miércoles, 24 de abril de 2024
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Para apreciar la Champagna, para que esta no parezca Coca Cola

¿Por qué a veces visitar un museo puede compararse a beber un agua saborizada?

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Redacción (27/03/2022 12:01, Gaudium Press) ¿Por qué a veces visitar un museo puede compararse a beber un agua saborizada, o comer unas palomitas de maíz, algo que fácilmente se olvida al poco tiempo? Simplemente porque no se supo hacer esa visita.

Visitar un museo es como hacer una peregrinación a lo que de Dios se manifestó en otros tiempos, en otros mundos, otros pueblos. Y cuando se está a la búsqueda de lo divino, no se corre, se contempla, se pide a Dios que nos revele qué quiso manifestar en esos seres, hasta entonces desconocidos para nos.

Por ejemplo, acabamos de intentar hacer esa peregrinación en el museo de arte religioso que los jesuitas mantienen en Cartagena de Indias. Es claro, esta fue casi una peregrinación lo que se dice, pues en ese claustro todavía está viva la presencia de San Pedro Claver, que ahí vivió y murió.

Pero lo que queremos destacar es esa actitud contemplativa, más lenta, más respetuosa de las buenas inspiraciones, con las que se deben considerar ciertos ambientes.

Plasmemos pues algunos flashes de esa peregrinación, con un recorrido fotográfico de algunas de las maravillas que ahí se encuentran (las fotos no son las mejores, pero sirven para ilustrar la idea).

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Fuimos recibidos por un Sagrado Corazón, mezcla de dulzura, inocencia y aristocracia, que nos invitaba a la elevación y al arrepentimiento, sentimientos apropiados para estos días cuaresmales.

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Del Sagrado Corazón pasamos un San Miguel Arcángel, alado, con yelmo y penachos, sereno pero decidido, trajado de marqués barroco, pronto a empuñar su espada al mero atisbo del enemigo infernal. Él pasa de la calma a la acción a la misma velocidad con la que bradó el Quis ut Deus.

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Nos topamos felizmente después con una Santa Rosa de Lima, bien alejada de cierta piedad dulzona deformativa de la verdadera fisonomía de los santos. Empuña la Rosa un crucifijo como quien va a practicar un exorcismo. Con su rostro de pureza y sus grandes ojos bien despiertos, cuasi saltones, la Santa contempla el mundo que le pertenece a Cristo, no al maligno, quien solo merece la expulsión. Por si faltaran argumentos para ello, la santa toma razones de un libro, de pronto la Escritura, dividido por dos rosas, símbolo de su dulzura.

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Aquí el pintor logró captar la pureza de San Juan Berchmans, la profundidad de horizontes que abarcaba su espíritu, particularmente su consideración elevada de las cosas de la eternidad, tal vez ya con un tono pre-romántico que no correspondería al santo.

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Sigamos con esta Madonna del Popolo, majestuosa, con toques de Oriente, consciente de su realeza, contemplativa e indagadora del peregrino que busca su auxilio, pero digna oyente de todas sus súplicas.

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Aquí un escenario histórico, grandioso, tanto por los personajes, cuanto por lo que en esos momentos se dio. Se trata de San Alonso Rodríguez despidiendo a su discípulo San Pedro Claver, que bautizaría y evangelizaría los negros de Suramérica. El mobiliario era pobre, austeridad que impide distracción de la grandeza de lo que allí ocurría. El anciano hermano lego bendecía desde el mirador de sus años al joven jesuíta piadoso, meditativo, humilde. Partía así para América aquel que construiría una parte de la nacionalidad cristiana de esos pueblos, ese que bautizaría alrededor de 300.000 negros.

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Ahora una talla de una monja, que es una roca, un monumento. Cada monja, un monumento.

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Unas escaleras, con piedras que parecen de coral, de numerosos escalones, amplios, no enteramente regulares, sólidos, austeros, sobrios, imponentes, que llevan a cosas grandes, en este caso a…

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…ésta, la enfermería del claustro, aposento santificado donde San Pedro Claver ofreció sus últimos suspiros al Creador, ciertamente también pensando en sus negros, de los cuáles fue su fiel esclavo.

Ese fue el recorrido que nosotros hicimos, con nuestros pasos y nuestras pobres luces. Es claro que cada uno verá la realidad de acuerdo a lo que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira llamaba su luz primodial, el prisma que le dio el Creador para contemplar el Orden del Universo.

Pero lo que sí debe ser común a todos los viandantes de este mundo, es asumir una posición de espíritu en la que nos habilitemos a escuchar esas ‘voces’ maravillosas y frecuentemente sutiles de Dios, que nos vienen a partir de la contemplación de los seres creados.

Así se hace entretenida la vida. Y nos vamos desenviciando de esa tropelía insensata, inconclusa y bien difusa, de ese estilo agitado del cine hollywoodiano. Aquel que aunque se tome champagna, hace que todo sepa a Coca Cola.

Por Saúl Castiblanco

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