martes, 19 de marzo de 2024
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El Señor de los Milagros de Buga, Cristo milagroso que crece, que suda

La historia del maravilloso Cristo Milagroso de Buga está compendiada en la novena que el fraile franciscano Francisco G. Rodríguez hizo por el año de 1819.

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Redacción (11/09/2020 07:11, Gaudium Press) La historia del maravilloso Cristo Milagroso de Buga, está compendiada en la novena que el fraile franciscano Francisco G. Rodríguez hizo por el año de 1819. Resumiremos aquí ese importante relato.

En el año 1580, poco después del arribo de las naves de Colón a América, Buga no era más que un caserío ubicado en el sur de lo que hoy es Colombia. El caserío era alimentado por el río Buga, que pasaba por el lugar donde hoy se encuentra el templo del Señor de los Milagros.

Al lado izquierdo del río había un ranchito de paja donde vivía una india anciana cuyo oficio era lavar ropa. Esta mujer era muy piadosa y estaba ahorrando y reuniendo dinero para comprarse un Santo Cristo y poder rezarle todos los días. Reunió 70 reales que era lo que necesitaba para comprarlo y traerlo desde Quito”, cuenta Fray Francisco.

Pero justo el día en que la lavandera iba a llevar los reales al cura para que encargara el Cristo, pasó un padre de familia conmocionado, diciendo que iba a terminar en la cárcel porque debía 70 reales y no tenía como pagarlos. La lavandera hizo un gran acto de desprendimiento, y le dio al desdichado su dinero.

Un pequeño Cristo, traído por una suave ola

Al día siguiente volvió la india a su oficio en el río, cuando una suave ola colocó en su frente un pequeño crucifijo de madera: era un bello presente del cielo por su acto de generosidad, que la india lavandera conservó como el mayor de sus tesoros. El crucifijo no podía sino ser de Dios, pues río arriba no vivía nadie.

Llegada a su choza, improvisó un altar, donde entronizó el crucifijo, que conservaba en una caja de madera.

Pero una noche la anciana escuchó unos golpeteos, en el lugar donde guardaba la imagen. Y cuando fue a ver, cuál sería su sorpresa al percibir que el Cristo y la caja habían aumentado de tamaño. “Ilusión”, pensó en la oscuridad de la noche. No, no era ilusión. Pocos días después el Cristo ya tenía un metro de altura.

Con la impresión de esta reliquia creciente, quiso avisar al sacerdote, que comprobó con sus propios ojos la maravilla: la india no tenía ni dinero ni relaciones para conseguir un Crucificado así, y acreditó en su historia.

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Pero resulta que la imagen fue quedando fea, porque los devotos le iban quitando pedacitos para tenerlos de reliquias, y la tocaban con sus manos no muy limpias, lo que hizo que un visitador venido de la ciudad de Popayán ordenara que fuese quemada, orden que entristeció mucho a los habitantes de Buga. Y ahí otro milagro.

Cuando se ejecuta la orden, y la imagen fue echada a las llamas, las gentes comenzaron a ver que de ella emanaba un sudor tan copioso, que empezó a ser recogido en paños, algodones. Y cuando terminó de sudar, la imagen estaba más hermosa que nunca.

El sudor duró dos días

Una testigo del hecho consignó: “El sudor duró dos días. Todos los vecinos de los alrededores venían con algodones a recoger sudor y llevarlo como reliquias, y yo también recogí allí de aquel sudor en algodones y todavía lo guardo. Y desde aquel milagro la gente le empezó a tener gran devoción a esta santa imagen y a considerarla como de hechura milagrosa y comenzaron a obtener favores de Dios que consideraron sobrenaturales y milagrosos. Y no sólo en esta ciudad sino en muchas otras ciudades y regiones de donde se han visto llegar muchos romeros y peregrinos a visitar la sagrada imagen. A muchos de ellos les hemos oído contar que se sanaron prodigiosamente de graves enfermedades. Otros narran que se libraron de gravísimos peligros al invocar al Señor de los Milagros”.

El rancho de la india anciana se convirtió en lugar de peregrinación, y tantos eran los favores obtenidos por intercesión del Cristo, que se le empezó a llamar el Señor de los Milagros.

Muerta la india anciana, el río aumentó de cauce y cambió su curso. La casa de ella, que quedaba al lado de las aguas, ahora tenía un mayor espacio donde se construyó el templo, que primero fue una ermita pero después fue siendo agrandado.

En 1907 se consagró el actual templo. En 1937 Pío XII le concedió el título de Basílica.

Con información de EWTN

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