sábado, 27 de abril de 2024
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¿“Comer, rezar, amar”? – Hurgando y desmontando el mito

Comer, Rezar, Amar… relato autobiográfico de Elizabeth Gilbert, que fue un boom en su momento. El eterno e infinito deseo de felicidad. La respuesta cristiana.

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Redacción (30/07/2023 14:08, Gaudium Press) Leyendo una obra con datos y consejos muy interesantes para quienes se dedican al oficio de las letras, titulada El Camino de la Escritura, de Julia Cameron, me deparé ahí con la afirmación de la autora del famoso libro Comer, Rezar, Amar, de que sin las herramientas dadas por Cameron ella no hubiera podido haber escrito su best-seller.

Comer, Rezar, Amar… relato autobiográfico de Elizabeth Gilbert, que fue un boom en su momento y que aún conserva su halo prestigioso.

Llevado por la buena impresión que estaba teniendo del libro de Julia Cameron, me decidí a hacer algo que en algún momento quise hacer: ‘vamos a ver de qué trata Comer, Rezar, Amar’, obra que ya se acerca a la segunda década de publicación, y que se volvió mundialmente famosa, si es que ya no lo era, tras la aparición del filme Eat, Pray, Love, protagonizado por artistas reconocidos.

Fui pues hace pocos días a una librería cerca de mi casa y pregunté por el libro.

El dependiente, muy amable, enseguida me llevó a la sección de pocket books donde entre las más visibles se hallaba la versión ‘bolsillo’ en español.

En su portada, una destacada franja ya anunciaba que se había vendido la no despreciable cifra de más de 10.000.000 de ejemplares: ‘bien…, si diez millones de personas lo han comprado, debe ser por algo’ dirá el posible comprador.

Comencé a hojearlo, y ratifiqué algunas no investigadas impresiones que siempre tuve del mismo, en la línea de un fácil libro tipo ‘experiencial’, con temáticas que pueden ser de ‘auto-ayuda’, incluyendo relatos de fácil y agradable lectura y slogans de esos que a la gente le gusta oír.

Sí, pero una obra de 10.000.000 de ejemplares merece un poco más de investigación, más si usted quiere hablar de ella’, pensé, por lo que volviendo a mi casa busqué y encontré en internet algunas reseñas o resúmenes que consideré fidedignos, indispuesto como estaba a gastar un real en algo que definitivamente no iba a leer al detalle.

Resumen

Muy, muy resumidamente (disculpen el spoiler, no es mío es de sus autores), las reseñas decían que la autora de Comer, Rezar, Amar vivía en Nueva York una exitosa vida de acuerdo a los patrones de la sociedad consumista americana, como escritora ya prestigiosa, casada con un hombre a su altura que la quería, bien establecida económicamente, apreciada socialmente, etc. Pero ella sentía un ‘gran vacío’ en su vida, un ‘vacío existencial’, por lo que decide darle una patada al tablero, voltear la página, y aventurarse a probar nuevas experiencias muy diversas.

Elizabeth dice a su marido que ya no lo quiere, que sus intereses son diferentes y que se va a separar, algo que no le fue fácil y que la va a seguir atormentando por un tiempo, pero no da marcha atrás. Habla con su editor, le anuncia que piensa tomarse un año sabático, y le pregunta que si la apoya en su aventura, que cada cuatro meses visitaría una ciudad con una intención particular, que no la única: En Roma intentaría recuperar el gusto por la gastronomía y el arte, en Nueva Delhi buscaría la trascendencia y lo que hoy muchos llaman ‘espiritualidad’ y en Bali reviviría unos bellos recuerdos de un viaje anterior, y donde supuestamente encontrará el amor. El editor la apoya, le da un anticipo sobre la obra prometida relatando este año sabático, y bien, un día ella ya se halla en el aeropuerto y emprende el camino.

Buscando las reseñas en internet constaté que el libro creó todo un movimiento cultural considerable: personas que tomaban algunas máximas de la obra como eslóganes de vida y así las publicitaban; colgados en YouTube, no pocos relatos de viajes emprendidos siguiendo las huellas de Liz, buscando repetir sus experiencias, al menos algunas; psicólogos comentando y analizando desde su ciencia los postulados y experiencias de la obra; cursos o videos ‘motivacionales’ inspirados en el libro, etc.

Algunos de los eslogans y sentencias a lo bíblico de Comer, Rezar, Amar, son las ya clásicas existentes en muchos libros de ‘auto-ayuda’, del estilo: ‘aprende a disfrutar los placeres de la vida’, ‘dedícate tiempo a ti mismo’, y ‘haz la mejor inversión posible, que es en ti mismo’, ‘disfruta el presente’, ‘hay que romper la rutina’, en Italia – ‘el dulce placer de no hacer nada’ (dolce far niente), ‘haz amigos y convive con ellos’, en la India – ‘procurar el silencio para encontrar la paz’, ‘haz un viaje hacia tu interior’, ‘conéctate contigo mismo’, ‘encuéntrate a ti mismo’, en Bali – ‘busca el equilibrio’, y después ‘deja que el amor rompa el equilibrio’, etc.

No faltaban pues, en el elenco de consignas y lemas del libro, varias verdades o medias verdades, planteadas algunas con chispa, y sutileza, propias a halagar no pocos deseos humanos, fundamentalmente el deseo de felicidad.

Analizando

Lo primero que queremos decir de fondo, es que muy probablemente el libro fue best seller porque va al encuentro de un cansancio creciente con el mito de vida americano, ese que decía que se debe trabajar fuertemente y conseguir dinero, para luego gastarlo como me plazca en el abanico de placeres ofrecidos por la sociedad de consumo, que esa era la fórmula de la felicidad. Muchos la han seguido, Liz Gilbert la probó, y no, lo que obtuvo fue un ‘vacío’ fundamental.

Ante ese vacío, la autora fue primero a la búsqueda de un deleite sutil en el arte y la gastronomía italianas, gozados sin los ritmos acelerados de la sociedad americana. Luego, tras las huellas de muchos – y siguiendo modas que aún permanecen –, fue a buscar la ‘espiritualidad’ que la llenaría en religiones orientales que no promulgan a un Dios personal, sino una divinidad un tanto etérea, medio parecida con el cosmos, medio parecida consigo misma, con su ‘interior’, con su ‘equilibrio interior’, pero también común con el cosmos. Y luego, todavía a la búsqueda de ese equilibrio y felicidad, encontraría el ‘amor’, que entendemos deseaba como perenne.

Es también, aunque no se le presente así, una historia de happy end, con final feliz.

Es claro, un final feliz fallido, porque no es cristiano. Pero vayamos por partes…

Antes de entrar a la crítica, digamos rápidamente que hay elementos innegablemente ciertos en esa presentación – cosas que también sirven de gancho para atraer al hombre moderno – , como que el placer de la buena mesa es de los naturales más elevados que hay, o que el ritmo frenético de la vida de los últimos tiempos es contrario a los procesos naturales del hombre y que después de decenios y decenios de aceleración, muchos están pidiendo a gritos más lentitud y espacios de silencio.

También es cierto que después de tanto correr tras el mito consumista, el ser humano no ha hallado la paz, condición de la felicidad, y que el hombre así como necesita comer para sostener su cuerpo, es por definición trascendente, es decir, necesita alimentar el alma y busca reportarse a un ser superior que le explique el sentido profundo de su existencia.

Los pecados de este tipo de obras

Entre tanto, el libro de Gilbert peca gravemente en al menos tres puntos, como pecan el 99% de los textos de ese estilo:

Primero, la solución de la vida quieren hallarla en las meras fuerzas naturales del hombre y no en la relación constante con Dios-Persona y en la ayuda de Dios; y si reconocen la existencia de Dios, es para que este sirva de esclavo de la felicidad del hombre y no para que el hombre lo sirva.

El segundo de los grandes pecados mortales de estos libros – en la secuencia de lo anterior – es lo que llamaríamos un egoísmo trascendental con relación a nuestros semejantes: no se habla o muy poco del necesario darse, del desgastar la vida por los demás, generosamente, tal como lo predicó Cristo, incluso como condición de la felicidad: “No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13).

Y la tercer gran falencia de estas obras, es todo lo que se refiere al importantísimo tema del sufrimiento: en el fondo plantean un ideal irrealizable, que es el de que se puede y se debe evitar a toda costa cualquier sufrimiento, algo imposible en esta vida que es también un sitio de expiación. Todas sus doctrinas y técnicas tienen como presupuesto que la felicidad se halla en la ausencia de sufrimiento, y hacen que los incautos lectores se embarquen en la carrera loca del evitar cualquier dolor, lo que ya predispone el nerviosismo y acaba la paz, pues el dolor siempre estará presente, más que la sombra que nos persigue cuando ilumina el sol, algo que en el fondo intuimos.

Aunque a veces lo velen, este tipo de obras son enteramente contrarias al ideal cristiano, único válido para alcanzar la felicidad y que podríamos resumir de la siguiente manera:

Mientras el hombre no busque al Dios Personal, siempre sentirá un vacío, que se irá revelando como ‘existencial’, porque como dice San Agustín “nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. Esta presencia de Dios en nuestra vida, y de nosotros en Dios, de acuerdo a la teología católica, es por excelencia la inhabitación de la Trinidad en nuestras almas, cuando se hallan en ‘estado de gracia’.

Dios hizo la creación, los alimentos – Dios también es ‘padre’ y ‘abuelo’ del verdadero arte – para que los admiremos y disfrutemos, con templanza, pero sabiendo que las criaturas nunca satisfarán el deseo de felicidad infinita que albergan nuestros corazones. Las criaturas solo reportan vestigios de felicidad, cuando las consideramos como lo que verdaderamente son, vestigios de Dios, anuncios de Dios, huellas de Dios, y por tanto no nos esclavizamos a ellas sino que reportamos sus cualidades al Creador, a quien por encima de todo amamos. Para que las criaturas no nos esclavicen, debemos también pedir el auxilio de Dios, pues tenemos esa tendencia, a darle a las criaturas el lugar que debe ocupar Dios.

Más aún: la contemplación y la degustación de las criaturas que Dios puso a nuestra disposición en el universo sí puede ser un verdadero deleite. Pero quererlo con egoísmo, sin moderación y sin reportarlo al Creador, es como cuando se estropea un buen plato con un pésimo ingrediente, o cuando se ensucia con un grafitti una excelente obra de arte: se daña la obra, pierde su agrado, se vuelve sosa cuando no asquerosa.

– Y como decía Mons. Joao Clá, fundador de los Heraldos del Evangelio, los seres solo están en orden cuando cumplen su finalidad; así también los racionales solo son felices cuando cumplen su finalidad, que es servir y amar a Dios, y no buscar la felicidad en la ausencia de Él.

Amar y servir a Dios es comúnmente lo contrario de lo estipulado por estos libros experienciales y de auto-ayuda, pues implica ponerlo a Él en el centro de la existencia y no a nosotros. Implica sí desarrollar nuestras cualidades para su gloria, pero buscando la necesaria ayuda de Él, que nos viene por la oración y los sacramentos. Es aceptar e incluso amar el sacrificio que conllevan todas las cosas en esta vida, y también resignarse a los sufrimientos que no podemos alejar, sabiendo que siempre podemos contar con el auxilio de Dios en nuestro caminar.

Finalmente, otra verdad expresada en libros como el de Gilbert, pero a medias, y que no es bien tratada, no es bien solucionada: Dios sí nos hizo con capacidad y necesidad de amar y ser amados. Pero la concepción de amor de estos libros no es la concepción cristiana, que es un darse buscando el bien del otro, sino solo un deseo de recibir y recibir afecto. Y tampoco estos libros tratan en profundidad del amor del cual somos más necesitados, que es el amor de Dios. Nuestra gran necesidad es amar a Dios y sentirnos amados por Dios.

El amor humano siempre fallará, porque somos criaturas imperfectas, afectadas además por el pecado original. El que espera perfección del amor en las relaciones humanas, sean estas cuales sean, y busca llenar con este amor su deseo de felicidad, tarde o temprano se sentirá decepcionado.

En cambio, como dice la Escritura, “Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá” (Sl 27, 10). O el famoso texto de Isaías: “¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho, y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo olvidara, ¡yo no te olvidaré!” (Is 49, 15-16)

Amar a Dios es contemplarlo en la belleza de la Creación, es alabarlo, pero también es respetar sus leyes: “El amor debe ser sincero. Aborrezcan el mal; aférrense al bien” (Rm 12, 9). El amor humano, para que sea real, debe asemejarse al amor divino, y no excluye el sacrificio:

“El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás” (1 Cor 13, 4-8).

Concluyendo:

¿Comer?

Sí, disfrutar los placeres legítimos, pero con moderación, con templanza, respetando la ley de Dios, y reportándolos y agradeciéndolos a Dios, y no haciendo de ellos el fin último de la existencia.

¿Rezar?

Sí, pero al Dios que se encarnó en una Virgen, sabiendo que nacimos para Él, y que nuestra felicidad se encuentra en la relación con Él, pues como Él dijo: “Sin Mí, nada podéis hacer”.

¿Amar?

Sí, pero buscando que nuestro amor sea el amor cristiano, y buscando el amor de Dios, que implica también el sacrificio y el cumplimiento de sus leyes, con su ayuda.

Al final, nuestra Patria no es esta, es el Cielo, junto a Dios.

Por Saúl Castiblanco

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