Redacción (Lunes, 30-01-2017, Gaudium Press) Se la puede imaginar demacrada, sin el hábito ni el escapulario ni la toga de las Carmelitas descalzas. El pelo corto ya encanecido, vistiendo apenas una simple, larga y holgada ‘batola’ gris sucia que le llega un poco más abajo de las rodillas, calzando retorcidos y embarrados zapatos de hombre. Irreconocible y tratada como una prisionera más en el apestoso campo de concentración y exterminio en Auschwitz, Polonia, la monja judía, cuyo nombre de religión era Teresa Benedicta de la Cruz, realiza forzada, agotadores trabajos todo el día junto con su hermana Rosa y otras prisioneras.
Camino recorrido por Santa Edith Stein rumbo a la cámara de gas, en Auschwitz |
Sin derecho a conservar algún pequeño objeto piadoso ni llevar algo que la distinga como religiosa, esta pobre mujer de 51 años de edad y ya casi en los huesos sabe muy bien lo que le espera y por qué está allí: es judía, además católica y monja carmelita de clausura.
Edith Stein (1891-1942) era graduada en filosofía y letras. Se percibe en el tenor de algunas de sus obras, insaciable sed en busca de la verdad. Pero también el rostro y la expresión de sus ojos grandes, de mirar profundo, revelan una pensadora constante que indaga y busca respuestas en todo lo que vive, observa y siente a su alrededor. De los retratos que han quedado de ella también se deduce que era calmada y analítica, con gran capacidad de autocontrol. Sin embargo esas cualidades nada valían para los criminales comisarios, jefes de campo y barracones del tenebroso campo nazi donde fue tratada como un animal.
Ella había renunciado ya al matrimonio desde que se apasionó por la filosofía -y dentro de ella la fenomenología, que la fue llevando de la mano hasta el convento del Carmelo de Colonia, donde se preparó para su propio holocausto. No es del caso repasar ahora datos biográficos detallados de su vida que se pueden encontrar fácilmente. Está canonizada por la Iglesia y en el Cielo intercediendo por nosotros, que por sus oraciones y pedidos a Dios la seguiremos también algún día, bien que ojalá sea en la felicidad eterna. Filósofa, monja y mártir: tres escalones que la llevaron a la gloria. ¡Que buen ejemplo para tanta jovencita que presume hoy día de ser intelectual y pensadora, simplemente por estar haciendo amistades en la universidad!
Con los santos sucede que rara vez alcanzamos a medir la dimensión completa de su sacrificio. Frecuentemente se nos dice de ellos que nacieron y murieron en tal fecha y lugar. Que fundaron o hicieron tal y cual obra grande, mediana o pequeña todavía perviviendo en algunos de sus hijos espirituales. De algunos se cuenta el final de sus días a veces nada felices ni llenos de consolaciones. Desde el momento en que se decidieron valientemente por Dios, la vida se le convirtió en una lucha sin tregua, de fatigas, persecuciones, arideces espirituales y contrariedades que parecen más un abandono de Dios que un refugio en El.
Lo que llama mucho la atención en Edith Stein es que no ingresó como religiosa ni comenzó su camino de santidad -que terminaría en el martirio, con ilusiones infantiles y devaneos de inmadurez. Parecía saber lo que le esperaba y avanzó sin temor y con mucha decisión. Hay aspectos de su vida que nos hacen comprender lo que es realmente la santidad: lucha y dolor bajo control, sin pena de sí mismo ni presunciones de virtuosismo en ningún momento. La vida en ese estado se muestra descarnada y terrible pero sin falsas resignaciones sentimentales. ¿Aprenderemos con este ejemplo que la vida de los santos es un holocausto continuo? ¿Qué los católicos tenemos razones para venerarlos? San Agustín acuñó una frase que puede producir miedo a tanto valentón y valentona «hollywoodianos»: «Quien no ha conocido todavía las tribulaciones, es porque no ha comenzado a ser cristiano».
Por Antonio Borda
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