humano. En una palabra, ella y la simplicidad constituyen una sólida unión». 1

El Beato Juan Pablo II, al proclamarla Doctora de la Iglesia, incluyó su nombre en el selecto rol de exponentes como San Agustín, San Juan Crisóstomo y Santo Tomás de Aquino. Nos causa sorpresa que una religiosa fallecida a los 24 años de edad haya recibido esta honra concedida apenas a los más destacados teólogos de la Santa Iglesia.

Entretanto, mejor que muchas luminarias de las ciencias, la Doctora de la Pequeña Vía enseñó que «si no os transformares y os tornares como niños, no entrareis en el Reino de los Cielos» (Mt 18, 3), y justificó de manera magnífica la oración del Divino Maestro: «Yo te alabo, oh Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los pequeñitos» (Mt 11, 25).

El Pontífice la exaltó no tanto por aquello que ella hizo, sino, sobre todo, por lo que ella fue. El camino de la virtud, que otros apuntaron a través de páginas de sabiduría, ella nos lo indica aquí por medio de su mirada. ¿Al final, detenernos por algunos minutos en la contemplación de este semblante no equivale a recibir una clase de perfección?

Por la Hermana Carmela Werner Ferreira, EP

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1CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos. Roma/São Paulo: LEV/LumenSapientiæ, 2012, v.V, p.124. Março 2013 .

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