viernes, 17 de mayo de 2024
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Venecia de ensueño

Bogotá (Jueves, 06-12-2012, Gaudium Press) «La religión es el opio del pueblo», proclamaba el ya anacrónico y cada vez más enmohecido Marx, en su Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel.

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Catedral de San Marcos

¿Cuál era el sentido exacto de esa frase? Claramente lo da el contexto donde un infeliz día malamente fue colocada: «La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo».

«El suspiro de la criatura oprimida»… frase hueca de fatuos aires pseudo-poéticos, rimbombante pero cuya vacuidad se torna patente cuando por ejemplo se piensa en la Oda de la Paz de San Francisco de Asís:

«Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. / Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. / Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. / Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. / Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. / Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe. / Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza. / Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. / Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría…».

¿Era esa, el autor de la Oda, una criatura oprimida o un ser de luz divina?

La religión… ¿»el sentimiento de un mundo sin corazón»? ¿Es un exponente de ese mundo sin corazón el gran Agustín de Hipona, aquel que ideó la Oda a la Belleza justamente cuando encontró la religión?:

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Plaza de San Marcos

«¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga».

Pero tal vez donde queda más patente el sinsentido de la alusión marxista a la fe, es cuando se analiza la expresión que afirma que la religión es «la protesta contra la miseria real». No, la religión cristiana -por el contrario- cuando impregna la vida de un pueblo, es productora de riqueza, tanto espiritual como material, y de ello hay infinitos testigos históricos.

Paseando por Venecia

Por ejemplo, fue un pueblo impulsado por la fuerza que genera la práctica de la religión cristiana el que trasformó un pantano en un mundo de ensueño, en un pedazo de cielo, en Venecia.

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Ca ‘d’Oro

En días pasados un amigo religioso tuvo que ir a la capital del Veneto a realizar unos trabajos propios de su comunidad, y evidentemente aprovechó su estancia para recorrer la maravillosa ciudad sobre las aguas que nunca había visitado. Estando aún allí, tuvo la gentileza de llamarnos y compartir las vivas alegrías que aún palpitaban en su alma, lo que mucho agradecimos pues nos hizo revivir maravillosos recuerdos.

Las voces del pesimismo, fundadas en la realidad meteorológica, le habían pronosticado días nubosos y lluviosos, plazas y calles inundadas, iglesias prácticamente inalcanzables e in-visitables, pues nuestro amigo había escogido -según le decían- «la peor época para visitar Venecia». Pero una cosa son las previsiones de los hombres y otra son los designios benévolos de Dios, por lo que las jornadas de sus recorridos fueron brillantes, radiantes, y por un milagro -pues poco tiempo antes las aguas anegaban algunos de los más importantes espacios turísticos-, lugares sublimes como la Plaza de San Marcos estaban completamente secos.

La Plaza de San Marcos… tal vez la Plaza más linda del mundo. El «más elegante salón de Europa» -como algunos felizmente atinaron a decir-, con su incomparable Catedral, mezcla perfecta de Oriente y Occidente; con su campanario adoquinado rectilíneo, coronado por el Arcángel anunciador de la Madre de Dios; con su Torre del reloj culminada por el león alado del Apóstol. La plaza de San Marcos, ¡ah, qué cosa maravillosa!

O el magnífico palacio del Ca ‘d’Oro, ejemplo arquetípico del gótico ‘flamígero’, que en la superficie plana de una pequeña fachada consiguió la maravilla sin igual de hacer surgir la máxima diversidad, de sumarle al austero gótico la delicada sonrisa de una cándida flor, de hacer que un espacio fundamentalmente cuadrado consiguiese elevar hasta los cielos a aquel que lo contempla.

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Casas en Venecia

O el delicado y elevado encanto de un sencillo, de un simple puentecillo verdaderamente chiquillo, el Puente de los Suspiros, que a pesar de su historia romántica y trágica ofrece hoy al visitante la impresión de un marco de piedra que engloba un canal, y que recoge con donaire los reflejos de esas aguas, para ponernos a soñar en un mundo donde las calles sean ríos de cristal, o de zafiro líquido, y los tejados y las molduras sean de marfil, o de alabastro, o de un mármol aún desconocido.

O las múltiples y encantadoras casillas del pueblo, pequeños palacios también, que aumentan su capacidad de ensoñación cuando no se las ve sino en el reflejo de las aguas.

Venecia es solo una pequeña muestra de las maravillas que produjo la civilización cristiana. En clamorosa contraposición al marxismo, que solo produjo desastres, y a los necios remanentes del marxismo, que siguen generando desastres.

La historia lo confirma: Definitivamente Marx mintió.

– Perdón… Marx… ¿quién es Marx?

Por Saúl Castiblanco

 

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