viernes, 26 de abril de 2024
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San Roberto Belarmino, jesuita, inteligencia brillante, se lo quiso hacer Papa, pero él rogó a Dios que no

La familia de Roberto quería hacer de él un político, pero Dios lo tenía para mucho más.

San Roberto Belarmino 2

Redacción (17/09/2022 13:20, Gaudium Press) La familia de Roberto quería hacer de él un político, pero Dios lo tenía para mucho más, y lo convirtió en un santo doctor, cardenal, polemista, humilde, grande, escritor… un coloso.

De uno de sus libros, tal vez el más famoso, llamado Controversias, decía Teodoro de Beza, quien sucedió al protestante Calvino: “Hé aquí el libro que nos perdió”. Ante confesión de parte, relevo de pruebas… Hasta sus contendientes reconocían su grandeza. ¿Cómo surgió este gran hombre?

Nació en Montepulciano, Toscana, el 4 de octubre de 1542. Su padre era noble, aunque un tanto venido a menos; había ocupado por varios años el cargo de regente de la ciudad. Es decir, su familia era principal. Y su madre, hermana de un Papa, Marcelo II.

Su interés por el estudio lo manifestó desde chico, y también su inclinación a la piedad; le gustaba ir a la iglesia y visitar el Santísimo.

Entra a los jesuitas

A los 14 años entró al colegio jesuita. Pero el chico brillaba con luz propia, en las conversaciones, en las discusiones, y el mundo le empieza a insinuar la posibilidad de una carrera brillante: además era el sobrino del Papa. Como mínimo terminaría en la Corte Pontificia.

Pero Roberto medía el peligro que una carrera mundana traía, peligro para la virtud, y por ello escogió como su comunidad a los jesuitas, que tenían por norma huir a las dignidades.

Entra al Colegio Romano, en la propia sede del papado, y comienza a estudiar filosofía en ese centro de la Compañía, el principal. Brilló en los estudios y a los 21 años ya enseñaba Humanidades en el Colegio de Florencia. Además predicaba allí los domingos a la crema y nata de la sociedad, que empezó a admirarlo, también porque veía que practicaba lo que predicaba.

San Francisco de Borja, superior, también consideró las cualidades de Roberto, y dispuso su traslado a la Universidad de Lovaina, donde se preparaba la defensa de la fe contra los ataques protestantes. Debería estar allí dos años, que terminaron siendo siete.

En Lovaina también predicaba en la iglesia de la universidad, que igualmente era muy frecuentada los domingos cuando subía al púlpito el brillante y frágil hombre vestido de negro: los católicos se confirmaban en la fe, no pocos protestantes volvían al redil romano. Incluso algunos que iban a verlo para refutarlo y humillarlo de público, no sabían a lo que se enfrentaban: la gracia de Dios y las palabras del santo dulcemente los aplastaban y regresaban contritos, arrepentidos y convertidos…

Fue en Gante, el 25 de marzo de 1570, cuando recibió el presbiterado.

Profundiza en el hebreo, en los Padres, los Doctores, la doctrina de los Papas

Las polémicas con los protestantes llevaron al P. Roberto a aprender hebreo, con el fin de tener una mayor base para la interpretación de las escrituras. Su inteligencia era tal, que pronto compuso para uso personal una gramática de esa lengua.

Estudió también los Padres de la Iglesia, los Doctores, la doctrina de los Papas, se sumergió en el tesoro de la doctrina de la Iglesia. Construyó con la gracia de Dios en su mente un verdadero ejército apologético y de afirmación de la fe. El aprecio con el que se lo consideraba, fue en aumento y su presencia era solicitada en los más variados sitios, en los más brillantes ateneos.

Regreso a Roma

Un día tuvo que regresar a Roma. Por orden de Gregorio XIII se había creado en el Colegio Romano una cátedra que tenía el mismo nombre del que sería su gran libro, Controversias, con un sentido de defensa de la doctrina católica. Durante 12 años San Roberto enseñó ahí, y sus enseñanzas fueron compiladas en el libro homónimo, que era la ‘Summa’ de San Roberto. El método de exposición allí era tomista, inocente y serio, comenzando con la exposición de las afirmaciones contrarias a la doctrina verdadera, las cuales iban siendo refutadas metódica y brillantemente.

Una de las luces de su vida fue el haber sido director espiritual de otro santo, San Luis Gonzaga, ángel de la pureza, quien también mucho admiraba a San Roberto.

En 1952 fue hecho rector del Colegio Romano.

Entre otros encargos pastorales, fue teólogo del Papa Clemente VIII, consultor del Santo Oficio, teólogo de la Penitenciaría Apostólica; trabajó en la comisión que prepararía la edición clementina de la Vulgata.

Caminaba irremediablemente hacia el cardenalato, aunque como ocurre con los santos, él no lo quisiera. Fue directamente obligado por el Papa a aceptar esa dignidad. Luego el Papa lo hizo Arzobispo de Capua.

Allí, reformó el clero, renovó la liturgia, predicaba como siempre había gustado y querido, para beneficio de sus oyentes.

Recorrió toda su diócesis, consolando, animando, impartiendo sacramentos, llevando el buen aroma de Cristo.

Como buen hijo de San Ignacio, y siguiendo una de las normas que habían guiado su vida, incentivó al máximo en su diócesis la formación, el catecismo. Pero sus múltiples labores no le restaban tiempo de la oración, la meditación. ¿Cómo encontraba el santo espacio para tantas cosas? Dios se lo multiplicaba.

Se le quiso hacer Papa

Muere Clemente VIII y San Roberto va al cónclave donde es elegido León XI, quien fallece un mes después. Participa pues en su segundo cónclave, donde llegó a tener un buen número de votos. Pero reveló después que hizo en esos momentos un explícito pedido a Dios: ¡Del Papado, libradme Señor! Se consideraba poco apto para el mismo. A veces desearíamos que los santos fuesen menos humildes…

El nuevo Papa, Pablo V, lo quiso junto a sí, y lo hizo regresar de Capua. Su opinión en delicados asuntos ejercía una decisiva influencia casi siempre.

Cuando siente aproximarse la muerte, pide dispensa de sus muchas obligaciones y se retira al noviciado de San Andrés, en el Quirinal, para poder bien “esperar al Señor”.

Muere el 17 de septiembre de 1621. La gente se volcó a su lecho de muerte y luego a su tumba.

Es canonizado por Pío XI el 29 de junio de 1930.

Con información de “Un jesuita vestido de púrpura”, de la Hna. Clara Isabel Morazzani Arráiz, EP.

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