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Cuando Santa Teresita exclamó "mi vocación es el amor"

Redacción (Martes, 27-09-2016, Gaudium Press) Entre los santos de la Iglesia Teresa de Lisieux, Santa Teresita del Niño Jesús, es sin duda uno de las más grandes exponentes -si así nos atrevemos a llamarla- de la doctrina del Santo Abandono y de la Caridad. Fue en el gozo de lo pequeño, en la humildad, en la sencillez, en la confianza absoluta en el Amor del Padre que ella halló la vía hacia la santidad. Este es el camino de la Infancia Espiritual.

Sobre ella escribió Mons. Tomás, entonces Obispo de Bayeux y de Lisieux al introducir Historia de un Alma, el manuscrito biográfico de la santa: «Empezó, pues, el nuevo manuscrito, que por estar realizado por una enferma que apenas podía sostener la pluma, contiene empero la más rica doctrina acerca de la Caridad y del Santo Abandono».

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Fue justamente en esta abandono al Amor de Dios, donde Teresita encontró también su propia vocación. La misma santa así lo cuenta en Historia de un Alma: «Al considerar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por San Pablo, o más bien, quería reconocerme en todos. La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tiene un cuerpo compuesto de miembros diversos, no le falta el más necesario, el más noble de todos; comprendía que la Iglesia tiene un corazón y que ese corazón está ardiendo de amor».

«Comprendí que sólo el amor hace obrar a los miembros de la Iglesia, que si el amor llegara a extinguirse, los apóstoles no anunciarían ya el Evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre. Comprendí que el amor encierra todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y todos los lugares (…) en una palabra, que es eterno. Entonces, en los transportes de mi alegría delirante, exclamé: ‘¡Oh Jesús!, amor mío (…) ¡Por fin he hallado mi vocación: mi vocación es el amor'», dijo la santa carmelita.

También en su manuscrito describe a la perfección cómo esa vocación la llevó a convertirse en un humilde instrumento de Dios: «El Señor siempre se ha servido de sus creaturas como de instrumentos para realizar su obra en las almas. Si la tela pintada de un artista pudiese pensar y hablar, ciertamente no se quejaría de ser tocada y retocada incesantemente por un pincel y tampoco envidiaría la suerte de este instrumento, pues sabría que la belleza de que está revestida, no se la debe al pincel sino al artista que lo mueve (…) Por su parte, el pincel no podría gloriarse de la obra maestra hecha por él, pues sabe que los artistas no se inquietan, se rien de las dificultades y a veces se dan el lujo de elegir instrumentos endebles y defectuosos».

«Yo soy el pincelito que Jesús eligió para pintar su imagen en las almas que me ha confiado», manifestó.

Y en su sencillez, en el sentirse pequeña en los brazos de Dios Padre, es donde radica también el secreto de la grandeza de esta santa. Así está narrado en las Obras sus Obras Completas: «Ser pequeño es no atribuirse a uno mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone este tesoro en la mano de su hijito para que se sirva de él cuando lo necesite; pero es siempre el tesoro de Dios. Por último, es no desanimarse por las propias faltas, pues los niños se caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño».

Gaudium Press / Sonia Trujillo

 

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