domingo, 05 de mayo de 2024
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Mes de María

Durante mayo parece que el indispensable patrocinio de nuestra Madre celestial se torna, durante este período, aún más solícito.

fatima banne

Redacción (02/05/2023 15:00, Gaudium Press) En el mes de mayo —mes de María— sentimos una especial protección de Nuestra Señora que se extiende sobre todos los fieles, y una alegría que resplandece e ilumina nuestros corazones, expresando la certeza universal de los católicos de que el indispensable patrocinio de nuestra Madre celestial se torna, durante este período, aún más solícito, más amoroso, más lleno de visible misericordia y de exorable condescendencia.

Si sabemos vivir bien estos treinta y un días especialmente consagrados a Nuestra Señora, lo que nos quedará será una mayor devoción, una confianza más especial y, por así decirlo, una intimidad mucho más acentuada con Nuestra Señora, que en todas las dificultades de la vida sabremos pedir con más respetuosa insistencia, esperar con más invencible confianza, y agradecer con más humilde afecto todo el bien que Ella hace por nosotros.

Nuestra Señora es la Reina del Cielo y de la Tierra, y al mismo tiempo, nuestra Madre. Esta es la convicción con la que siempre entramos en el mes de mayo, y esta convicción se profundiza cada vez más en nosotros, derramando cada vez mayor claridad y fuerza al cerrar el mes de mayo.

Mayo nos enseña a amar a María Santísima por su propia gloria, por todo lo que representa en los designios de la Providencia. Y nos enseña también a vivir más constantemente nuestra vida de unión filial con María.

El sufrimiento en el mundo contemporáneo

Los niños nunca están más seguros de la vigilancia amorosa de su madre que cuando están sufriendo. Toda la humanidad sufre hoy. Y no sólo sufren todos los pueblos, sino que casi se podría decir que sufren en todo lo que pueden sufrir. Las inteligencias son arrastradas por el vendaval de la impiedad y el escepticismo. Locos tifones de mesianismos de todo tipo asolan los espíritus. Ideas nebulosas, confusas, audaces, se cuelan en todos los ambientes, y arrastran no sólo a los malos y tibios, sino a veces incluso a aquellos de quienes se esperaría una mayor constancia en la Fe.

Sufren voluntades obstinadamente apegadas al cumplimiento del deber, con todos los reveses que vienen de su fidelidad a la Ley de Cristo. Los que transgreden esta Ley sufren, ya que lejos de Cristo todo placer es, en el fondo, nada más que amargura, y todo gozo una mentira. (…)

Los cuerpos sufren, agotados por el trabajo, minados por la enfermedad, abrumados por todo tipo de necesidades. Puede decirse que el mundo contemporáneo, semejante al que vivía en la época en que nació Nuestro Señor en Belén, llena el aire con un gran y clamoroso gemido, que es el gemido de los impíos que viven lejos de Dios, y de los justos que viven atormentados por los impíos.

Pedir, por María, que el Espíritu Santo renueve la faz de la tierra

Cuanto más oscuras se vuelven las circunstancias, más atroces los dolores de todo tipo, más debemos pedir a Nuestra Señora que ponga fin a tanto sufrimiento, no sólo para que cese nuestro dolor, sino para mayor beneficio de nuestra alma. La Sagrada Teología dice que la oración de Nuestra Señora anticipó el momento en que el mundo tendría que ser redimido por el Mesías. En este momento lleno de angustia, volvamos con confianza la mirada a la Virgen, pidiéndole que acorte el gran momento que todos esperamos, en el que un nuevo Pentecostés abra destellos de luz y esperanza en estas tinieblas, y restablezca por doquier la Reinado de Nuestro Señor, Señor Jesucristo. […]

Debemos pedir, por medio de Nuestra Señora, que Dios nos envíe el Espíritu Santo en abundancia, para que las cosas sean creadas de nuevo, y la faz de la tierra purificada por una renovación. Dante dice, en la “Divina Comedia”, que orar sin el patrocinio de Nuestra Señora es lo mismo que querer volar sin alas.

Encomendemos a Nuestra Señora este anhelo en el que descansa todo nuestro corazón. Las manos de María serán para nuestra oración un par de alas purísimas por las que llegará ciertamente al trono de Dios.

Por Plinio Corrêa de Oliveira

(Texto extraído, con adaptaciones, de Revista Dr Plinio n.50, Mayo 2002.)

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