viernes, 29 de marzo de 2024
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La alegría y la belleza

Redacción (Viernes, 30-05-2014, Gaudium Press)

La alegría y la belleza

Arte -entendido en su acepción de ‘artístico’- ha tenido siempre el sentido de una expresión de la belleza, y por tanto de una búsqueda de ella. Entretanto, el término belleza es de los menos unívocos que registra la historia de la filosofía. Adentrémonos un poco en ese bosque, a ver si podemos al menos corretear al jabalí.

La belleza sorprende, impacta de una forma agradable, causando alegría, a veces arrebatadora. Esto es lo ratificado y destacado por grandes mentes.

Ya Hugo de San Víctor relacionaba hermosura y agrado: «Mira el mundo y todo lo que en él se halla: hay muchas cosas hermosas y agradables…» (Soliloquium de arrha animae, PL 176, cols. 951-952). Igual Guillermo de Auvergne, cuando contemplaba también «la elegancia y la magnificencia el universo» y encontraba que «este mismo universo se parece a un cántico bellísimo… [y hallas que] las demás criaturas, que gracias a su variedad… concuerdan en una estupenda armonía, constituyen un concierto de maravillosa alegría». (De anima V, 18, en Opera t. II, 2, supl., Orléans 1674, p. 143a en Pouillon 1946, p. 272.)

Sin embargo el genuino artista no es un mero contemplativo de la belleza, ni siquiera un simple «reproductor» del ‘pulchrum’ del cosmos, sino un verdadero creador de belleza.

Entretanto, terminada la obra-creación, al final ¿sí es ella belleza? ¿Quién juzga de forma definitiva que una obra cualquiera es verdaderamente bella?

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Atardecer en la Plaza de San Marcos, Venecia

‘De gustibus non est disputandum’ decían antiguamente, o «entre gustos no hay disgustos» se afirma hoy. No obstante, la belleza no es tan relativa.

Es ella un resplandor.

Resaltaba San Buenaventura que la belleza es el esplendor de los trascendentales del ser reunidos, es decir, el brillo de su unidad, bondad y verdad juntas. (Cfr. Umberto Eco. Arte y Belleza en la Estética Medieval. Lumen. p. 38). También según San Alberto Magno es la belleza un resplandor, pero de la forma: «lo bello consiste en el resplandor de la forma sobre las partes proporcionadas de la materia o sobre las diversas fuerzas o acciones». (Super Dionysium de divinis nominibus IV, 72 y 86)

Este resplandor es percibido por la generalidad de los hombres, y si bien es cierto que hay diferentes gustos y sensibilidades legítimas, nadie en sus cabales dirá que un matizado atardecer caribeño es algo feo, o que la Plaza de San Marcos es un horror. Por el contrario, son un solaz para el espíritu y una ocasión para la restauración. En ese sentido, todo lo que realmente ‘brilla’ posee el ‘oro’ de la belleza.

Por Saúl Castiblanco

(Tomado de Razón y Fe, mayo de 2014)

 

 

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