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La gran obra de Joseph Ratzinger

Redacción (Jueves, 28-11-2013, Gaudium Press) Un abordaje sintético acerca de la persona y la obra de Joseph Ratzinger como intelectual, teólogo y pontífice es ciertamente delicado y complejo. Vida, amor, verdad y teología son los trazos resaltantes que, para Pablo Blanco, identifican a Benedicto XVI: «En él la vida se funde con la búsqueda de la verdad y del amor que llevan de modo inevitable a Cristo».[1] Y si algo hay de constante en la reflexión de Ratzinger, es esta aproximación de Jesús a los hombres, tornándose no solo más accesible en su humanidad y realidad histórica, sino también apuntando para la visibilidad de su rostro, mayormente por medio de la liturgia, de aquello que se puede llamar «el poder de las señales».[2]

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Con efecto, quiso el Salvador hacerse carne y habitar entre nosotros (cf. Jn 1, 14). Y, al tornarse semejante a nosotros en todo, excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15), entra a la historia concreta de los hombres, revelándose y dirigiendo «palabras de vida eterna» (Jo 6, 68). Es justamente ese el objetivo de la reflexión del teólogo alemán: «comprender la figura de Jesús, su palabra y su actuar».[3]

Además de eso, la belleza y la verdad son dos elementos recurrentes en el pensamiento ratzingeriano. La verdad de la belleza y la belleza de la verdad tienen su referencia en Cristo, pues es Él al mismo tiempo la Verdad (Jn 14, 6) y la Belleza que salva. [4] Ambas vertientes se imponen naturalmente y conducen a la adhesión y al testimonio. Pues quien contempla y se encuentra con Cristo, hecho constitutivo del ser cristiano (cf. Deus caritas est, n. 1), no puede sino comunicar esta experiencia. [5] La flecha de la belleza que nos alcanza tiene su origen en el más bello entre los hijos de los hombres (Sl 44, 3): Jesucristo. [6] Es de Él que proviene y es para Él que somos atraídos. Del mismo modo, dentro del contexto del diálogo, es en la verdad que este debe fundamentarse y es ella que debe ser su fin. [7]

Otro tema frecuente en el conjunto de su pensamiento es el relativismo, «problema central para la fe de nuestro tiempo», [8] el cual proviene de una determinación de valores adversa a la existencia de una verdad universalmente válida. Ahora, esto está intrínsecamente relacionado con una concepción distorsionada acerca de la libertad, al proponer el cuestionamiento de cualquier vínculo y autoridad, y reivindicando la total flexibilización de las acciones humanas.[9] Entretanto, como resalta Benedicto XVI, es solamente en el Salvador que el hombre puede encontrar la verdadera libertad [10], capaz de rescatar el espíritu de la esclavitud del pecado, de falsas ideologías y de la arbitrariedad subjetivista.

En contraste con esa concepción, Ratzinger alertaba en la Misa Pro Eligendo Pontifice respecto a la «dictadura del relativismo», cuya medida es el propio yo y la propia voluntad, no reconociendo, en último análisis, nada de definitivo. Entretanto, «nosotros, – aseveraba el entonces Cardenal – tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre». El Cónclave que se siguió terminó por elegirlo Sumo Pontífice.

Como sucesor de San Pedro, pudo dar una respuesta emanada del Magisterio a muchos desafíos y tendencias de la actualidad. Sus escritos y pronunciamientos traen el sello y la autoridad de un Papa-teólogo, que deja un luminoso legado a la Iglesia, a la cual con tanta dedicación se entregó. En la encíclica Deus caritas est distingue y precisa, con gran actualidad, el verdadero amor en contraste con desvirtuadas concepciones. Más tarde, sale a luz Spe salvi, sobre la esperanza, virtud delante del desfallecido hombre hodierno. Por último, la Caritas in veritate pondera la acción social de la Iglesia en una clave eminente, distinguiéndola de filantropías, ONGs, o incluso de una concepción de la Iglesia dirigida a la caridad, sin la verdad y la exigencia evangélica a ella inherentes.

Una vez abordadas la esperanza y la caridad, faltaba algo sobre la fe, a fin de completar la trilogía de las virtudes teologales. La proclamación del Año de la Fe y la elaboración de la Encíclica Lumen fidei, en estrecha colaboración con Francisco, finalizó bajo el signo de esa virtud un pontificado sorprendente en todos los sentidos – incluso en la renuncia -, que probablemente ofrecerá muchos años de estudio y profundización intelectual. Su pensamiento y simplicidad todavía moverán, ciertamente, la pluma de muchos estudiosos. Sea este un manantial que, a semejanza de las virtudes teologales, conduzca siempre a Dios.

Por el P. José Manuel Victorino de Andrade, EP
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[1] BLANCO, Pablo. Joseph Ratzinger: Vida y Teología. Madrid: Rialp, 2006, p. 20: «En él la vida se funde con la búsqueda de la verdad y del amor que llevan de modo inevitable a Cristo».
[2] Cf. BENTO XVI. Il potere dei segni. A cura di Leonardo Sapienza. Città del Vaticano: LEV, 2011, passim.
[3] BENTO XVI. Gesù di Nazaret: Dall’ingresso in Gerusalemme fino alla risurrezione. Città del Vaticano: LEV-Bur, 2012, p. 9.
[4] En cuanto a la belleza, se encuentra um excelente texto en: RATZINGER, Joseph. A Caminho de Jesus Cristo. Coimbra: Tenacitas, 2006.
[5] El paradigma del testimonio de la verdad y la misión em cuanto imposiciones no de uma religión particular o de una cultura arrogante que se juzga superior, mas de algo que se impone por sí, y que es Cristo se encuentra en RATZINGER, Joseph. Fé, Verdade, Tolerância. Lisboa: UCP, 2007.
[6] Ibid.
[7] Sobre el diálogo y la verdad, ver la informal conversa entre Habermas y Ratzinger en el final del encuentro de ambos en la Academia Católica de Baviera, el día 19 de Enero 2004, que se encuentra en el prefacio de la traducción españaola: HABERMAS, Jürgen; RATZINGER, Joseph. Dialéctica de la secularización. Madrid: Encuentro, 2006.
[8] RATZINGER, Joseph. Fé, Verdade, Tolerância. Lisboa: UCP, 2007, p. 107.
[9] Un excelente texto sobre Iglesia y Política, donde este asunto es abordado, se encuentra en el terce capítulo da obra RATZINGER, Joseph. Iglesia, ecumenismo y política. Madrid: BAC, 2005. 10) BENTO XVI. Homilia na Praça da Revolução José Martí. Havana, Cuba. 28 mar. 2012.

 

 

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