viernes, 26 de julio de 2024
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Renacimiento: cultivo de los valores de la sola inteligencia

Como resultado de la concepción naturalista de la vida del hombre del Renacimiento, el cultivo de los valores de la inteligencia constituía para él una cuestión de honor.

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Redacción (20/05/2024, Gaudium Press) Para penetrar en las profundidades de la modificación psicológica que el Renacimiento trajo al alma humana, es necesario recordar la noción de trascendencia: la especial superioridad que tiene una cosa sobre otra, por el hecho de ser intrínsecamente de mayor calidad. Por ejemplo, una planta trasciende la piedra, que es de naturaleza mineral; el animal trasciende a la planta, y el hombre, animal-racional, trasciende al simple animal.

De todas las criaturas terrestres, el hombre es el único capaz de pensar y, mediante el razonamiento, llegar a comprender su trascendencia respecto de los seres inferiores a él, la posibilidad de la existencia de un orden de seres que lo trasciende a él y que le es muy superior.

De esta manera, él llega a la idea de un Dios en quien todas las cualidades, perfecciones y excelencias pueden existir de manera personificada y absoluta.

En el hombre hay una especie de sed insaciable de algo más perfecto, más elevado, más trascendente. Debido a su inteligencia puede vislumbrar otros mundos, otras realidades, otros firmamentos, que normalmente no tiene ante sí.

Ahora bien, todo lo que el hombre pueda imaginar de un orden más bello, superior y extraordinario, resplandece, por así decirlo, en la adorable Persona de Nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, en quien residen por excelencia todas las perfecciones imaginables.

Además de Jesucristo, tenemos a la Iglesia Católica, su Esposa Mística.

Cuando entramos en un templo construido en un estilo genuinamente católico y escuchamos el sonido de un hermoso órgano, o seguimos la Liturgia que allí se desarrolla en toda su pompa y esplendor, sentimos a nuestro alrededor el calor de la piedad de todos los fieles reunidos, que asciende a los cielos.

Este conjunto de cosas transporta nuestro espíritu mucho más allá de las realidades terrenas. Esta noción de trascendencia estuvo presente, de manera muy particular, en el alma medieval.

Beatos Fra Angelico, Rafael y Miguel Ángel

Lo que verdaderamente caracteriza el período del Renacimiento es la ausencia

visión casi completa de esta concepción predominante en la Edad Media. En lugar de buscar siempre un orden superior, viendo todas las cosas a la luz de un anhelo de ese orden, el hombre del Renacimiento sólo comprende lo que puede ver y sentir de forma natural. Corta la tendencia hacia lo trascendental, y sólo le interesa permanecer dentro del estricto terreno de la naturaleza.

Un retrato fiel de hombres que concebían una esfera superior de las cosas aparece en las pinturas del Beato Fra Angélico, quien, por su espíritu, es característicamente un artista medieval, aunque vivió durante el Renacimiento.

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Detalle de la Anunciación de Fra Angelico

En sus pinturas representa personas imbuidas de una luz, una claridad, una ligereza que no existe en la vida real, y que nos habla de un orden trascendente.

Otro ejemplo. En las figuras de personas trabajando, talladas en los portales o representadas en los vitrales de las catedrales medievales, se puede ver que son individuos con un espíritu poblado de ideas de orden superior, lo que les confiere dignidad, equilibrio, recogimiento y total preponderancia del alma sobre el cuerpo.

En las obras de arte del Renacimiento todo nos habla sólo de esta vida y de esta naturaleza.

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Virgen de la Silla, de Rafael – Foto: Wikipedia

Si analizamos una figura humana, como una Virgen de Rafael, veremos que personifica a una dama muy gentil, dotada de un genio excelente, de costumbres muy puras, de modales agradables, pero que no da la impresión de un ser celestial. Nos da la idea de una persona espléndida de esta Tierra.

En el “Moisés” de Miguel Ángel encontraremos el mismo fenómeno. La escultura nos presenta a un italiano potente, inteligente y capaz, que despliega una enorme personalidad. Pero nada nos hace sentir el Moisés de la Biblia, el hombre que bañó sus ojos de una claridad sobrenatural y tuvo contacto con un orden que trasciende al hombre.

Deseo desenfrenado de disfrutar la vida

Incluso al pintar o representar escenas sobrenaturales, el Renacimiento sólo reflejaba la naturaleza, excluyendo por completo los valores trascendentes, sobrenaturales y la existencia eterna.

Si sólo existe la naturaleza que nos rodea, inevitablemente llegamos a la conclusión de que lo único que ella presenta de sólido, disfrutable, son los sentidos. Se trata, por tanto, de disfrutarlos al máximo.

Esta posición naturalista del hombre del Renacimiento tuvo, como consecuencia, un deseo desenfrenado de disfrutar de la vida en todos los sentidos y por todos los poros. Y éste es otro de los rasgos más llamativos del Renacimiento.

Hay varias maneras de disfrutar la vida. El tipo más común es el del hombre de buen humor, que busca la alegría cortesana con el sonido de la mandolina, el laúd y, más tarde, el clavecín.

Junto a esto, existen personas melancólicas que cumplen este deseo a través de una vida en la que el llanto y los lamentos juegan un papel importante. Les gusta hacer de sus días en esta tierra un gran drama.

Pensar como fuente de diversión

Es importante señalar que, para el hombre del Renacimiento, disfrutar de la vida presupone, ante todo, inteligencia. No se le habría ocurrido disfrutarlo usando desordenadamente el móvil y bebiendo Coca-Cola, como en nuestros tiempos.

Heredera de la capacidad intelectiva existente en la Edad Media, comprendió la satisfacción superior que se encuentra en pensar y le gustaba analizar, comparar y juzgar.

El hombre del Renacimiento, sin embargo, entendía el pensamiento como una fuente de diversión. Buscaba el placer de realizar razonamientos brillantes, decir frases hermosas, hacer agradables excursiones a un orden superior de cosas.

Abandonando el gusto por las ideas claras y ordenadas propias de la escolástica, surgió el llamado “espíritu bello”, que no era el del sabio, sino el del chispeante, que ya no tenía deseos serios de conocer la verdad.

Como resultado de la concepción naturalista de la vida del hombre del Renacimiento, el cultivo de los valores de la inteligencia constituía para él una cuestión de honor.[1]

Apagando la luz de la razón

El proceso revolucionario, iniciado en el Renacimiento, ha llegado hoy al paroxismo en el campo intelectual, por ejemplo.

Como predijo el prof. Plinio Corrêa de Oliveira en 1974, la humanidad fue afectada por el apagamiento del lumen rationis, es decir, la luz de la razón, el fenómeno más terrible ocurrido en la Historia, desde la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Es la luz del sentido común, del equilibrio natural –antes herencia de cualquier persona, ya sea vendedor, lustrabotas o verdulero– la que hoy se apaga, dando lugar a un estado psicológico en el que todas las contradicciones, inconsistencias y absurdos son ingeridso con una normalidad que merece el nombre de cinismo”.

Este fenómeno sin precedentes traería como consecuencia “una preparación monumental y, a su manera, dramática y majestuosa a todo desorden, a todo error y a todo mal”.[2]

Por Paulo Francisco Martos

Nociones de Historia de la Iglesia

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[1] Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Na Renascença, domínio do natural e do terreno. In Dr. Plinio. São Paulo. Ano III, n. 23 (fevereiro 2000), p.12-16.

[2] CLÁ DIAS, João Scognamiglio, EP. O dom de sabedoria na mente, vida e obra de Plinio Corrêa de Oliveira. Cidade do Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. 2016, v. IV, p. 477-478.

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