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La causa de nuestra santificación: el sufrimiento

Redacción (Jueves, 27-11-2014, Gaudium Press) Muy diferente de Aquella Divina Figura que los Apóstoles contemplaron en el Tabor, estaba Nuestro Señor Jesucristo clavado en la Cruz, con los brazos abiertos para atraer a sí la Humanidad entera. Como Hombre Dios, padeció los más atroces tormentos, siendo abandonado, despreciado y humillado. Tal vez, hasta los que habían sido objeto de su mayor compasión, clamaban por su muerte.

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Todo parecía irremediablemente perdido. Entretanto, de esa divina tragedia floreció gloriosa la Santa Iglesia, nacida del flanco abierto de este Cordero sin mancha: el propio objeto de irrisión de los verdugos acabó por ser el manantial de donde surgió para ellos la salvación.
Dicen los teólogos que bastaría un simple gesto o una gota de sangre de Nuestro Señor Jesucristo ofrecidos a Dios-Padre para obrar la Redención. Entretanto, Él prefirió derramar su Preciosísima Sangre hasta la muerte. Y, de ese modo, dio una lección de conformidad con el dolor para que cada hombre tuviese completamente el coraje de cargar su propio sufrimiento. De hecho, el sufrimiento, siendo un don admirable de Dios para que el hombre, auxiliado por la gracia, tempera y eleva la personalidad, constituye el camino necesario para nuestra santificación.

Es lo que asegura Mons. João Clá Dias:

Desde que yo acepte el sufrimiento que Dios me manda, desde que yo acepte el drama que pasa por mi vida, con integridad de alma y con resignación… Él, Nuestro Señor, no tiene ninguna falla y no hay nada que se pueda decir: «Fue por causa de tal defecto que eso ocurrió…» No. Él asumió sobre sí todos nuestros pecados, y Él sufre todo eso por causa nuestra. Él sufre para darnos la vida, Él muere para liberarnos de la muerte. Y, entretanto, sabemos perfectamente que él, pasando por todo eso, recibe después la gloria que Él tiene como hombre, porque como Dios, Él es Señor absoluto de todas las cosas, pero como hombre, Él conquista ese poder sobre todas las cosas por su sufrimiento, por su tormento.

Por tanto, cuando la cruz nos llegue en el camino de nuestra vida -será una enfermedad grave, será un desastre familiar, será el tener que enfrentar el drama de estos contra aquellos, será inclusive, tener la desilusión: yo creé para mí un sueño que, de repente, se deshizo, se rompió- aceptar esto con humildad, aceptar esto con resignación, significa estar comprando el premio que vendrá».1

Evidentemente, sin el auxilio de la gracia, el ser humano no puede soportar rectamente y en su totalidad los esfuerzos y sacrificios que la vida impone. Pidamos a la Santísima Virgen, cuya existencia fue invadida de sufrimientos y que culminaron en el Calvario, para que podamos corresponder a la gracia de ser capaces de una entera conformidad con el dolor.

Por Raphaela Nogueira Thomaz

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1 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia do dia 21/03/2008 (Arquivo IFTE).

 

 

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