En medio de un panorama de creciente tensión, el cristiano sabe donde poner su esperanza.
Redacción (23/11/2024, Gaudium Press) La posibilidad de guerra mundial, sinónimo de catástrofe nuclear, es real.
Para quien sigue el acontecer mundial hace varias décadas, nunca se había visto esa realidad tan cercana —si hemos de creer a nuestros mayores— desde la crisis de los misiles en Cuba, en octubre de 1962.
Putin lanzando misiles balísticos hipersónicos; el gobierno Biden ratificando que sus misiles de largo alcance pueden ser usados por Zelensky a discreción; el jefe de las Fuerzas Armadas británicas diciendo que sus soldados están listos para ser empleados en cualquier parte del globo; Suecia y Finlandia previniendo de forma práctica a sus nacionales de prepararse para una “posible guerra”; EE.UU. y países europeos cerrando sus embajadas en Kiev, aunque sea de forma temporal; Corea del Norte —la de ahora con tropas en el frente ucraniano— hablando de guerra por los ejercicios militares conjuntos al norte de Corea del Sur; etc., etc. Creo que no es necesario decir más.
Alguien podrá creer que simplemente los canes están gruñendo y se están mostrando los dientes, en lo que algo de razón puede haber. No obstante, el propio Putin parece encontrarse en una sin salida, también interna, si se atacan ciudades al interior de Rusia: si no responde fuertemente, incluso peligra su sostenibilidad, pues él solo sobreagua haciendo gala de sus condiciones de autócrata conquistador. No es sino recordar el episodio de los mercenarios jefes de Wagner para darse cuenta. Y en el antiguo imperio de los zares esas cosas no se saldan con una pacífica salida del poder, sino con sangre. Los canes están gruñendo, pero su adrenalina sí se ha activado.
Sin embargo, yerra de fondo quien considera todos estos panoramas desde una mera óptica natural, haciendo abstracción de que quien gobierna la Historia no es solo el hombre sino sobre todo Dios. Por eso, la pregunta fundamental es: ¿qué es lo que Dios quiere, y que es lo que Dios está dispuesto a permitir?
Entre tanto, si nos ponemos en esta perspectiva, no podemos dejar de recordar lo que dijo la Virgen en Fátima, cuando anunció el fin de la Primera Guerra Mundial: “La guerra va a acabar. Pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor”. Efectivamente, como lo profetizó la Virgen, comenzó otra mucho peor, que casi establece por doquier el poder del nazismo y del comunismo y que dejó decenas de millones de muertos. No obstante, la Virgen estableció la premisa que conduce a la conclusión: la guerra es consecuencia del alejamiento de los hombres de Dios. Si los hombres se alejan de Dios, viene la guerra. Y por tanto, quien ve la situación del mundo, no puede dejar de temer el estallido de la temida Tercera Guerra Mundial, que evidentemente sería mucho más mundial y muchos más terrible que las dos anteriores. Como dijo tal vez Einstein: La Cuarta Guerra sería de palos y piedras, tal sería la destrucción de la Tercera.
Lo que parece ahora observarse, y así lo han percibido algunos analistas, es que pareciera que las zonas que no están tan cercanas a esos puntos neurálgicos de conflicto, no quieren pensar en todas estas terribles posibilidades. Eso puede ser un simple mecanismo de defensa psicológico: son tantos los problemas que agobian la cabeza del hombre de nuestros días, que para qué cargarse con más. Sin embargo, esto puede ser simplemente la técnica del avestruz que mete la cabeza en un hueco, técnica que traerá un cierto alivio al espíritu pero que no aleja ni los depredadores ni los peligros.
Sin embargo, hay algo que todos podemos hacer, que debemos hacer, y que quien ve las cosas con perspectiva sobrenatural, debe tener conciencia que es lo más importante: unirse a Dios, buscar a Dios, rezar a Dios, mejor si es por intermedio de su Madre. Para que el mundo, acercándose a Dios, deje de ofender a Dios.
Nuestra esperanza y confianza debe estar sobre todo en Dios.
Si mañana se alcanza el super acuerdo, que conlleve a la paz total, la pregunta debe seguir siendo la misma, la planteada por la Virgen de Fátima: ¿hemos dejado de ofender a Dios? Porque si no, no hay acuerdo que valga, y se podría aplicar la frase de la Escritura: “cuando dijeren paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina” (1 Tes 5, 2-4)). Pero si sí, Dios se encargará de auxiliarnos, en medio de las más terribles perspectivas o situaciones, pues él no deja ninguna oración sin ser de alguna manera atendida, y sobre todo él no deja a los suyos sin auxilio.
Más que promover un acuerdo —cosa que evidentemente también hay que hacer con todos los recursos legítimos disponibles— lo que debemos hacer es rezar.
A la Madre de Dios. A Dios. Para alcanzar la paz. Pero sobre todo, para dejar de ofender a Dios.
Por Saúl Castiblanco
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