viernes, 29 de marzo de 2024
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¿Hay un ‘temperamento de la santidad’ y un ‘temperamento del vicio’?

Hablando de la existencia de un ‘temperamento católico’.

Monasterio

Redacción (06/04/2022 19:59, Gaudium Press) ¿Existe un ‘Temperamento de la Virtud’ contrario a un ‘Temperamento que lleva al vicio’? Todo indica que sí…

Recordemos con el P. Royo Marín, que temperamento “es el conjunto de inclinaciones íntimas que brotan de la constitución fisiológica” de un individuo.

Después de dar bastantes vueltas, muchos han regresado a la clasificación clásica de los 4 temperamentos, el del sanguíneo (aquel que se excita fácil y fuerte por cualquier impresión pero con una excitación de duración corta), el nervioso (con una excitabilidad débil y difícil al principio, pero fuerte y profunda por repetidas impresiones), el colérico (que se excita pronto y violentamente y cuyas impresiones quedan en el alma por mucho tiempo), y el flemático (que o no se excita o lo hace débilmente y con reacciones débiles).

Dice el teólogo dominico que recogidas “en sintética visión de conjunto las características del temperamento ideal, tomaríamos algo de cada uno de los que acabamos de describir. Al sanguíneo le pediríamos su simpatía, su gran corazón y su vivacidad; al nervioso, la profundidad y delicadeza de sentimientos; al colérico, su actividad inagotable y su tenacidad; al flemático, en fin, el dominio de sí mismo, la prudencia y la perseverancia. A lograr por el esfuerzo sistemático e inteligente este ideal humano que la naturaleza no suele conceder a casi nadie, se encamina la difícil empresa del perfeccionamiento y mejora del propio temperamento”. [1]

Grosso modo, temperamento mejorado es más bien carácter, también en la definición del dominico: “Carácter es el conjunto de las disposiciones psicológicas que nacen del temperamento en cuanto modificado por la educación y el trabajo de la voluntad y consolidado por el hábito”. [2]

Se diría rápidamente entonces, que un temperamento propenso a la santidad es como el que arriba describe el P. Royo, con las mejores características de cada una de las cuatro grandes clasificaciones.

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No obstante, hagamos un camino inverso, no el de una naturaleza que llegó a su perfección, sino de una perfección que modificó la naturaleza. Es decir, pensemos en alguien que se ha dejado modelar por la gracia, y a quien la gracia cambió el temperamento.

Esa persona, por ejemplo un San Ignacio – más bien tendiente a lo colérico, según los relatos de sus primeros años –, conservará las raíces de su temperamento, sí; adquirirá cualidades de los otros temperamentos según lo dicho por el P. Royo arriba, sí; pero también irá adquiriendo algo que llamamos una “vibración temperamental” que es la de la santidad, y que muy probablemente sea diferente a la que tenía originariamente.

Por ejemplo, de un San Pedro – línea sanguínea – podemos deducir su temperamento base por los relatos que hace la Sagrada Escritura: fácilmente se entusiasma con Cristo, también el miedo se apodera de él con presteza, lo lleva a la traición, pero corazón noble, se arrepiente, etc. Sin embargo, no nos imaginamos que él haya conservado esos movimientos temperamentales iniciales (no estamos aquí hablando de virtud, más bien de algo ‘previo’), sino que para el final de su vida él ya había adquirido cierta serenidad, cierto ‘tonus’ de atemporalidad, de eternidad, cierto estilo de reactividad emotiva que el prof. Plinio Corrêa de Oliveira llamó algún día de ‘benedictino’ y que luego calificó de católico, un tipo de Temperamento Católico.

Ese temperamento es lo contrario del frenesí.

El frenesí produce un nerviosismo que “es vil, inconsistente e indigno, en comparación con ese punto de partida benedictino – decía un día el Dr. Plinio. ¡Es lo opuesto! (…) Es lo contrario contradictorio del demonio. El frenesí es la vibración anti-benedictina por excelencia. Es la excitación. Se comprende entonces el choque del predio de San Benito [un antiguo monasterio benedictino] con todos nuestros defectos, en la medida en que tendemos a lo frenético”.

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Entonces, hay una vibración temperamental excitada, agitada y frenética, que es lo contrario a la ‘vibración’ que se sentiría en un monasterio benedictino, que es más o menos la ‘vibración’, el estilo temperamental de toda una Edad Media impregnada por el espíritu benedictino, estilo que el Dr. Plinio definía como de grandeza calma, con un cierto toque de atemporalidad y eternidad, con inocencia, pero no la inocencia de una criatura joven, sino “lo que yo llamaría la edad madura de la inocencia”, es decir, la inocencia no de una campanilla pequeña de plata, sino de una campana grande de un monasterio.

Una vibración temperamental correspondiente a un espíritu donde hay acogida e intimidad, pero donde se excluye la banalidad; las cosas se examinan en espíritu de grandeza, pues se tienen los ojos en en cielo.

Todas esas condiciones, de ese temperamento benedictino, producen en el hombre vibraciones, pero no frenéticas, sino melódicas, armoniosas. Ese temperamento ‘benedictino’ vibra, no es estático, llora, se ríe, a veces exulta, pero no gira constantemente como una licuadora.

Es un temperamento que puede tener los movimientos que tiene el mar, a veces de tormenta también, pero normalmente calmos. Como un río, que puede ser a veces impetuoso, pero normalmente fluye con suavidad. Un temperamento que como el día, tiene momentos de total brillo del sol, pero también de amanecer, de atardecer, de oscuridad, que se suceden unos a otros de manera casi imperceptible. Como las estaciones.

Esas vibraciones de ese temperamento católico favorecen la contemplación de Dios en el orden de la creación, permiten que el hombre perciba las huellas y los pasos de Dios en el universo, en un animal, un rostro, una construcción. Las vibraciones frenéticas del mundo de la revolución son egoístas, ensimisman e introducen al hombre solo en su placer egoísta, morboso.

Las vibraciones del temperamento católico permiten “contemplar la continuidad entre el Cielo y la tierra – en lo que el Cielo refleja la tierra, en lo que la tierra refleja el Cielo – y permiten presentar esta vida y la otra como una magnífica continuidad armónica, donde la muerte es un incidente pasajero”.

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El temperamento ‘benedictino-católico’ es “como una posición previa del alma, tocada por un ángel, que hace mover el cielo y acciona movimientos terrenos”. Permite “un encuentro de Dios con los hombres, al inicio de los pensamientos y los deseos del orden terrenal”.

Ese ‘temperamento católico’ no anula el temperamento base, sea colérico, sanguíneo, flemático o nervioso, sino lo sublima con sus características propias de grandeza, eternidad, recogimiento, contemplación, serenidad, anulando las malas tendencias a las que cada temperamento pueda inclinarse.

Si se tiene ese temperamento católico, todo queda más fácil, pues es una ‘vibración’ que conecta con Dios, que favorece la recepción de la gracia, la comunicación con los ángeles, la contemplación de Dios en el Orden del Universo, lo que nos llena de fuerza para la lucha.

Si se tiene el temperamento satánico del frenesí, casi se diría que el demonio tiene previamente ganada la partida en la lucha por nuestra alma.

Por Saúl Castiblanco

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[1] Antonio Royo Marín, O.P. Teología de la Perfección Cristiana. BAC. Séptima Edición. Madrid. 1994. p. 790

[2] Ídem, p. 760.

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