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¿Qué llevó a tres jóvenes a dejar todo y tornarse monjas?

Ciudad del Vaticano (Jueves, 04-02-2016, Gaudium Press) ¿Cómo es que alguien decide estar toda su vida en un convento y dedicarse a la oración y al servicio de los demás? Este es el misterio de la vocación.

Para muchos todo comenzó en la familia. Para otros el convencimiento de la vocación surge a lo largo de la juventud. Y para otros todavía, la vocación se manifiesta en un momento concreto.

Tres religiosas que estuvieron en el cierre del Año de la Vida Consagrada tuvieron la oportunidad de revivir la experiencia de conocer la vocación que las llevó a la vida religiosa.

Ellas hablaron a Rome Reports con desenvoltura y seguridad. Sus palabras son un testimonio solo:

«En el año en que Santa Teresa de Ávila, la gran doctora de la Iglesia, en el 82 estaba conmemorando el centenario, dieron una palestra a monjas de vida activa, ocasión en que un sacerdote carmelita nos habló sobre «Las Moradas».

Oyendo al padre Eugenio Saenz de Baranda hablar de las «Moradas», yo me identifiqué con ese carisma que es ser carmelita descalza, y por eso estoy en el Carmelo». Fue lo que dijo Madre Verónica de la Santa Face, actualmente monja carmelita descalza.

Ya con la Hermana Rosa, que pertenece a la Congregación de las Hermanas Josefinas de la Caridad, el encuentro con la vocación se dio de otro modo:

«No encontraba en la vida ordinaria lo que me satisficiese. Entonces yo busqué lo que me completase. Me torné catequista. Y luego fui descubriendo lo que necesitaba, encontrando lo que buscaba. En cierta ocasión, asistiendo a una ordenación sacerdotal, surgió en mi espíritu el discernimiento de lo que buscaba. Descubrí que quería ser religiosa».

Para la Madre Verónica y la Hermana Rosa no faltaron los obstáculos en el camino que las conducía al atendimiento de la voz interior que las invitaba a atender un llamado para la vida religiosa, consagrada a Dios.

También la Hermana Maribel, que es una religiosa de la Congregación de las Josefinas de la Caridad, encontró esas dificultades. Ella tenía apenas 16 años cuando quiso dar el primer paso en la caminata rumbo a su vocación.

Las dificultades fueron grandes: su familia no entendía la vocación que Dios había colocado en su corazón.

Además de sus oraciones, la ayuda providencial de un sacerdote y de una amiga, fue fundamental para que sus padres permitiesen que ella viajase. Y ella acabó yendo de Perú para el convento de Vic, en España.

La Hermana Maribel cuenta: «Engañé a mis padres… les dije que unas personas vendrían a verles de parte de mi hermana que era carmelita. Ellos querían saber como estaban, etc.

A las tres de la tarde de un día marcado llegaron los visitantes. Era un sacerdote y mi amiga. En verdad, ellos venían para hablar de mi vocación…

Yo me acuerdo que tenía miedo: ¿qué será lo que me van a decir? …

Me quedé en un rincón, con miedo y pensando: y si no me dan permiso no puedo ir para el convento…

El sacerdote conversó con mi padre largamente. Y el final luego surgió: mi padre preguntó: ¿Y si ella no se acostumbra? Las respuestas lo dejaron tranquilo.

Mi hermano mayor, al inicio, tampoco quería mi ida para el convento.

Yo fui a hacer una experiencia en Lima, en el aspirantado, y él me escribía y siempre me decía que volviese. ‘Yo le ayudaré a estudiar’, decía.
‘Vuelve, no vas a acostumbrarte…. ¡Ahí van a explotarte, vuelve!’

Eran cosas así».

Ocurre que, estando ya en los monasterios, las dudas, los problemas externos vuelven a aparecer para algunas de esas personas vocacionadas que, entonces, tienen que confirmar el discernimiento y elección que hicieron. Deben dar una respuesta muy personal: si pueden o no continuar con su vida religiosa.

La Madre Verónica es quien nos habla de eso:

«Claro, es lógico que tuve dudas también por el camino. Para mí la prueba vino sobre todo en un momento difícil, una gran duda por la cual tuve que enfrentar a nivel de familia.

Ahí fue una ocasión en que comencé a tambalear. Pensé que sería mejor salir del convento para ayudar a mi familia, que estaba pasando por una gran necesidad».

Pero, para la Madre Verónica y para tantas otras almas vocacionadas que tuvieron su prueba interior, todo pasó. Fueron piedras en el camino. Dificultades que fueron superadas, vencidas, para que un día pudiesen ser contadas, para la mayor gloria de Dios.

La prueba de eso es el viaje que ahora esas religiosas hicieron a Roma para reafirmarse en la vida para la cual un día Dios las llamó. (JSG)

(De la Redacción de Gaudium Press, con información de Rome Reports)

 

 

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