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Santo Tomás de Aquino y el estudio de la envidia

Redacción (Jueves, 03-03-2011, Gaudium Press) La temática de la envidia es contemplada por Santo Tomás de Aquino en la II-II, qq. 23-46 de la Suma Teológica, en el tratado de la virtud teologal de la caridad. Después de haber versado sobre la naturaleza de esta virtud, su objeto, su acto principal y los actos consecuentes o efectos de la caridad, el Aquinate pasa a tratar los vicios opuestos.

Entretanto, no es solamente en la Suma Teológica que Santo Tomás de Aquino aborda este tema. En la Quaestio Disputata De Malo, él dedica principalmente las cuestiones 8 y 10 para tratar de la envidia. De acuerdo con Lauand (2007) estas «parecen ser cuestiones disputadas en Roma durante el año lectivo 1266-67 o, según otros críticos contemporáneos, en París, en el año lectivo 1269-70″. También encontramos referencias sobre la envidia en el comentario a la primera carta de San Pablo a los Corintios, así como en sus explicaciones sobre el Salmo 36.

Pintura-de-São-Tomás.jpgEn la Catena Áurea, Santo Tomás compara la envidia a una polilla que corroe ocultamente las túnicas, pues dilacera el amor y, por esto, deshace la unidad (Catena Áurea. In Matt. 6,14). El Aquinate nos advierte que la envidia quema y tortura: «torturados de envidia, quemados de envidia» (Catena Áurea. In Mt cp 21 lc 4).

La envidia es ciega: «Afectados por la ceguera de la envidia» (Mt 21 lc 1).

La envidia muerde: «Algunos estaban mordidos de envidia» (Mt, 20).

La envidia duele: «Hay ciertos pecados que son dolores, como la acedia y la envidia» (In IV Sent. D 17, q 2. a 1, 5).

La envidia en el ámbito de la Teología Moral

Conviene resaltar que, de acuerdo con Garrigou-Lagrange (2007, cap. 47), hasta el tiempo de Santo Tomás de Aquino la teología moral habitualmente seguía el orden del Decálogo, donde los preceptos eran analizados debajo de su aspecto negativo.

Entretanto, Santo Tomás seguía el orden de las virtudes teologales y morales, mostrando su subordinación e interconexión. Estas virtudes él las veía como funciones de un mismo organismo espiritual, funciones apoyadas por los siete dones del Espíritu Santo que son inseparables de la caridad.

Para Santo Tomás, la teología moral es primeramente una ciencia de virtudes a ser practicadas y, solo secundariamente, de vicios a ser evitados. Esto es algo mucho mayor que la simple casuística o la mera aplicación de los casos de consciencia.

La teología moral está identificada con la vida espiritual, con el amor de Dios y la docilidad al Espíritu Santo, pues es la virtud de la caridad que anima e informa todas las otras virtudes. Es por esto que Santo Tomás, solo después de demostrar lo que es la virtud de la caridad, pasa a analizar los vicios que le son opuestos. Solo entonces comienza a tratar sobre la envidia. Para Santo Tomás, la envidia nació con el primer pecado cometido por los Ángeles que se revelaron contra Dios.

Los ángeles malos solo pueden haber cometido aquellos pecados a los cuales se inclina su naturaleza espiritual. Pero la naturaleza espiritual no se inclina a los bienes propios del cuerpo y sí a los que pueden encontrarse en las cosas espirituales, ya que nada ni nadie se inclina sino a lo que, de algún modo puede estar de acuerdo a su naturaleza. Después, cuando alguien se apega a los bienes espirituales no puede pecar a no ser dejando de observar la regla del superior. Y en no someterse a la regla del superior en aquello que es debido, consiste precisamente el pecado de soberbia. Por tanto, el primer pecado de los ángeles malos no puede ser otro sino el de la soberbia (Suma Teológica, I, q. 63, a. 2).

Es claro en la doctrina tomista que el primero y principal pecado es el orgullo o soberbia, pues es un pecado del espíritu. Solo la soberbia y la envidia son pecados puramente espirituales, por tanto, del ámbito posible de los demonios:

Sin embargo, por consecuencia, hubo en ellos también el pecado de envidia. En efecto, la misma razón que posee el apetito para desear una cosa, la posee para rechazar lo contrario. Por eso, al envidioso le duele el bien de otro, pues juzga ser el bien ajeno un obstáculo al propio. Pero el bien del otro no puede ser considerado como un impedimento al propio bien que deseaba el ángel malo a no ser porque quería una grandeza única, que quedaba eclipsada por la grandeza de otro. Es así que después del pecado de soberbia surgió en el ángel prevaricador el mal de la envidia, porque no podía soportar el bien del hombre y el de la grandeza divina, una vez que Dios se sirve del hombre para su propia gloria.

Por Inácio Almeida

 

 

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