domingo, 06 de octubre de 2024
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¿Cura física o espiritual?

Los Sacramentos son remedios eficaces para sanar nuestra alma debilitada por el pecado original.

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Redacción (09/09/2024 09:03, Gaudium Press) La liturgia de ayer, 23º domingo del Tiempo Ordinario, nos señala dos estilos de vida: uno centrado en el materialismo y el otro, en lo sobrenatural.

San Pablo, en su primera epístola a los Corintios, hace la distinción entre el hombre psíquico, que vive con la mirada fija en las cosas meramente palpables y sensibles, siendo, por tanto, incapaz de comprender el mundo sobrenatural que proviene del Espíritu de Dios, y el hombre espiritual que, enriquecido con el don del Espíritu, comprende realidades que superan el conocimiento y la sabiduría humanos. Así, el Apóstol compara a los miembros de la Iglesia con aquellos que no recibieron el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer los dones de gracia que les fueron dados por el Creador (cf. 1Cor 2,12) .

Ahora bien, la primera lectura, tomada del libro del profeta Isaías, resalta esta idea al proclamar la profecía de que habrá un tiempo en que a los ciegos se les abrirán los ojos, se les abrirán los oídos y se les soltará la lengua (Is 35,5-6). Esto se cumplió con la venida del Mesías, Nuestro Señor, porque más que la curación de los males físicos, realizada por Jesús a lo largo de su vida pública, Él vino a traer la curación de las almas, elevándolas con la vida divina recibida en el Bautismo. Es cierto que el pecado original trajo consecuencias desastrosas para el hombre, como la fuerte tendencia al mal, fruto de un desorden del ser, pero Dios, en su infinita Bondad y Misericordia, quiere curar estos efectos del pecado en nuestras almas.

¿Cuál es la condición para que esto suceda?

La curación del alma

El evangelio describe la escena de un hombre sordo que es llevado a Jesús para que lo sane. El Divino Maestro sacó al hombre de entre la multitud, le metió los dedos en los oídos, escupió y, con su saliva, le tocó la lengua. De inmediato:

“Mirando al cielo, suspiró y dijo: ‘¡Efatá!, que significa ¡ábrete! Inmediatamente se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar sin dificultad” (Mc 7,34-35).

Todos los gestos realizados por Nuestro Señor tenían como objetivo eliminar cualquier duda de que era Él mismo quien realizaba tales curaciones. Y, así como abrió los oídos de aquel hombre y soltó su lengua, Jesús continúa sanando la sordera y el mutismo espiritual a través de los Sacramentos, especialmente en una Confesión bien hecha y una Sagrada Eucaristía bien recibida. Por lo tanto, basta con acercarse a los Sacramentos dejados por Cristo a su Iglesia y se producirá la curación.

En definitiva, debemos ser como este hombre descrito en el Evangelio, y caminar hacia Jesús con un corazón confiado y lleno de fe, seguros de que seremos curados de nuestra sordera y mutismo espiritual, libres de las cosas que nos conectan con el mundo y con el pecado.

Por Rodrigo Siqueira

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