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La presencia de Dios en el ser creado

Redacción (Viernes, 27-06-2014, Gaudium Press) Tal vez no exista la herejía pura, en el sentido de que siempre se mezcla ahí algo de verdad junto al veneno de la falsedad. Un tanto de eso ocurre con el panteísmo, que afirma que todo es Dios, o que todo lo creado es una parte de Dios.

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Es claro que el panteísmo es fácilmente refutable desde el punto de vista filosófico, y también desde el sentido común: no es sino mirarse a sí mismo, ver las muchas limitaciones propias y constatar que muy lejos de ser Dios somos seres extremamente frágiles, contingentes, finitos, incoherentes, inconstantes, etc. (¡aunque en muchos haya ínfulas de dioses, dígase de paso!).

Entretanto, ¿por qué tantos y tan diversos pueblos acreditaron y aún creen en el panteísmo? Nos parece que ello se explica por lo que el panteísmo tiene de «verdad»: Si bien el sentido común nos manifiesta la limitación y contingencia de las criaturas, también hay un instinto que nos habla poderosamente de una presencia de Dios en ellas.

«El ‘actus essendi’ [el acto de ser] participado [en las criaturas] es participación de Dios en cuanto acto puro». «La creación como tal, es decir, la dependencia de todos los seres con respecto a Dios, puede ser demostrada rigurosamente. Esta prueba, como ya se ha dicho, (…) está fundada en el principio de la participación». «La fuente primera de la multiplicidad [de los seres], tal como lo dice Santo Tomás, [se explica] en la unidad de la esencia divina como ‘esse’ [ser] intensivo». «La esencia divina se transforma en principio de la pluralidad infinita de las ideas, en cuanto la perfección infinita que expresa no puede ser expresada por un solo efecto, en el caso de una imitación ‘ad extra’ [hacia afuera], sino que exige una multiplicidad ilimitada de modos y formas reales [sinónimo de seres]»: Todas las anteriores expresiones -y podríamos citar muchas más- no son de ningún panteísta, sino de uno de los más insignes estudiosos de Santo Tomás de todos los tiempos, el Padre Cornelio Fabro (cfr. Participación y Causalidad según Tomás de Aquino. Eunsa. 2009)

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Entonces, las criaturas no son Dios, de ninguna manera; pero sí manifiestan a Dios, tanto en la existencia de su ser (que es creado y sostenido por Dios), cuanto en su esencia, en su naturaleza -que fue dada por Dios-, y también en su obrar como consecuencia de su naturaleza: por ejemplo, en el caso de la criatura con libertad, cuando un hombre argumenta muy bien para defender un error, Dios no es «culpable» de ese mal uso de la inteligencia para defender la falsedad, pero sí está Dios presente en el ejercicio natural de esa inteligencia, pues sin la anuencia de la voluntad divina, ni existiría la poderosa inteligencia particular de ese hombre, y ni siquiera existiría ese hombre concreto.

Dicho lo anterior, podemos adentrarnos en una aplicación práctica: si estamos destinado a la unión con Dios, como nos lo dice la fe, esta búsqueda de Dios puede y debe realizarse también en las criaturas, pues sería absurdo que Dios se manifestase en la creación para que el hombre no lo escuchase por ese medio.

De esta manera, incluso hasta sería posible admirar a Dios en la agilidad de un hombre que usa esa cualidad para cometer una fechoría. Algo análogo hizo el Señor, cuando alabó la astucia -mal empleada- de un mal administrador: es claro Dios no está elogiando el mal, sino destacando el ejercicio de las cualidades de uno de sus seres.

Lo anterior queda dicho simplemente para mostrar las cuasi infinitas posibilidades que nos da todo el universo, para conocer, contemplar y amar a Dios Nuestro Señor. Para ir caminando hasta su propia Esencia divina.

Por Saúl Castiblanco

 

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