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Ese maravilloso reino llamado Cielo Empíreo

Redacción (Martes, 03-10-2015, Gaudium Press) No son pocos los grandes teólogos, con Santo Tomás y San Alfonso María de Ligorio a la cabeza, que nos hablan del cielo empíreo, ese «lugar fijo en donde [los bienaventurados] disfruten de su eterna felicidad», un cielo que fue creado desde «el principio del mundo», un cielo que «es corpóreo», «como que fue creado más especialmente para el hombre que no para los ángeles que carecen de cuerpo». (1)

Es claro que sobre la materia la Iglesia aún no ha definido dogmáticamente nada. Entretanto, tras las «continuas alusiones a los lugares donde habitan las almas separadas, que se encuentran en la Sagrada Escritura, en los Santos Padres y en los concilios de la Iglesia», a muchos teólogos «les parece que no podrían interpretarse todas ellas metafóricamente sin manifiesta imprudencia y temeridad». (2)

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Santo Tomás dice que al inicio de los tiempos «son cuatro las cosas creadas por Dios simultáneamente: El cielo empíreo, la materia corporal (conocida con el nombre de ‘tierra’), el tiempo y la naturaleza angélica». (3)

Citando a Estrabón, el Aquinate afirma que el cielo empíreo es «ígneo», y que «nada más acabado de hacer fue llenado de ángeles».(4)

Nos parece muy sólida la argumentación de Santo Tomás para mostrar la necesidad del cielo empíreo: «De modo más apropiado puede tomarse la razón de todo esto a partir de la misma condición de gloria. Pues en el premio futuro se espera una doble gloria: la espiritual y la corporal, y no sólo para los cuerpos humanos que serán glorificados, sino para la misma renovación de todo el mundo. La gloria espiritual empezó desde el mismo principio del mundo con la bienaventuranza de los ángeles, cuya igualdad ha sido prometida a los santos (Lc 20, 36). Por eso, también fue conveniente que, desde el principio, la gloria corporal empezara en algún cuerpo, que también desde el principio no estuviera sometido a la corrupción y a la mutabilidad y que fuera totalmente luminoso. Tal como se espera para toda criatura corporal después de la resurrección. Por eso, aquel cielo es llamado empíreo, esto es, ígneo, y no por el ardor, sino por el esplendor».(5)

Cuando San Pablo quiere expresar lo percibido en el momento en que fue arrebatado hasta el tercer cielo -que muchos afirman es el cielo empíreo- emplea expresiones que hablan de materia: Cosas que ojo no vio ni oído oyó (1 Cor 2, 9), o haber escuchado palabras inefables que al hombre no se le permite expresar (Cfr. 2 Cor 12, 4).

Cuando Cornelio Á Lápide comenta el texto del Apocalipsis que habla del Cielo nuevo y la Tierra nueva dice que «la Jerusalén celestial brilla con la claridad de Dios»; que es cuadrada porque posee una «exacta y perfecta arquitectura»; que «sus edificios y sus plazas son de oro puro como el cristal, porque en el Cielo todo es puro y precioso, y todo se manifiesta a los elegidos». Este cielo nuevo, «construido por mano del mismo Dios», es «infinitamente hermoso, puesto que está preparado por el mismo Jesucristo: Voy a prepararos el sitio, dice a sus Apóstoles: Vado parare vobis locum (Joann. SIV, 2)». «¿Qué serán, dice San Agustín, las riquezas de aquel cuya pobreza nos ha hecho ricos? ¿Quid facturae sunt divitiae ejus, cujus paupertas nos divites fecit? (In Epist. II ad Cor.) En efecto: ¿qué ha empleado Jesucristo para rescatarnos? Un pesebre y una cruz… ¿qué no tendremos, pues, en el Cielo, en donde manifiesta todos sus tesoros? Todo lo bueno que existe, dice San Agustín, está en el Cielo». (6)

Es claro que la esencia del cielo es la visión beatífica, la contemplación eterna de la esencia divina. Entretanto, y recordando lo dicho arriba por Santo Tomás, es arquitectónico que la glorificación de toda la creación se dé también en la materia, y que esta glorificación tenga su punto auge en un lugar maravilloso, material, donde Dios manifieste en una materia perfecta riquezas infinitas de su Divino Ser, lugar por excelencia donde habiten bienaventurados, aunque de ellos sea el universo entero.

Por Saúl Castiblanco

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1 LA VERDAD DE LA FÉ (Evidenciada por los caracteres de su Credibilidad) – Del estado de los bienaventurados después del juicio (I): Si el cielo empíreo es la mansión de los bienaventurados. San Alfonso María de Ligorio

2 Royo Marín, Antonio. Teología de la Salvación. BAc. Madrid. 1997. Pág. 287

3 Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. Tratado de la Creación. Cuestión 46. Art. 3

4 Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. Tratado de la Creación corpórea. Cuestión 66. Art. 3

5 Ídem.

6 Abate Barbier. Tesoros de Cornelio Á Lápide – Extracto en forma de diccionario de los comentarios de este célebre autor sobre la Sagrada Escritura – Tomo Primero. Librería Católica de Gregorio del Amo. Madrid. 1909. Págs. 183-184.

 

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