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¿Abandonados de Dios?

Redacción (Jueves, 28-05-2015, Gaudium Press) Es tradición de la Iglesia, conmemorar el 30 de mayo -entre otros santos- la festividad de Santa Juana de Arco, la virgen guerrera que a sus 17 años de edad, levantó la moral patriótica de Francia al borde de transformarse apenas en un feudo más de Inglaterra. Ni la pluma mordaz y demoledora de Voltaire, consiguió deformar la imagen de aquella joven campesina asumida y trasfigurada por el ángel tutor de su nación, que si no es el propio San Miguel Arcángel, debe estar muy cerca de él o hacer parte de su aguerrido estado mayor en la inmaculada milicia angélica, que rige y defiende por voluntad de Dios el universo entero.

Para que se entienda mejor, Santa Juana es más un fenómeno espiritual que una jovencita santa y modesta, con cierto tipo de atractivo original, que la hizo capaz de liderar una montonera de rudos hombres de armas medio desanimados y confundidos. Verla así sería quedarnos bien un poco más debajo del pedestal dorado sobre el cual el subconsciente colectivo de su nación la ha tenido pese -y hay que repetir- a tantos intentos literarios y cinematográficos que han querido deformarla o sustituirla en el corazón de la dulce Francia, la hija primogénita de la Cristiandad.

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Reseñar datos biográficos de ella es fácil; basta abrir una enciclopedia o buscarla por internet. Escuetos y frívolos, nos pueden dar información suficiente, pero realmente ayudan muy poco a intentar un vuelo de águila en dirección al Sol resplandeciente que la suscitó y fortaleció con su poder y gracia incontrastables….y que después pareció simplemente abandonarla como abandonó a su Hijo Unigénito colgado de la cruz. Misterio insoldable para una pobre humanidad como la de hoy, agobiada y doliente, que prefirió -contrariando el grito de combate de los paracaidistas franceses- ser sapo la vida entera y no águila por un minuto (1).

Algo más de cuatrocientos años, después de arder su cuerpo virginal en una hoguera voraz que le calcinó hasta los huesos pero no su corazón (2), una joven monja carmelita francesa, tan inocente como ella, componía para el pequeño Carmelo de Lisieux dos obras teatrales que ella misma representó encarnando a la aguerrida Doncella de Orleáns: Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, de la que a veces se nos olvida que fue más hija de la sangrante Faz del Señor que de su santa infancia. En «La misión de Juana de Arco» y «Juana de Arco cumpliendo su misión» la joven autora -que ya en 1894 acusaba las primeras manifestaciones de tuberculosis, plasmó en ideas y palabras la similitud de su vida con la de Juana, a la que admiró desde niña, a la que soñó imitar en legendarios campos de batalla con armadura y espada, defendiendo la Cristiandad en el fragor de combates donde no solo peleaban los hombres sino también los ángeles: «Desde mi niñez he soñado combatir en campos de batalla», decía en una carta de abril de 1897 al abate Belliére, un misionero hermano espiritual de ella con el que mantenía correspondencia. Decía que cuando leyó por primera vez la historia de Francia, el relato de las hazañas de Juana de Arco la entusiasmaba sintiéndose llamada por el Señor para imitarla.

Entonces evocar la memoria de Santa Juana, nos lleva siempre inevitablemente a pensar en esa especie de «alter-ego» de ella, que fue la joven santa carmelita de Liseux tan francesa como Juana y que murió enclaustrada en un Carmelo de Normandía, entre una hoguera de puro amor de Dios y también «abandonada». Las dos se funden en una sola vocación, una en un campo de batalla abierto, otra en uno cerrado y silencioso donde dio un combate tanto o más terrible que la de la otra. Dios pareció haberse retirado del escenario de sus vidas en el momento preciso en que aparentemente más lo necesitaban. Ahora están en el Cielo y ofrendaron sus vidas por tantos cobardes de la lucha espiritual, que al primer fracaso nos llenamos de miedo y pensamos en la deserción buscando la consolación del mundo.

Por Antonio Borda

(1) «Más vale ser águila un minuto que sapo la vida entera»
(2) En alguna de las tantas actas que se levantaron acerca de su martirio, consta que entre las cenizas fue encontrado su corazón intacto.

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