Algo así dice el Arzobispo de Pretoria.
Redacción (18/06/2024, Gaudium Press) Tras ser revelados los nombres de quienes compusieron por estos días el esqueleto de lo que sería el Instrumentum Laboris de la próxima asamblea del Sínodo de la sinodalidad, grupo con abundante componente jesuita y de profesores de la Gregoriana, se notician ahora –en reporte de ACI Africa– las declaraciones de Mons. Dabula Mpako, Arzobispo de Pretoria, proferidas en un seminario web con comunicadores católicos, sobre lo que considera el trasfondo más profundo del actual proceso sinodal. Mons. Mpako ya participó en la primera sesión del sínodo que corre, en octubre del año pasado.
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Enfatiza el Arzobispo que el llamado del Papa implica un cambio “del modelo de Iglesia que se hizo dominante en el segundo milenio a uno centrado en la sinodalidad en el tercer milenio”.
Esta nueva concepción ‘sinodal’ tiende a borrar las diferencias entre “Iglesia docente”, la que enseña, compuesta por el clero, e “Iglesia dicente”, constituida básicamente por los fieles laicos, diferencia que Mons. Mpako considera desafortunada. Para el obispo lo que se viene es una nueva eclesiología (¿fue por eso el énfasis en la presencia de eclesiólogos entre quienes se reunieron por estos días en Roma?).
“Estamos llamados a un nuevo modelo de Iglesia… que se entiende ante todo como pueblo de Dios que, por un bautismo común, son hechos miembros de la Iglesia con igual dignidad y que comparten igualmente la responsabilidad fundamental de la vida y la misión de la Iglesia”, dijo el Arzobispo, de forma equívoca, pues si bien laicos y clero comparten la misma dignidad humana y en cuanto hijos de Dios y de la Iglesia, no es la misma en la misión y responsabilidad, pues a uno Cristo lo hizo cabeza, a otros los escogió para la plenitud del sacerdocio, a otros les dio el poder de perdonar los pecados y de renovar el sacrificio del Calvario, excluyendo de esta dignidad incluso a la propia Madre de Dios.
Pero si durante dos milenios la Iglesia entendió que fue el propio Redentor quien estableció esa jerarquía salvífica y de servicio, y también de autoridad, Mons. Mpako asegura que en el nuevo concepto de sinodalidad del “nuevo modelo de Iglesia”, que es “de abajo hacia arriba”, la sinodalidad “invierte la pirámide y coloca a los laicos en la cima y luego la jerarquía se coloca en el centro”.
Este nuevo modelo de jerarquía lo califica también de “inductivo” (claro, ‘induce’ desde los laicos el poder, no lo ‘deduce’ desde una jerarquía establecida por Dios). “Es un método inductivo que está abierto al cambio para crecer y me parece que ese es el significado más fundamental de este proceso del Sínodo sobre la sinodalidad. Que se nos pide migrar, pasar de ese viejo modelo de Iglesia a un nuevo modelo de Iglesia”, reafirma, despejando muchas dudas, de ilusos.
Es claro, comprensivo que es, el propio Arzobispo Mpako entiende la resistencia de “ciertos círculos dentro de la Iglesia”, pues “esto es nada menos que un cambio de paradigma de una cosmovisión a otra diferente, en lo que respecta a la Iglesia”.
‘Inversión de la pirámide’, cambio del ‘viejo modelo de Iglesia’ al nuevo, ‘cambio de paradigma’, ‘nueva cosmovisión’, bien se ve que el título de esta nota, que podría parecer exagerado, está plenamente justificado. A esta altura ya varios se deben estar preguntando si esta ‘nueva Iglesia’ tiene mucho o poco que ver con la que Cristo fundó…
Y todos estos cambios, estos muchos o totales ‘nuevos’, van arropados por el flexible y amplio concepto y experiencia de la “sinodalidad”, que parecería tener una propia y alta fuerza intrínseca, medio misteriosa, críptica, la fuerza y el poder ‘de la base’, que incluso tiene dinamismo allende las fronteras de la Iglesia: “Cuando se entiende adecuadamente y se apropia conscientemente, la sinodalidad tiene el potencial de promover y fomentar el derecho a las relaciones interpersonales entre varios grupos y contribuir internacionalmente a una cultura global de coexistencia pacífica, basada en la defensa del bien común de todos”, expresa Mons. Mpako.
Es decir, no es tanto la verdad de Cristo compartida por todos, ni la gracia de Cristo difundida por doquier, las que tienen la potencialidad para transformar para bien al mundo, sino dinámicas sinodales, democrático-igualitarias o de ‘pirámide jerárquica-invertida’, aquellas que ahora sí pueden alcanzar la paz, el bien común.
¿Exageró el Arzobispo, erró en su hermenéutica o apreciaciones, erramos quienes lo interpretamos, o más bien el prelado tiene el mérito de la franqueza, que siempre se agradece? (CCM)
Con información de Infocatólica.
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