martes, 30 de abril de 2024
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El Ángel de la Guarda: Un amigo fiel en todo momento

Confiándonos enteramente a nuestros ángeles de la guarda, no debemos temer a los demonios. Después de todo, estos últimos no pueden hacer nada contra el poder de los primeros.

Santo Anjo da Guarda1

Redacción (28/09/2023 16:43, Gaudium Press) Desde el inicio de su vida hasta el momento en que pasa a la eternidad, todo ser humano está rodeado de la protección e intercesión de un ángel designado por Dios para guiar, proteger y guiar. Por tanto, cada uno de nosotros tiene un ángel de la guarda.

Probablemente, casi todos aprendimos en casa, o en las clases de catecismo, la clásica oración: “Santo Ángel del Señor, mi celoso guardián, ya que la piedad divina me ha encomendado a ti, gobiername, guárdame, gobiérname e ilumíname siempre. Amén”. A pesar de esto, tal vez alguna vez se nos haya escapado de los labios una pregunta, transmitida más con admiración que con duda: “¿Realmente tengo un ángel confiado por Dios para cuidar de mí?”

Es verdaderamente admirable que cada uno de nosotros tenga un ángel cuya misión específica es favorecernos en todo lo relacionado con nuestra salvación eterna, pero esta es la realidad: Dios “los hizo mensajeros de su proyecto de salvación”, según afirma el Catecismo de la Iglesia Católica. Y dice San Pablo: “¿No son todos los ángeles espíritus al servicio de Dios, que les confía misiones para el bien de los que deben heredar la salvación?” (Hb 1,14).

“¡Grande es la dignidad de las almas – exclama San Jerónimo – cuando cada una de ellas, desde el momento de su nacimiento, tiene un ángel destinado a su custodia!”

Es muy reconfortante saber que un ser superior a nuestra naturaleza está continuamente a nuestro lado; que él, espíritu puro, permanece en la incesante contemplación de Dios y, al mismo tiempo, vela por nosotros, quiere todo el bien para nosotros, y su objetivo es llevarnos a la perfecta e infinita felicidad del Cielo.

Cuando tomamos conciencia de la presencia de este incomparable guardián, establecemos con él una amistad firme e íntima, como describe el gran escritor francés Paul Claudel: “Entre el ángel y nosotros hay algo permanente. Hay una mano que, incluso cuando dormimos, no suelta la nuestra. En la tierra donde nos encontramos, compartimos el pulso y el latido del corazón de este hermano celestial que habla a nuestro Padre”.

Si tuviéramos mayor confianza en este protector celestial, en este buen amigo que nunca falla -incluso cuando nos alejamos de él, por nuestro mal comportamiento-, ¡podríamos recuperar la paz y el equilibrio que tanto necesitamos!

Están a nuestro lado, incansables, serviciales, amables

La bienaventurada Hosana Andreasi, de Mantua (Italia), todavía de seis años, tuvo el placer de pasear por las orillas del río Po, embelesado por la belleza del panorama. Un día estaba sola en ese lugar, cuando de repente vio aparecer ante ella a un hermoso joven, alto y fuerte. Nunca lo había visto antes… Sorprendida, pero no asustada, escuchó al recién llegado decir con voz clara, suave y firme al mismo tiempo: “La vida y la muerte consisten en amar a Dios”. Su sorpresa aumentó cuando el “joven” la levantó del suelo y, mirándola fijamente a los ojos, añadió: “Para entrar al Cielo es necesario amar mucho a Dios. Ámalo. Todo fue creado por Él, para que la gente lo ame”. Este fue el primero de numerosos encuentros que Hosanna tuvo, hasta su muerte (en 1505), con su Ángel de la Guarda.

Casos como este, de relación intensa con los ángeles, no son nada raros. Santa Gema Galgani (1878-1903), por ejemplo, tuvo la compañía constante de su ángel protector, con quien mantuvo una relación familiar. Le brindó todo tipo de ayuda, incluso llevando sus mensajes a su confesor en Roma.

Aún más cerca de nosotros encontramos los frecuentes episodios ocurridos con San Pío de Pietrelcina (1887-1968), gran impulsor de la devoción a los Ángeles Custodios. En varias ocasiones recibió mensajes de Ángeles Guardianes de personas que, de forma remota, necesitaban alguna ayuda de su parte.

El Beato Juan XXIII, otro gran devoto de los ángeles, decía: “Nuestro deseo es que aumente la devoción al Ángel Custodio”. Nuestros ángeles de la guarda están a nuestro lado, incansables, serviciales, amables, dispuestos a ayudarnos en todo lo que necesitemos, incluidas nuestras necesidades materiales, pero especialmente para proporcionarnos bienes espirituales, ayudándonos a caminar por el camino de la virtud.

Querido lector, que Dios nos conceda que estos pensamientos, tomados de la Revelación y del tesoro de la Santa Iglesia, puedan ayudarnos a acercarnos a estos fieles amigos celestiales, consolándonos y animándonos. Y aumentar nuestro deseo de conocerlos sin los velos sagrados de la fe, cuando nos encontremos allá arriba, en el Reino de los Cielos.

Los otros ángeles…

Además de los Ángeles Guardianes, otros espíritus angélicos deambulan por la tierra y tienen un interés extremo en nosotros… para nuestra perdición: los demonios, ángeles caídos, que alguna vez formaron parte de la corte celestial. Rebelándose contra Dios, comenzaron a trabajar con un objetivo diametralmente opuesto a aquel para el cual Él los creó. Su única y obsesiva preocupación es hacernos perder la posibilidad de contemplar a Dios por toda la eternidad. Los mueve el odio a su Creador, cuyo plan para la humanidad quieren obstaculizar, y la envidia del género humano, porque somos capaces de alcanzar esa felicidad eterna que ellos han perdido para siempre.

Si los demonios nos persiguen tanto, ¿por qué no recurrir al ángel de la guarda y pedirle protección? Ciertamente, crecer en la relación con él significará estar más protegido de las acciones de los malos espíritus y ser más ayudado en la lucha contra las tentaciones.

Dice San Juan de la Cruz: “Los ángeles, además de traer noticias de Dios sobre nosotros, traen ayuda divina a nuestras almas y las pastorean como buenos pastores (…) apoyándonos y defendiéndonos de los lobos, de los demonios”.

Confiándonos enteramente a nuestros ángeles de la guarda, no debemos temer a los demonios. Después de todo, estos últimos no pueden hacer nada contra el poder de los primeros.

Ángeles en la doctrina de la Iglesia

Recurrir a los ángeles está cada vez más de moda. Pero, ¿qué sabe la gran mayoría de la gente sobre estas criaturas espirituales e inmortales?

Después de una época de escepticismo y materialismo triunfante, durante la mayor parte de los siglos XIX y XX, Occidente volvió a demostrar una definida atracción por el mundo de los espíritus. Si hasta hace dos o tres décadas hablar de ángeles era considerado por mucha gente como un signo de inmadurez o falta de cultura, hoy en día se ha puesto de moda.

Abundan las películas y los libros que retratan seres extraordinarios, poderosos, dotados de cualidades sobrenaturales, seres sobrehumanos ante los cuales los mortales comunes y corrientes son impotentes. ¿No es esto un síntoma de interés por el mundo angelical? Además de la fantasía y el mito, las obras esotéricas ampliamente publicitadas presentan una visión distorsionada de estos seres espirituales, y la ignorancia religiosa no ha hecho más que aumentar los malentendidos en este sentido.

Si queremos conocer la realidad sobre los ángeles, ¿dónde podemos encontrar la verdad en medio de tanta desinformación?

Las Sagradas Escrituras

Mucho antes de las definiciones teológicas de los últimos siglos, la enseñanza sobre los ángeles se basa en la autoridad de las Sagradas Escrituras y de los Padres de la Iglesia.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, numerosos pasajes nos muestran a los ángeles en acción, en la tarea de proteger y guiar a los hombres, y sirviendo como mensajeros de Dios. El versículo 11 del Salmo 90 menciona claramente a los ángeles guardianes: “Dios ha confiado a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos”.

Santo Anjo da Guarda 2

Si en algunas ocasiones los ángeles de la más alta jerarquía celestial están a cargo de misiones en la tierra – como San Gabriel y San Rafael – en muchas otras se trata sin duda de una acción del ángel guardián del interesado, aunque la Biblia no lo mencione específicamente. Se tiene esta impresión leyendo al profeta Daniel, salvado de ser devorado en prisión por las fieras hambrientas, pues él declara al rey Darío: “Mi Dios envió su ángel, que cerró la boca de los leones, los cuales no me hicieron ningún daño” (Dn 6, 22). Asimismo, en los Hechos de los Apóstoles, cuando vemos a San Pedro siendo liberado de la cárcel por un ángel (cf. Hechos 12, 1-11).

Nuestro Señor hace una referencia muy clara a los Ángeles Custodios cuando dice: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os declaro que sus ángeles en el cielo ven continuamente el rostro de mi Padre que está en el cielo” (Mt 18,10).

San Pablo, en la Epístola a los Hebreos, enseña que todos los ángeles son espíritus al servicio de Dios, quien les confía misiones en favor de los herederos de la salvación eterna (cf. Heb 1,14).

Los Padres de la Iglesia

En la secuencia de las Sagradas Escrituras, la mayoría de los Padres de la Iglesia tratan a los ángeles como nuestros guardianes. San Basilio el Grande, en su obra Adversus Eunomium, declara: “Cada creyente tiene a su lado un ángel como protector y pastor, para conducirlo a la vida”.

En el siglo II, Hermas, en la obra “El Pastor”, dice que cada hombre tiene su Ángel de la Guarda, que le inspira y aconseja practicar la justicia y huir del mal. En el siglo III, la creencia en los ángeles guardianes estaba tan arraigada en el espíritu cristiano que Orígenes le dedicó varios pasajes. Y sobre el mismo tema encontramos bellos textos de San Basilio, San Hilario de Poitiers, San Gregorio Nacianceno, San Gregorio de Nisa, San Cirilo de Alejandría, San Jerónimo, que nos enseñan: el Ángel de la Guarda preside las oraciones de los fieles, ofrenciéndolas a Dios por medio de Cristo; como nuestro guía, pide a Dios que nos guarde de los peligros y nos conduzca a la bienaventuranza; él es como un escudo que nos rodea y protege; es un preceptor que nos enseña a adorar y adorar; Nuestra dignidad es mayor porque tenemos, desde que nacemos, un ángel protector.

Desarrollos posteriores

En el siglo XII, Honorio de Autun promovió la doctrina de que cada alma, en el momento en que se une al cuerpo, es confiada a un ángel cuya misión es inducirla al bien y dar cuenta de sus acciones a Dios. San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, enseñaron, con San Pedro Damián, que el Ángel de la Guarda ni siquiera abandona el alma pecadora, sino que busca conducirla al arrepentimiento y a la reconciliación con Dios.

En 1608, el Papa Pablo V instituyó la fiesta de los Santos Ángeles Custodios. Posteriormente, en 1670, correspondió al Papa Clemente X fijar definitivamente su celebración el 2 de octubre, haciéndola obligatoria para toda la Iglesia.

El Catecismo de la Iglesia Católica aborda la misión del Ángel de la Guarda respecto de nosotros, diciendo: “Desde el principio hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su protección y de su intercesión” (n. 336). Y el Papa Juan Pablo II, en la Audiencia General del 6 de agosto de 1986, subraya que “la Iglesia confiesa su fe en los Ángeles Custodios, venerándolos en la Liturgia con una fiesta especial, y recomendando recurrir a su protección con la oración frecuente, como en la invocación al ‘Santo Ángel del Señor’”.

Oración al ángel de la guarda

La oración más popular al Ángel de la Guarda fue compuesta por el Papa Pío VI, en 1796: Santo Ángel del Señor, mi celoso guardián, ya que a ti me ha confiado la divina misericordia, rígeme, guárdame, gobiérname e ilumíname siempre. Amén.

Por el Padre Carlos Javier Werner Benjumea, EP

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