jueves, 07 de noviembre de 2024
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San Antonio María Claret, llama de Dios, en su juventud un pabilo que casi se apaga

Un día casi se ahoga, y comprendió que Dios lo tenía destinado a una gran misión.

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Redacción (24/10/2024, Gaudium Press) Es claro que San Antonio María Claret (1807-1870), uno de los santos que la Iglesia conmemora hoy, marcó con su presencia la época en que vivió.

Periodo de tibieza en la juventud

Imaginémonos un hombre de baja estatura, de temperamento ardiente español, catalán picante, hijo de una familia bastante piadosa dedicada a la fabricación textil.

Era aún un joven viviendo en Barcelona, cuando sintió el llamado divino para algo más elevado, aunque era indefinido, pues no pensaba en la vocación sacerdotal. Pero en esa pujante ciudad, se implicó en el tema de tejer e ingresó en los asuntos prácticos de dicho negocio, comenzando a olvidar el fervor de su piedad de la época de niño. Pasó varios años enfrascado en el cuidado de los hilos, los telares y cosas conexas.

Practicaba la religión, pero se puede decir que en ese período de su vida, San Antonio María Claret tendía a la tibieza. Frecuentaba la Iglesia, asistía a Misa los domingos, comulgaba algunas veces al año y rezaba el Rosario. Pero, fuera del estricto cumplimiento de las prácticas de piedad, sólo tenía pensamientos para su trabajo en la industria textil.

Cierto día, fue con compañeros a nadar en el litoral y el fuerte movimiento de las olas lo arrastró mar adentro. Sintiendo la angustia del que era tragado por el mar, hizo un apeló a la Virgen y, de forma inexplicable, sintió que flotaba en la superficie del océano, al tiempo que era llevado por una fuerza misteriosa hasta la playa, sin siquiera tragar una gota de agua.

Estando a salvo en tierra, asoció el episodio a un recuerdo que había tenido durante la Misa, algunas palabras de Jesucristo en el Evangelio: “¿Qué provecho obtendrá el hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma?” (Mt 16,26). Era como si Cristo en ese momento le estuviese recriminando por no seguir el camino que Él le había destinado.

Patrono de los flojos

Por su fidelidad a la gracia de la conversión se tornó un modelo de santidad, digno de ser imitado por todos. Él alcanzó ese triunfo sobre la propia indolencia espiritual con su particular devoción a Nuestra Señora. Ella, que lo tenía predestinado para grandes hechos, lo ayudó a erguirse de la mediocridad.

Ordenado sacerdote, se convirtió en misionero. Se destacó como típico predicador popular, con algunas características excepcionales. Por ejemplo, tenía una voz potente, capaz de hacerse escuchar por las multitudes que llenaban las plazas públicas donde él pronunciaba sus sermones, pues el espacio interno de las iglesias era insuficiente para contener a todos los fieles que querían escucharlo. A menudo, incluso las plazas eran pequeñas para reunir al público que asistía a sus predicaciones.

Cuando viajaba de una ciudad a otra, su fama de orador sacro era tanta que gran parte de la población de donde estaba lo acompañaba, en procesión, hasta encontrarse con los habitantes de la localidad vecina, para la cual él hablaría. Durante el encuentro, el Santo hacía un sermón de despedida y uno de saludo a los otros, conmoviendo el alma de todos.

Siendo un orador popular muy vivo, interesante, apasionado, profundo, sólido, substancioso y dotado de un carisma extraordinario, ocurrían hechos espectaculares durante las homilías. Por ejemplo, a veces él interrumpía sus palabras, señalaba a una mujer del público y le decía: “Usted cree que no morirá joven y tendrá varios años por delante. Pero su muerte será dentro de… – se hacía un silencio de hielo – seis meses”. Naturalmente, la persona se desmayaba, lloraba, etc., pero sobre todo, buscaba a Dios.

San Antonio Maria Claret

En otros momentos afirmaba: “Voy a expulsar un demonio que se cierne sobre el auditorio”. Y en seguida rezaba la fórmula del exorcismo. Estrepitosamente, un rayo cae del cielo, las campanas suenan y la población queda aterrorizada. Hubo conversiones en masa, pues podemos imaginar el efecto de esas predicaciones.

San Antonio comprendía de modo claro que había sido destinado por Dios a la vocación de misionero junto al pueblo. Nunca deseó convertirse en un profundo teólogo, ni orador de alto porte, como un Padre Antonio Vieira, o un Bossuet, o un Bourdaloue. Nació para hablar al pueblo y con su oratoria popular convertía multitudes.

Comprendió igualmente, que era un hombre para suscitar entusiasmo, más que coordinar el entusiasmo que suscitaba. Por esto, pasaba por las provincias despertando por todas partes el amor a Dios, dejando después que otros utilizaran aquella semilla y aquel fuego para que rindiera buen fruto. Era, por tanto, un modelo de desprendimiento, sin la preocupación de recoger para sí, plantando para que otros cosechen.

Arzobispo en Cuba y confesor de la Reina

Después de una estupenda predicación en las Islas Canarias, fue promovido a Arzobispo en Cuba, que entonces era colonia española y cuya situación moral era desastroza. San Antonio María Claret se dedicó a la conversión de la isla y cuando comenzó a obtener la enmienda de las costumbres, se desencadenó una intensa reacción contra él. Sufrió muchas y fuertes oposiciones, incluso atentados, hasta que la Reina de España intervino y lo sacó de esas tierras.

De regreso a la metrópolis, San Antonio María Claret se instaló en la corte como confesor de la Reina Isabel II, hasta que una revuelta política la destronó y la exiló en Francia.

Defensor de la infalibilidad pontificia

En esa época, fundó la Congregación de los Hijos del Inmaculado Corazón de María, cuyo nombre resalta el fervor que él dedicaba a la Madre de Dios bajo esta invocación.

Algunos años después, durante el Concilio Vaticano I, sucedió otro de los celebres episodios de la vida de San Antonio María de Claret. Él ya era un venerable anciano, estaba enfermo, pero coronado por las más altas gracias que se pueden recibir. Por ejemplo, el Santísimo Sacramento nunca se deterioraba dentro de él, de una comunión a otra, de manera que era un sagrario vivo, así como Nuestra Señora que tuvo a Jesús viviendo dentro de Ella en el periodo de la Encarnación y Gestación.

Cuando escuchó en el Concilio Vaticano I declaraciones de algunos obispos contra la infalibilidad papal, San Antonio se levantó e hizo un famoso sermón en el que declaró: ¡Ojalá pudiese yo consumar mi carrera confesando y diciendo de la abundancia de mi corazón esta grande verdad: “Creo que el Sumo Pontífice es infalible!”.

La actitud de algunos hermanos en el episcopado lo abrumó y llenó de dolor, a tal punto que tuvo comienzos de apoplejía, por la que moriría poco después, en Francia, recogido en una Cartuja. Era el año de 1870.

Así terminaron los días de este magnifico varón de la Fe, modelo de Devoción a Nuestra Señora, en especial al Inmaculado Corazón de María y ardiente amante a la Santa Sede Apostólica. Demostró que, en las clases populares, al contrario de lo que pretende la Revolución, una predicación auténtica y buena produce maravillosos resultados.

Todas estas razones nos llevan, en el día de su fiesta, a confiar de modo particular en el patrocinio de San Antonio María Claret y pedirle que nos obtenga las mejores gracias del Cielo.

(Tomado, con adaptaciones, de Los Santos Comentados, por Monseñor João Clá Dias, EP)

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