viernes, 29 de marzo de 2024
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San Jerónimo, el autor de la Vulgata, el que cuidó de un león herido

Un día vio a Jesucristo, que lo acusaba de amar más a Cicerón que a Él. Y fue entonces que se dedicó de lleno a las ciencias divinas.

San Jeronimo 1

Redacción (30/09/2021 06:52, Gaudium Press) ¿Quién es San Jerónimo? Decir que un hombre fue escogido por Dios para hacer entender mejor la Biblia, no es poca cosa. Ese es San Jerónimo y mucho más.

Nace San Jerónimo en el 342, en la ciudad de Stridon, Dalmacia, probablemente lo que hoy es Croacia. Su familia era noble y rica, pero sobre todo cristiana.

Viendo su padre la genialidad del chico, lo mandó a Roma con una pequeña fortuna, que usó para educarse muy bien, comenzando por estudiar gramática, retórica, y latín, esto último con un sabio pagano llamado Donato.

También estudió griego.

Obsesionado con los clásicos

Cicerón, Virgilio, Homero, Tácito, los clásicos romanos encontraron buen espacio en su mente, y también Homero y Platón. Llegó a aprender trechos de sus libros de memoria, e incluso hizo copias a mano de algunos de ellos. Pero estos autores tomaban todo su tiempo, restándoselo a lecturas más piadosas, que harían mucho más bien a su alma.

Se mezcló con el ambiente decadente de la Roma de su tiempo, más por mundanismo que por otra cosa. Pero no se había olvidado completamente de Dios y poco a poco la gracia fue trabajando su alma, hasta que se hizo catecúmeno.

Comenzó a visitar catacumbas en la capital del imperio, veneraba las reliquias de los mártires, pensaba en sus vidas. La gracia iba haciendo su labor.

Fue bautizado por el Papa Liberio, y en un viaje de estudios por las Galias, en Tréveris, tomó la decisión de dedicarse al servicio de Dios. Entonces se dirigió a una región desértica en las cercanías de Antioquía, donde vivió durante tres años en entera soledad.

Allí estudió hebreo con un judío convertido, pues ya tenía el deseo de profundizar en las Escrituras en su lengua original. Toda su enorme capacidad de estudio se dirigió en ese sentido.

Pero tampoco fue fácil: “Las fatigas que esto me causó y los esfuerzos que me costaron, sólo Dios lo sabe. Cuantas veces desanimé y cuantas veces volví atrás, y volví a comenzar por el deseo de saber. Lo sé yo que pasé por eso, y lo saben los que vivían en mi compañía. Ahora doy gracias al Señor pues recojo los sabrosos frutos de las raíces amargas de los estudios”. Interesante: nada en la vida es fácil, dice el adagio popular; así es también en las vidas de los santos.

Dios permitió que el demonio lo torturase, y así es representado en algunas pinturas históricas, tentaciones particularmente contra el sexto mandamiento. Ayuno y oración eran sus armas entonces: “Después de llorar mucho y contemplar el cielo, me sucedía por veces, ser introducido dentro de los coros de los ángeles. Loco de alegría yo cantaba”. Dios lo sostenía, no lo abandonaba. Permitía que el demonio lo atormentase, pero después lo consolaba: Si Dios permite que se le apriete, no que se le ahorque.

La escritura de la Biblia le parecía demasiado simple, acostumbrado como estaba al estilo pomposo de los clásicos griegos y romanos. Su alma aún no profundizaba y no se deleitaba en los abismos de la sabiduría divina.

Pero entonces, estando en Antioquía tuvo una visión. Había sido llevado delante del Tribunal del Juez Supremo. Jesucristo le pregunta sobre su fe:

Soy cristiano, le responde Jerónimo.

¡Mentira!, dice el Señor. No eres cristiano, sino ciceroniano.

San Jeronimo 2Y el Juez mandó que fuera azotado. Los asistentes pidieron clemencia, alegando que era muy joven aún y podía enmendarse.

Entonces Jerónimo recibió el perdón en la visión: “Desde aquella hora yo me entregué con tanta diligencia y atención a leer las cosas divinas, como jamás lo había hecho con las cosas humanas”.

Fue entonces a Chalcis, en el desierto de Siria, donde pasó 4 años.

Luego viajó a Constantinopla, a escuchar a San Gregorio Nacianzeno. Allí se quedó tres años estudiando junto a él. Trabó también ahí amistad con otro gigante, San Basilio.

Secretario del Papa

Tenía más de 30 años cuando fue hecho sacerdote.

Pero el Papa convocó un concilio, del que el secretario debía ser San Ambrosio. No obstante, San Ambrosio enfermó y fue escogido como secretario el ya sabio Jerónimo. Sin embargo después de terminar el concilio el Papa no quiso soltarlo y lo hizo su secretario personal.

El Papa deseaba una traducción de la Escritura más acorde a los textos originales. Y el hombre para esta labor era Jerónimo. De ahí nació lo que se conoce como la Vulgata, la Biblia en latín para el vulgo, pues en ese entonces el lenguaje del pueblo era el latín. Posteriormente Clemente VIII Papa dijo que en ese trabajo San Jerónimo estaba asistido por el Espíritu Santo.

Muerto el Papa San Dámaso se creó un ambiente contra San Jerónimo que lo hizo irse a Jerusalén, donde fue a vivir en la Gruta del Pesebre. De su celo nacieron dos monasterios, uno masculino y otro femenino.

Una tarde, rezando las horas canónicas con otros monjes, todos salieron corriendo, menos él. Un león había ingresado. El enorme animal usaba sólo tres patas para caminar, pues en la cuarta tenía una herida, infectada, llena de espinas. Junto con el monje menos miedoso cuidó de esa herida, y el león agradecido, y convertido en fiera pacífica, pasó a caminar tranquilamente por el monasterio. Él caminaba al lado de San Jerónimo, como manso perrillo.

Son hechos de una gran vida, de un gran hombre, que los siglos recordarán por siempre.

Con información de Arautos.org

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