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Prodigio sin igual en la Historia del mundo

Redacción (Viernes, 31-07-2015, Gaudium Press) Al tomar conocimiento de lo que ocurrió a Jericó y Hai, cinco reyes de diversas ciudades de Canaán «se aliaron para juntos combatir contra Josué e Israel» (Js 9, 2).

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Lluvia de grandes piedras de granizo

Con pavor de ser muertos por los israelíes, los habitantes de Gabaón, usando una estratagema mendaz, consiguieron que Josué hiciese con ellos una alianza, prometiendo conservarles la vida.

Al saber que esos gabaonitas habían sido desleales, Josué mandó llamarlos y los reprehendió, diciendo que de ahora en adelante ellos deberían ser leñadores y cargadores de agua para los israelíes.

Siendo informados de que los gabaonitas habían hecho las paces con Israel, los cinco reyes -entre los cuales el de Jerusalén- resolvieron atacarlos. Los de Gabaón, entonces, pidieron socorro a Josué, al cual Dios dijo: «No tengas miedo [de los cinco reyes], pues Yo los entregué a tus manos, ninguno de ellos te podrá resistir» (Js 10, 8).

Josué, con su ejército, marchó durante toda la noche y, por la mañana, se lanzó de improviso sobre las tropas de aquellos reyes, las cuales huyeron. Pero «el Señor hizo caer del cielo grandes piedras de granizo encima de ellos […] Fueron más numerosos los que murieron con la lluvia de piedras que los que cayeron por la espada de los israelíes» (Js 10, 11).

«Un día se transformó en dos»

Y para que la victoria completa se diese antes de la llegada de la noche, Josué imploró a Dios que el Sol parase. Y el Altísimo realizó este portentoso milagro: «Paró, pues, el Sol en medio del cielo y no se apuró en descender por el tiempo de casi un día […] El Señor obedeció a la voz de un hombre, pues el Señor luchaba por Israel» (Js 10, 13-14).

Ese «prodigio deslumbrante, sin igual en la Historia del mundo», está consignado también en el Eclesiástico: «¿No fue por orden suya [de Josué] que el Sol paró, y que un día se transformó en dos?» (Eclo 46, 5).

Sin embargo, los cinco reyes huyeron asustados y se escondieron en una gruta. Después de derrotar totalmente a los enemigos, Josué mandó buscar los régulos. Habiendo sido traídos, el varón de Dios ordenó a los comandantes de su ejército que colocasen los pies sobre el cuello de los reyes. A propósito, conviene recordar lo que dice el salmista: «Siéntate a mi derecha, hasta que Yo ponga tus enemigos como escabel de tus pies» (Sl 110, 1). En seguida, los régulos fueron muertos.

Hecho eso, Josué les dijo: «Sed fuertes y corajudos, pues es así que el Señor tratará a todos los enemigos contra los cuales iréis guerrear» (Js 10, 25).

No se mezclen con los idólatras

Josué trabó diversas guerras y derrotó «31 reyes en total» (Js 12, 24).

Él «se adueñó de la tierra que, 550 años antes, el Señor había prometido a Abraham y su descendencia».

Y llevó la Tienda del Encuentro, el Tabernáculo, para Silo, y allí repartió en lotes Canaán -incluso las naciones que todavía no habían sido conquistadas-, otorgándoselas a las tribus de Israel (cf. Js 19, 51).

Mucho tiempo después, Josué, estando avanzado en años, «convocó a todo Israel, con sus ancianos, jefes, jueces y prefectos» (Js 23, 2). Y, entre otras cosas, les dijo: «No os mezcléis con esas naciones que restaron entre vosotros […]. Si con ellas os mezcláis […] ellas serán como un lazo y una trampa, un azote para vuestras espaldas y una espina para vuestros ojos» (Js 23, 7.12-13).

Los israelíes no cumplieron esa recomendación, que en el fondo era una repetición de la orden dada por Dios anteriormente (cf. Ex 34, 11-16; Nm 33, 51-54; Dt 20, 16). El resultado está descrito por el salmista:

«No exterminaron los pueblos como el Señor les había mandado. Se mezclaron a las naciones y aprendieron a actuar del modo de ellas. Sirvieron a sus ídolos, que se tornaron un lazo para ellos. A los demonios sacrificaron sus hijos y sus hijas» (Sl 105, 34-37).

Muerte de Josué

Josué murió a la edad de 110 años y fue sepultado en la tierra que le fue transferida por herencia. Había él cumplido fielmente su misión: la conquista de la Tierra Prometida y el compartir los territorios.

Los israelíes lo enterraron en Siquén. Luego después falleció el sumo sacerdote Eleazar, y el dignísimo cargo que él ocupaba pasó a su hijo, el valeroso Fineas.

A respecto de Josué, afirma el Eclesiástico: «Valiente en la guerra, así fue Josué […] sucesor de Moisés en el oficio profético, él que, haciendo honor al nombre, se mostró grande para salvar a los electos de Dios, para castigar a los enemigos que se le oponían y dar a Israel la posesión de su herencia. ¡Qué gloria no alcanzó él cuando, levantando los brazos, blandía la espada contra las ciudades!» (46, 1-3). El Martirologio consigna Josué como santo, y su memoria es celebrada el 1º de septiembre.

Que Nuestra Señora nos obtenga una gran Fe siempre creciente, seguros de que los actuales enemigos de Dios – peores que los enfrentados por Josué – serán derrotados por el Altísimo.

Por Paulo Francisco Martos
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(In Noções de História Sagrada nº 38)
1) FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée. 3. ed. Paris: Letouzey et ané. 1923, v. II, p.42.
2) SÃO JOÃO BOSCO. História Sagrada. 10 ed. São Paulo: Salesiana, 1949, p.90.

 

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