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"Ni Dios lo hunde"

Redacción (Jueves, 13-04-2017, Gaudium Press) La noche del 14 al 15 de abril de 1912, en su viaje inaugural, un iceberg impacta en el transatlántico británico, el más grande y lujoso de aquellos tiempos, y lo hunde en pocas horas. Tenía 270 metros de largo por aproximadamente 30 de ancho. Llevaba 2787 pasajeros, atendidos por más de 800 tripulantes. Murieron 1514 personas. Fue el mayor naufragio de la Historia.

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Eran tiempos de placer, alegría y despreocupación. La 1ra. Guerra Mundial no había estallado aún. Como no podía dejar de ser en estos viajes-eventos de prestigio, entre sus pasajeros se encontraban personalidades destacadas de muchos países. Millonarios, nobles, artistas famosos, así como en tercera clase multitud de inmigrantes para los Estados Unidos, a hacer fortuna. Construido a toda suntuosidad con: restaurantes, salones de baile y juego, piscinas, gimnasios, hasta bibliotecas. Opulentos camarotes para primera clase.

El singular lema del barco era: «Ni Dios lo hunde». Y, como Dios no lo iba a hundir, sólo llevaba botes salvavidas para la mitad de los pasajeros que transportaba. Tras el golpe de un gigantesco iceberg, el barco se partió en dos y, en dos horas y media, se hundió. Los pocos botes salvavidas no salían llenos…porque no se iba a hundir…

Dícese que estaba agendada una práctica de emergencia por cualquier eventualidad que pudiese ocurrir al «ni Dios lo hunde», pero…, tal vez por un optimismo al respecto, el propio capitán del transatlántico, ordenó cancelarlo. Curiosamente estaba programado para el mismo día en que el iceberg chocó contra el Titanic.

Se transformó así en el barco más famoso de la historia náutica. Libros, películas, canciones, recuerdan este triste -pero lleno de enseñanzas- acontecimiento. Exposiciones y diversos museos del mundo presentan a los visitantes objetos recuperados después de 1985, donde fuera localizado el barco a 3.784 metros de profundidad. Un film sobre su historia tuvo, en su momento, el segundo lugar de venta de entradas de todos los tiempos.

El Titanic -que llevaba ese nombre por considerárselo «titánico», pues ofrecía la mayor seguridad en navegación-, no ha caído en el olvido. Aún en nuestros días nos llena de enseñanzas sobre una mentalidad existente entre los hombres. Un estado de espíritu frente a lo que consideran no se puede «hundir», pero que acaba…hundiéndose.

Pero, recordemos esos momentos tan llenos de tragedia y de ilustración. Cielo sereno, mar tranquilo, pasajeros en plena fiesta, ninguna previsión ante el peligro. Optimismo completo reinaba en los variados ambientes del gigantesco transatlántico.

Un navío cercano, el Californian, envía señales de alerta: «icebergs en el mar». En medio del regocijo, no le dan importancia al aviso. Poco después el Valtic, otro navío, avisa: «masas de hielo dislocándose». El oficial de mando comunica al comandante, éste va al director de la empresa, que paseaba con dos señoras…lo considera un pequeño incidente, y sigue su caminar. Llega el momento de la cena, en el restaurante de primera, a toda gala. Eran las 10 pm. Cinco avisos habían alertado la cercanía de los icebergs. El capitán se fue a dormir despreocupado. Las luces se iban apagando, los bloques de hielo aproximándose. Nuevo alerta del Californian: «estamos rodeados de hielo». No le hacen caso del Titanic, pues, «ni Dios lo podía hundir».

A las 11.40 pm, una gran masa blanca de hielo aparece encima de la proa del Titanic. El timonero maniobra violentamente pero el iceberg, ya encima, alcanzó al transatlántico, y el choque se produjo. El Titanic, bruscamente, paró, estaba herido mortalmente. Unos jugando, otros fumando, ven la masa de hielo. Sienten el golpe, pero continúan, pues el Titanic era insumergible. Algunos de la tripulación perciben que la herida era mortal. El agua de mar entraba a borbotones. El corte sufrido era de noventa metros.

Comenzaron a aparecer los pasajeros, algunos hasta con los pies mojados. Pero mismo así, casi todos, ignoraban que el barco se estaba hundiendo. En la cabeza de muchos estaba que… no se podía hundir. El navío es grande, la noche calma y bella, no puede sobrevenir un hundimiento. Era la mentalidad de los pasajeros, reflejo de la mentalidad de la época.

Pero, no había vuelta atrás. Lanzan el CQD («llamado general desgracia»), no emitieron el SOS («salven nuestro barco»). Comienzan a preparar los botes salvavidas, con atraso. Nadie sabía cuál tomar en caso de naufragio. Estaban más para decoración que para alguna emergencia. Igualmente, todos tranquilos, pues el navío no podría naufragar. Era una ofuscación ante un peligro que no podía acontecer.

Llegada medianoche viene la orden: «mujeres y niños a los barcos». Una señora respondía que del Titanic no se salía, pues no se hundiría. Otros sonriendo decían «era un exceso de precaución». Uno despedía a su mujer diciendo: «mañana en el desayuno nos vemos aquí en el Titanic de nuevo». Ante los avisos del Titanic por radiotelegramas, que fueron captados por los diarios de Nueva York, éstos publicaron que el navío se estaba hundiendo.

El navío comenzó a inclinarse. En algunos entra el pánico. Otros, como un músico, apenas preocupado con su instrumento. Mismo así, los inmigrantes se divierten. La orquesta comienza a tocar en la parte externa más elevada, sus acentos se mezclan con los gritos de orden para entrar en los botes.

La mayoría de los botes salvavidas no eran llenados, uno que era para 65…apenas llevaba 28. Es que el Titanic no se iría a hundir. Había hasta una canoa de primera clase y en ella apenas subieron dos nobles y diez pasajeros. Los inmigrantes, por el contrario, luchaban unos con los otros para subir en sus propios botes.

A la 1.20 am aumenta el pánico. El agua continuaba a subir. La orquesta no dejaba de tocar. Una mujer a la que no le dejaron ir con su perrito, prefirió quedarse. Otra dice a su marido: «nosotros pasamos la vida entera juntos, moriremos juntos», y vuelve para el navío.

Pánico por un lado, despreocupación por otro. La orquesta empieza a tocar himnos religiosos, «Cerca de ti, mi Dios». Comienzan a acordarse de Dios. Siendo las 2 am el navío entra en agonía. El agua llega a los pies de los que quedaron. Apenas embarcaron 660 personas…1500 terminaron hundiéndose con el navío, que «ni Dios lo hunde». Principia otro himno, llamado «Otoño», que recita, «Dios de piedad y de misericordia, inclínate sobre mis dolores». Llega el momento del pedido de misericordia.

A las 2.17 am oscuridad, los hombres comienzan a saltar al mar helado, el agua estaba a -2ºC. Desesperación completa. Pocos minutos después el navío más grande del mundo desapareció. Nadie había pensado en medidas de prudencia. Era el optimismo de una época de decadencia.

Terrible tragedia que nos hace recordar las enseñanzas del Evangelio, cuando Nuestro Señor Jesucristo dice que: «todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca». El optimismo de esos tiempos al lado del laicismo dominante que alejaba a los hombres de Dios -no tan lejano al de nuestros días-, nos llama a ser prudentes, vigilantes y poner en práctica la Palabra de Dios, so pena que pensemos que «ni Dios lo hunde», y acabemos como el majestuoso Titanic, que en su viaje inaugural desapareció bajo las aguas.

Por el P. Fernando Gioia, EP.

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(Publicado originalmente en el diario La Prensa Gráfica de El Salvador, 13 de abril de 2017)

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