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"Aquí somos peregrinos y lo mejor nos espera", dice el Arzobispo de Londrina

Londrina (Martes, 04-11-2014, Gaudium Press) Nuevo artículo de Mons. Orlando Brandes, Arzobispo de Londrina, en Paraná, habla sobre el día 2 de noviembre, un día emocionante, pues es la fiesta de la inmortalidad y la resurrección. Para el Prelado, es un recuerdo de la vida de quien ya peregrinó en este mundo y ahora alcanzó la plenitud de sus deseos y esperanzas.

Según él, aquí todos somos compañeros de viaje, pero allá los bienaventurados seremos invitados de las nupcias del Cordero y, por eso, la mejor despedida es esta: «hasta volvernos a ver en el cielo». El Arzobispo resalta que no es fácil meditar sobre la muerte, pues, estamos delante de un misterio: experimentamos la mortalidad del cuerpo y la inmortalidad del alma.

Orlando_Gaudium_Press.jpg«Estamos cada vez menos preparados para morir. Incluso siendo un fenómeno universal y una experiencia existencial, no es fácil reconciliarse con la verdad de la muerte. Es fuerte nuestro instinto de conservación, nuestro deseo de vivir aún sabiendo que vamos a morir», destaca.

Además, Mons. Orlando afirma que la muerte hoy es un «tabú», algo que escondemos, camuflamos, alejamos como si fuese algo prohibido y peligroso. Conforme él, pocos mueren en casa, el luto salió de moda, alejamos a los niños del entierro, los profesionales de la salud son los que asisten a los moribundos.

Todavía de acuerdo con el Prelado, la humanidad tomó dos posiciones delante de la muerte. La primera actitud es rendirse a la nada, al vacío, a lo absurdo, y la segunda opción es la creencia en la reencarnación. No obstante, él resalta que hay una tercera vía que no es filosófica, sino, teológica: Es la fe en la resurrección de Jesucristo y de todos los hijos de Dios, pues la muerte fue redimida, Jesús muriendo «mató la muerte».

La muerte, para el cristiano, es el paso hacia la plenitud gloriosa

Es lo que escribe Pablo apóstol: «Sembrado corruptible, el cuerpo resucita incorruptible; sembrado despreciable, resucita glorioso; sembrado en la debilidad, resucita lleno de fuerza; sembrado cuerpo animal resucita cuerpo espiritual» (Cf. I Cor 15,42-44).

Otro aspecto abordado por el Arzobispo es que la muerte, en la fe cristiana, es una experiencia personal, un paso, un parto y una puerta para una nueva fase de la vida. Para él, la vida no es sacada, es transformada, y felicidad, luz, paz, plenitud, alegría, glorificación, constituyen la realidad de la vida después de la muerte, en la comunión de los santos y en la visión de Dios cara a cara.

Mons. Orlando cree que al morir somos abrazados por el Padre, entronizados en la comunión de los santos, coronados por la Santísima Trinidad, glorificados con Jesús, enriquecidos con la herencia de la salvación.

Los santos y personas de fe certifican: «El día de mi muerte, será el día más glorioso de mi vida». Recordemos a Santa Teresita que decía: «No muero, entro a la vida». Bellísimo testimonio de fe es el de Madre Leônia que decía: «Mi muerte será una feliz puesta de sol».

Mons. Orlando enfatiza que para Jesús la muerte fue el retorno al Padre, la entrega amorosa de sí, el supremo acto de amor, la hora de la glorificación. Según él, nuestro vivir es también un caminar para el morir y precisamos prepararnos para nuestra hora última. Es así que rezamos en el Ave María: «ahora y en la hora de nuestra muerte, rogad por nosotros».

Por último, el Prelado refuerza que el cielo es nuestra patria y paraíso, donde somos esperados y nos uniremos a los amigos, los parientes, los antepasados en la comunión de los santos. Dice San Agustín: «Camina y canta, ama, corre, suspira por la patria. Allá no hay enemigo, no muere el amigo, las lágrimas serán secadas, estaremos felices y tranquilos en la visión, la beatitud, en la patria».

«Recordemos que aquí somos peregrinos y que lo mejor nos espera. Lo que nuestros muertos son hoy, nosotros seremos mañana. Sabemos por la fe que el amor, el bien, las buenas obras, no pasan, sino que nos acompañarán, serán la llave de la puerta del cielo, el pasaporte para la gloria. Los justos como estrellas brillarán. No precisaremos de la luz del sol ni de la lámpara, pues, Dios mismo será la luz, será todo en todos. La orden es esta: entra en la alegría de tu Señor», concluye. (FB)

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